MARIO ABEL AMAYA. Dar la vida por los derechos humanos

Mario Abel Amaya nació en Chubut. Fue abogado, defensor de los derechos humanos, alfonsinista de la primera hora. Murió torturado en la cárcel de Devoto, en los años oscuros de la dictadura. El periodista Jaime Rosemberg publicó el libro “Mario Abel Amaya – entre Tosco y Alfonsín”, que el mes pasado, la Legislatura declaró de interés cultural. Una plazoleta del barrio de Boedo lleva el nombre del protagonista del libro.

El periodista del diario La Nación y FM Millenium cuenta que se cruzó con la historia de Amaya de casualidad…

En 2018, estuve en un acto de homenaje a Mario Abel Amaya que organizó la Asociación del Personal Legislativo. Y y la verdad que me llamó mucho la atención la figura de Amaya, con el relato que hacía Hipólito Solari Yrigoyen, que fue uno de sus compañeros de vida y otros dirigentes radicales. Empecé a investigar, a consultar las fuentes, y ahí fue surgiendo la idea, y surgió un personaje muy potente, muy valioso, con mucho para dejarnos a las generaciones que siguen, con una muerte tremenda que también impresiona. Todos esos factores juntos, me dieron el empujón para empezar a investigar y a escribir.

¿Quién fue Mario Abel Amaya?

Amaya nació en Chubut, es originario de la localidad de 28 de Julio, cerca de Dolavon, una pequeña localidad del valle chubutense. Ahí se educó, de padres docentes, en el medio del campo, luego hizo su colegio secundario en Trelew. Empezó en el radicalismo a los 16 años, hizo la universidad en Córdoba, fue dirigente estudiantil. Luego en los años 60 se dedicó a defender a presos políticos, el más conocido fue Agustín Tosco, el líder metalúrgico cordobés. En los años ‘70 se incorporó al alfonsinismo, fue de los pioneros del alfonsinismo en Chubut. Ahí participa en la defensa de los presos, de los que escaparon de la cárcel de Rawson, fue perseguido por los militares, y encarcelado. En 1973 fue elegido diputado nacional hasta el ‘76, el golpe de estado. Ahí empieza la cacería de muchos que habían defendido a dirigentes, no sólo gremiales sino también guerrilleros. Amaya tenía una vinculación con Roberto Mario Santucho, del ERP. Lo encarcelan en agosto, pasa por distintos centros de detención, lo torturan, era asmático, tenía complicaciones de salud: no resistió la tortura, y falleció en Octubre del ‘76.

Aquella fue una época trágica para la Argentina, y por lo que vos contás, pareciera que en aquel momento no había grietas, se entrecruzaban los partidos políticos, las ideologías en pos de un fin superior.

Amaya no discriminaba, más allá de un comienzo muy antiperonista: participó en Córdoba un poco de la revolución libertadora contra el peronismo. Luego se fue convirtiendo en un dirigente sin prejuicios y, de hecho en Chubut defendió a un dirigente comunista de apellido Bell. Después a Mario Santucho, que estaba en el ERP. Defendía a gente sin preguntarle el partido político, con una vocación de servicio realmente encomiable, le trajo muchísimos problemas esa defensa de Santucho. Le trajo problemas dentro de su partido, con el sector de Ricardo Balbín, que realmente lo consideraban muy cercano a la guerrilla. Alfonsín lo prohija, lo defiende, lo afianza como dirigente. Pero sí, lo que vos decís es muy cierto, había un entrecruzamiento en todo lo que se denomina el campo nacional y popular, está muy bastardeado el término pero sí. En resumidas cuentas, eran todos los que en ese momento estaban con el tema de la liberación o dependencia, que querían un poco una política antiimperialista, antimilitarista, que luchaban contra los golpes de estado. Ahí estaban muchos radicales que después se nuclearon alrededor de Alfonsín, que Alfonsín de alguna manera los apoyó, la Junta Coordinadora también lo tomó a Amaya como uno de sus líderes, aunque Amaya era más grande, y los jóvenes lo tomaron como un ejemplo de lucha, de convicción.

El prólogo lo escribió Jorge Fernández Díaz

Es muy duro, es recomendable de leer porque resalta el tema de que Amaya aborrecía la lucha armada, y tomó otro camino que el que tomaron los jóvenes que fueron a Montoneros, el ERP y otros grupos que optaron por la resistencia armada. Amaya no coincidía con ellos, a pesar de lo cual defendía a presos políticos, con cierta preferencia por los del ERP, precisamente, porque tenía una amistad con Santucho que venía de la universidad. Santucho estudió en la Universidad de Tucumán, y Amaya terminó en Tucumán, o sea, empezó en Córdoba y como lo perseguían, como era dirigente estudiantil, se fue a Tucumán. Tucumán estaba muy convulsionada y muy cruzada por las ideas revolucionarias.

Escribiste otro libro sobre Alfredo Bravo, que se llama “Un maestro socialista”: ¿hay alguna conexión entre los dos personajes?

Sí, yo sí encuentro conexiones, más allá de que averigüé, pregunté, y aparentemente, no se conocieron. Los dos fueron maestros. Bravo fue maestro hasta los últimos días de su vida y Amaya enseñó en la Universidad de Buenos Aires y fue maestro en su Colegio Nacional de Trelew, así que tenían en común la docencia. También tenían en común la lucha por los derechos humanos. Amaya presentaba todos los hábeas corpus que podía por detenidos, durante el gobierno de Lanusse y antes también, con el gobierno de Onganía, la larga dictadura de la revolución Argentina. Ambos fueron víctimas de la dictadura militar, por suerte Bravo lo pudo contar. Creo que fueron una especie de Quijotes, gladiadores por los derechos humanos, cada uno a su manera. Amaya con su voz finita y su estatura baja, Bravo con ese porte grandote y esa voz cascada de tango y de noche que tenía. A Bravo lo conocí un montón, y por eso la biografía refleja muchos diálogos, charlas con él. Con Amaya no tuve la suerte porque tenía 8 años cuando falleció, así que tuve que apelar a los que lo conocieron para escribir el libro.

El proyecto aprobado en la Legislatura, fue presentado por 3l legislador porteño Sergio Abrevaya.

Entrevista: Claudio Serrentino

Fotos: agustintosco.com.ar y lu17.com

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