GILDA. La santa de la bailanta

La historia triste de una chica de barrio que quería cantar: Myriam Alejandra Bianchi, más conocida como Gilda.

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La foto de Gilda que ilustra esta nota, contrasta notoriamente con lo que uno -que no es de ese “palo”– se imagina del ambiente de la cumbia: es una imagen fresca, tranquila, más cercana a las hipponas del rock que a Gladys, la Bomba Tucumana.

Y así lo cuenta Natalia Oreiro en la película “Yo soy Gilda”: “me gusta Sui Generis, Charly García”, le dice Myriam Alejandra Bianchi -su verdadero nombre- al productor musical “Toti” Giménez, cuando éste le pregunta qué música escucha.

La familia de Myriam alquilaba. Así que vivió en varios barrios: Villa Luro, Villa Devoto, Villa Lugano. Estudió algunos años en la escuela del Perpetuo Socorro, de Villa Luro.

Su padre Omar tocaba la guitarra y su mamá Isabel, el piano. Quería dedicarse a la música, pero a su madre no le gustaba la idea. Debió estudiar para maestra jardinera (Isabel tenía un jardín de infantes). Se casó joven -a los 18- con Raúl Magnin, con quien tuvo dos hijos: Mariel y Fabrizio.

Pero Myriam seguía soñando con la música. Si a eso se le suman sus inmensas ganas de escapar de la vida chata que llevaba, el azar, el destino, o como quieran llamarlo… Ese mix la convirtió en uno de los más grandes mitos de la música tropical.

Un aviso clasificado la llevó a la oficina de “Toti” Giménez, quien vió en ella la gran oportunidad de resurgir, luego de haber conocido el triunfo de cerca cuando formó parte de la banda de Ricky Maravilla, en la época de “Qué tendrá el petiso”.

Y así empezó todo: en esa conjunción empezaron a nacer canciones simples, pegadizas, con ritmo pero con “ángel”, una rareza en el ambiente tropical, más burdo en sus letras.

De a poco, iban sumando público. Pero económicamente, la música no rendía. Si los empresarios son inescrupulosos a la hora de vender alimentos… ¡imagínense los que manejan “la noche”! Y más aún: ¡¡la noche bailantera!! Gilda y Toti eran explotados, y la película cuenta que sufrieron agresiones, amenazas y boicots.

A eso, había que agregarle que la familia no veía con buenos ojos la nueva vocación de Myriam: su marido y su madre no lo aceptaban.

Su vida fue un intenso y dramático contrapunto entre la mujer y la cantante. Si Myriam sufría, Gilda cantaba. La alegría de las canciones que cantaba, no reflejaban en absoluto la vida que llevaba la artista, con reproches familiares constantes.

La historia de esta mujer que le aportó dulzura a la cumbia local, está impecablemente interpretada por la actriz uruguaya, que seguramente exportará el fenómeno Gilda en aquellos países donde tiene miles de fans: Rusia, Israel, Turquía. No tardarán en nacer versiones en idish, ruso y turco de “No me arrepiento de este amor”.

Será un lindo homenaje a esa mujer que fue capaz de imponerse al machismo del ambiente cumbiero, y al de su propia casa. Quería cantar, y cantó. Quería ser una de las figuras de la música tropical, y lo logró.

El 7 de septiembre de 1996, un mal conductor de camiones le quitó la vida y la convirtió en mito. Y según afirman algunos, en Santa. La Santa de la Bailanta.

Claudio Serrentino
Foto: rockandball.com.ar

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