Si Roberto Arlt no hubiera nacido en el 1900, sino en el ‘50, ¿cómo hubiera reaccionado ante acontecimientos tan disímiles como el peronismo, la llegada del hombre a la luna, la deuda externa, la computación, el rock n’ roll, la tele, la caída del muro de Berlín?
Si en este Roberto Arlt imaginario se diera la misma simbiosis que lo trajo al mundo, hoy tendría sesenta y pico, y sería amigo de los “hackers”. Alguna letra suya se hubiera convertido en canción de Sumo (”Mañana en el Abasto” tiene un toque arltiano), se hubiera peleado públicamente con alguno de los escritores de moda, pero no cruzaría palabra con Jorge Asís.
A decir verdad, Arlt tuvo suerte al nacer en los albores del siglo: el periodismo gráfico estaba en el pico de su popularidad y necesitaba escribas que obliguen a los lectores a comprar el diario y seguir sus columnas.
Con sus “Aguafuertes porteñas” lo logró, y era uno de los atractivos más fuertes que tenía el diario (Raúl Larra decía: “El Mundo aumenta su tirada, se vende casi exclusivamente por las notas de Arlt”).
Mientras Roberto Arlt observaba una y otra vez a la gente de la calle, y luego la describía con su prosa, y hacía las correcciones con sus amigos de la redacción, no se daba cuenta de que estaba abriendo una nueva veta en la literatura: la de las costumbres callejeras.
Dicen que siguió la ruta de Fray Mocho, pero le puso su toque brutalmente genial. Él fue el primero en trasladar el lenguaje cotidiano de los porteños a sus relatos, y lo hizo tan pero tan bien, que los amantes del lenguaje “puro”, aún hoy lo critican.
Paro. Me imagino a Arlt en los ‘70: ¿qué hubiera hecho, seguir a los Montoneros o al ERP o sentarse en medio del desierto a gritar “Paremos con esta locura”?
También lo veo encantado de escuchar a Piazzolla, abstraído, estudiando a la nueva fauna hippie que se revuelca en Plaza Francia…
Si Roberto Arlt hubiera nacido en el ‘50, seguro que sus primeros palotes los hubiera hecho en el diario “La opinión”, de Timmerman. Luego, como correspondía, se habría rajado del país.
Y tras un exilio pobre pero digno en París, donde habría hecho de las suyas con Osvaldo Soriano, hubiera vuelto con la democracia para laburar con el gordo Lanata en el mejor “Página/12”, el de las primeras épocas. También hubiera publicado sus artículos en la “Cerdos y peces”.
Hoy, quizás Arlt andaría en la mala, como tantos excelentes periodistas que tienen mucho talento pero poca voluntad de ser devorados por las corporaciones de medios. Y aunque la rigidez del hambre lo obligara, casi no tendría chances: hay miles de estudiantes de periodismo haciendo cola en los medios para laburar gratis. Un tema que merecería algún “aguafuerte”.
Y otras “aguafuertes” que el Roberto Arlt “versión 50” hubiera escrito: “Parejita gay”, “El hombre del celular naranja”, “La vieja que se hace la pendex”, “Para salir del albergue transitorio sin ser reconocido” y otros temas jugosísimos con los que el autor se hubiera hecho una panzada.
Todos estos que le rinden homenaje porque está bien muerto, habría que ver si se lo hubieran bancado vivo. Con sus locuras, sus manías, su rabia de que este mundo fuera tan pero tan real, en el que la miseria no nada. Ni siquiera, lugar para la idealización.
El tipo escribía de pura intuición, pero al mismo tiempo, sabía adónde quería llegar. Hoy, muchos escritores escriben divino pero están perdidos. Curiosidades de la literatura moderna.
Federico Arias