En 1982, el país gobernado por los militares encaraba una nueva aventura bélica cuyo único “logro” fue provocar muertes. Dejó una penosa certeza: costará mucho tiempo, esfuerzo e inteligencia, reincorporar las islas Malvinas al territorio argentino.
Por entonces, la vida cotidiana en cualquier barrio, de cualquier ciudad argentina, era muy distinta a la que vivimos hoy.
Recién había superado los 20 años, y ya tenía una familia a cargo.
La vida era muy difícil: no existían las libertades civiles, los salarios eran de miseria, todo era muy chato y mediocre.
La clase media alta se regocijaba trayendo televisores “color” desde Brasil. La película “Plata dulce” ilustra muy claramente cuál era la situación económica de los argentinos que, entonces, vivíamos bajo el yugo militar-neoliberal.
Durante mis primeros años de adolescencia no lo entendí bien: recién cuando me tocó hacer la “colimba” y viví en carne propia el desprecio que los militares sentían por nosotros, los civiles, comprendí cuál era la lógica del poder: gobernaba el terror, y mejor que hicieras silencio, porque el silencio era “salud” (lo decía una propaganda oficial; ergo, si hablabas, desaparecías).
En lugar de enseñarnos a ser “soldados para servir a la Patria”, éramos víctimas de un régimen perverso, a través del cual nos torturaban física y psicológicamente. Lo único que aprendí en la “colimba” fue a mentir y robar para poder subsistir.
Los que nos quedamos en el país durante la dictadura padecimos esa terrible manera de gobernar, como pudimos: en mi caso, escapaba de la mediocridad oficial escuchando a Serú Girán y Spinetta Jade, leyendo la revista “Humor” y prestando atención a las “entre líneas” de los libretos televisivos de Tato Bores.
Por entonces, era frecuente que militares y policías te detuvieran en la calle para pedirte “documentos, por favor”: si no los tenías, o si los tenías, pero no les gustaba tu cara, te llevaban preso. Una especie de “secuestro express” legal. Si tenías suerte, te soltaban al otro día. Si el “zumbo” se la había agarrado con vos, te hacía tocar “el pianito” (te tomaban las huellas dactilares, y eso te quedaba marcado en los “antecedentes”).
Ahora, después de más de treinta años de democracia “en continuado”, parece increíble hasta contarlo, pero aquello era una realidad asfixiante. Sobre todo, para los jóvenes.
Cuando les contaba a mis viejos las barbaridades que viví durante el servicio militar, me decían, invariablemente: “no exageres”. Ellos estaban acostumbrados a convivir con “las botas”: desde su infancia, las asonadas militares se habían hecho carne en su propia vida cívica, y prácticamente habían descartado cualquier posibilidad de gobierno elegido por el pueblo.
En 1982, parecía que la dictadura se quedaba sin aire, pero entonces -como ahora- la oposición civil casi no existía. Fue la CGT encabezada por Saúl Ubaldini quien intentó hacer la primera marcha en contra del gobierno militar, el 30 de Marzo. Las fuerzas de seguridad no permitieron que los manifestantes llegaran a la Plaza de Mayo.
Cuentan algunas investigaciones periodísticas que la invasión estaba programada para fines de 1982, pero el “tempo” político, apresuró la decisión de los militares.
Pasaron pocos días: el 2 de Abril de 1982 iba hacia el trabajo, semidormido, en el 99. Un titular de “Clarín” me quitó rápidamente la modorra: “Tropas argentinas desembarcaron en las Malvinas”, decía.
Poco después de conocida la noticia, miles de esos “civilitos” que los militares despreciaban, concurrieron a la Plaza de Mayo, a dar apoyo popular a la causa, a ofrecerse como voluntarios, a llevar donaciones para los soldados.
Durante aquellos días aciagos, el presidente de facto Leopoldo Galtieri le habló a la multitud congregada en Plaza de Mayo. Dijo el general: “este pueblo, que yo trato de interpretar…”. La gente le respondió con una estruendosa silbatina.
Los medios de comunicación audiovisuales (radio y televisión) estaban bajo control militar: el canal estatal “ATC” organizó una maratón solidaria, que se llamó “24 horas por las Malvinas”, conducida por Pinky y Jorge “Cacho” Fontana. Participaron casi todas las figuras “top” del espectáculo; en la memoria colectiva quedó la imagen de la legendaria actriz Pierina Dialessi quitándose los aros en cámara, y donándolos al “Fondo Patriótico por las Malvinas” (otra canallada militar: nunca se supo adónde fue a parar el dinero donado). En ese programa se estrenó la canción “Argentinos, a vencer”, que sonó por radios y canales durante todo el conflicto.
Lejos de sumarme a la multitud, la “gesta patriótica” encabezada por Galtieri me provocaba sospechas: ¿ellos, que basureaban a sus propios soldados, iban dirigir una guerra contra una potencia mundial?
Lejos de sumarme a la multitud, la “gesta patriótica” encabezada por Galtieri me provocaba sospechas: ¿ellos, que basureaban a sus propios soldados, iban dirigir una guerra contra una potencia mundial?
Mientras tanto, en el sur, algunos se organizaban para la guerra, y a otros, los seguían “bailando” como hacían los milicos en el continente con los “colimbas”. Las Fuerzas Armadas convocaban a cualquiera, aún a gente sin experiencia.
Un caso me tocó de cerca: un muchacho de la clase ‘59, que no había hecho el servicio militar, fue llamado a presentarse en un cuartel para ir a la guerra. A las 48 horas, estaba en las Malvinas, en la costa, con una “patrulla” (5 soldados, sin ninguna autoridad militar que los tuviera a cargo), “custodiando” que no lleguen los ingleses.
Este muchacho nunca había disparado una sola bala, ni fue entrenado para manejar el FAL que le habían asignado. El resultado fue obvio: se le escapó un tiro que le pegó en la pierna, y debieron llevarlo al continente, por la gravedad de la herida.
Todo empezó a teñirse de sangre con el hundimiento del “Crucero General Belgrano”. Desde allí, serían cuarenta y cinco días de batalla.
Pero en las calles de Buenos Aires, el entorno no parecía el de un país que había entrado en guerra: se asemejaba más a la celebración de un mundial de fútbol. Los boliches y otros lugares festivos, seguían funcionando normalmente. Curioso: los militares represores se habían vuelto displicentes con los civiles, con tal de tenerlos de su lado.
El quehacer cotidiano se quebraba cuando una marcha militar interrumpía los programas de radio y TV, para difundir los “comunicados del Estado Mayor Conjunto”, es decir, la versión oficial de la guerra según la dictadura.
El periodista José Gómez Fuentes, desde el programa “60 minutos”, afirmaba “estamos ganando, seguimos ganando”, como si se tratara de un partido de fútbol, y no de un combate donde perdían la vida muchos compatriotas.
El comentario del periodista fue recordado durante muchos años como una artimaña de los militares para generar convencimiento entre la gente, de que la batalla estaba ganada.
Otra curiosidad: el propio gobierno descreía la bravura de sus soldados, e intentaba manipular a la población con el fin de ganar tiempo en el poder. Pero desde el Reino Unido, el Canal 5 de Londres emitió un documental que avala los dichos de Gómez Fuentes: dicen los ingleses que el desempeño de los argentinos en combate, fue ejemplar. Que si no hubiera habido fallas en el armamento y en la logística, Argentina ganaba la guerra por las Malvinas.
En una parte del programa, un ex veterano de guerra británico afirmó: “Los argentinos podrían haber ganado, si hubieran hecho las cosas bien”.
Quedó dicho por el enemigo: bravío fue el desempeño de aquellos que sintieron la recuperación de las Islas Malvinas como una auténtica causa nacional.
Esos argentinos, civiles y militares EN SERIO, pelearon duramente, y muchos dejaron su vida por una causa que sabían justa.
En cambio, los militares del “proceso” nos dejaron una adición que, varias décadas después, todavía no se saldó: miles de desaparecidos, el nacimiento de la deuda externa (U$S 45.000 millones) contraída para sostener la timba financiera, la destrucción de la industria argentina, y con ella, la pérdida de miles de puestos de trabajo, casi una guerra con Chile, y una guerra (perdida) con Inglaterra.
Los ex combatientes me duelen, porque nunca supimos darles el lugar que les corresponde: son nuestros Héroes, y sin embargo, fueron olvidados y abandonados por la sociedad y sus dirigentes.
Si desde la diplomacia se hubieran hecho las cosas bien, y se hubiera evitado la guerra, otra hubiera sido la historia: así como China, por la vía pacífica, está en vías de recuperar Hong Kong (tener en cuenta que es una potencia mundial, y así y todo, le cuesta)… Si Argentina hubiera profundizado su diplomacia, en lugar de recurrir al belicismo, estaría más cerca de reincorporar las Malvinas.
En cambio, seguimos recordando a los que cayeron, valoramos el esfuerzo de los nuestros en el campo de batalla, y nos queda, apenas, una certeza: costará mucho tiempo, esfuerzo e inteligencia, recuperar el territorio perdido, en buena parte, por aquella torpe decisión de ir a la guerra contra una de las potencias mundiales que integran la OTAN.
Claudio Serrentino