JOSÉ AMALFITANI. Anecdotario

Cuando hice la nota sobre José Amalfitani, me contaron muchas anécdotas sobre su vida, entonces me atreví a pedirle al Director de la Bocina si le podía interesar publicarlas y así me puse a escribirlas.

Llamé a mi estimado amigo Daniel Teubal, hijo de Neville, uno de los cuatro hermanos fundadores de la fábrica textil que tanto trabajo le dio al barrio, que tanto colaboró con quienes le pedían ayuda. Me recordaba que me había contado de Amalfitani, entonces le pedí que me lo vuelva a decir.

“Mi papá era amigo de Amalfitani, solía visitarnos en nuestra casa de Olivos, Juan B. Alberdi 651, se tomaban unos whiskys. En una oportunidad le preguntó si le podía prestar un dinero que necesitaba para solucionar un tema de las tierras de Vélez. No recuerdo bien, creo que le prestaron una suma importante, cien mil o ciento cincuenta mil pesos. Pasado el tiempo, unos dos meses o un poco más, Amalfitani vino con una valijita a nuestras oficinas, en la calle Alsina al 700, traía la devolución del dinero. Mi papá le preguntó qué era eso, y ante la respuesta, se sonrió, le dijo: llevátelo de vuelta…”. Mostraba dos buenas actitudes: la de Amalfitani pagar sus cuentas y a los Teubal a ser generosos con la comunidad.

Jorge Uricchio, un vecino muy conocido en el Barrio de Versailles, me contó que lo recuerda muy bien a Don Pepe:

“Se reunía con los socios y simpatizantes de Vélez por Reservistas Argentinos, donde había dos fortines a la entrada, y charlaba con nosotros, y comentaba las cosas que quería lograr en el Club. Me acuerdo que yo, teniendo unos 12 años y junto con otros compañeros donde estaba también Hector Gaudio -que llegó a Presidente del Club- nos mandaba a buscar unos durmientes en desuso que estaban al costado del ramal del Trencito, que venían bien para ponerlos en la tribuna donde hoy está la platea norte. Era todo campo, y los cuidaba un guardián que nos corría con una escopeta con sal. Nosotros nos avivábamos en ir cuando él no estaba. En una oportunidad, cuando concurre el secretario del gobierno, Dr. Cereijo, el jugador wing izquierdo “Maserati” Menéndez le entregó un presente, era su último año que jugaba. En Vélez se inauguró la primera pileta olímpica de la Capital, donde se practicaba wáter polo, saltos ornamentales, y el bañero era Lentino. En una de las charlas con don Pepe, un día le dijimos que había en Ferro uno que quería jugar en Vélez, se lo recomendamos y nos dijo… ‘si tiene interés, que me venga a ver’. El jugador era Carlos Griguol. Don Pepe daba la vida por el club, y siempre tenía ideas renovadoras. Defendía mucho a los socios porque era el capital del club”.

Me comuniqué con Oscar Brendanas, el hijo del guarda del Trencito. Sabía que algo me iba a contar:

“Yo nací en el año 1929. A Amalfitani le habían dado la laguna y necesitaba llenarla para poder empezar a pensar en levantar el estadio. Era una tarea difícil. Mi papá era desconfiado, y un día me llevó de la mano para ver lo que se estaba haciendo, yo tendría unos 8 años. Cruzamos el Arroyo Maldonado, frente a mi casa, y vimos a un hombre con overol, con una pala recibiendo basuras, todo venía bien. Mi papá le preguntó quién era, y le respondió: Amalfitani. Estaba trabajando como un peón cualquiera. Decía: ustedes manden, que un peón lo va a descargar. ¡Y el peón era él! Calculo que la laguna tendría una profundidad de más de dos metros. Ese lugar ten a locomotoras viejas, hierros, todos los rezagos que producían los Talleres. Por entonces había muchas demoliciones en la capital, y muchas veces no sabía dónde tirarlas, entonces cuando se enteraban, todo venía a parar aquí: ladrillos, escombros, etc. La Teubal tenía unos desperdicios del lavado de la lana, que ellos lo vendían y servía para hacer la crema lanolina, pero Neville, que era todo un caballero, le mandaba esos fardos de lana prensada para contribuir al relleno de la laguna. Amalfitani iba casa por casa para pedir ayuda, hacer nuevos socios. Era maestro mayor de obra, decían que era un pariente lejano de Perón (sic) de tercer grado. Cuando le iban a pedir ayuda, les decía: vayan a ver como hace Amalfitani… Hablaba bastante inglés, lo hacía con el jefe de los Talleres de Liniers. Ahí venían vagones destruidos, y se reparaban a nuevo. Amalfitani le llevaba los bulones oxidados que habían quedado de los tablones de las canchas, y como en los Talleres tenían fraguas, se los devolvían en buenas condiciones para volverlos a colocar en los durmientes en desuso del ferrocarril usados, para instalar las tribunas. Todo venía bien. La de Vélez fue la primera cancha que tuvo luz eléctrica. Cereijo, que era el secretario del gobierno, le mandaba bolsas de cemento al precio oficial, era como el dólar de ahora, aparte no se conseguía, eso lo ayudaba mucho. Vélez tenía un arquero muy bajito, se llamaba Rotman. Amalfitani trajo los arcos de la otra cancha, tenía las maderas vencidas por el tiempo que no se había utilizado. Entonces los dio vuelta, y quedaron muy altos y le hacían muchos goles, eso no le gustó a Spinetto, que no quería tener un arquero petiso. Era de esos italianos trabajadores, a veces cabreros, no siempre, eso sí, pagaba siempre las deudas. Fue un genio por todo lo que hizo”.

Recurrí a la memoria de Humberto García, que vivió y vive muy cerca, en el Barrio CoViFam -hoy Barrio Kennedy- y sigue disfrutando a su Club. Desde muy chico empezó con su gran vocación, el patín; aunque después practicó hockey sobre patines, yudo, gimnasio, vóley, natación. Vélez brindaba todos los deportes, como así lo quería Amalfitani: para él no era sólo fútbol.

“Tenía unos 7 años cuando empecé con los patínes extensibles. Al comienzo los alquilábamos a Luis, que estaba al lado de la Intendencia. Los profesores eran Alicia y Joaquín, muy buenos. Practicábamos los miércoles de 17 a 21 horas, también los sábados y domingos. Cuando ya contaba con 10 años empecé a participar en los festivales, muy importantes y con mucho público, esto se puede ver en las notas que hacían a toda página en los diarios como ‘La Prensa’. Recuerdo ver a Amalfitani por todo el Club, era muy cariñoso con nosotros. Nos alentaba mucho, vivía para el Club. Cuando había partido, nos hacía vestir con la indumentaria de cada actividad, y desfilábamos orgullosos en la cancha. Fue una gran persona. Recuerdo también los bailes en las pistas del Club, la cabina de sonido, el kiosquito Gino que vendía pomos, serpentinas etc. También a los profesores que continuaron enseñándonos: Norma y Víctor”.

Pablo Guerrini, un vecino de Versailles y estudioso de Vélez: “Según me contaron, Amalfitani era de Rácing; cuando la familia se mudó al Barrio de Flores, se hizo de tres amigos que fueron los fundadores de Vélez, y en esa época cambió de equipo. En la memoria de 1912 se registran la incorporación de 20 socios, dentro de los cuales estaba Amalfitani. Por las gestiones que hizo para conseguir los terrenos de Basualdo, lo nombraron presidente. Cuando el Club se va a la B, unos pocos socios que quedaban lo fueron a buscar y dijo: ‘no me trajeron al velorio de Vélez sino para sacarlo de esa situación’. Se negó a poner el busto de Eva Perón, porque no quería mezclar al Club con la política. Comprometía a cualquiera, como a Marvasso …le agradezco lo que me ofreció en materiales para el Club. Daniel Willington era un jugador que quería mucho, cuando le pagaba su sueldo, le retenía una buena parte, para después comprarle la casa. Cuando Vélez compitió por el Campeonato 1968, los jugadores le reclamaron los premios en caso de ganar, y les respondió: ‘no importa, que juegue la Tercera’. A los hinchas le dijo: ‘si quieren campeonatos, háganse de Boca’. Amalfitani decidió hacer peñas, rifas, y con lo recaudado, les entregó los premios: ‘no voy a comprometer los recursos del Club, estos hay que generarlos’. Toda una lección. ‘No estamos para ganar campeonatos, lo importante es la comunidad. Para mí, es más importante un ladrillo que un campeonato’. En oportunidades, hipotecó su casa para conseguir los créditos para avanzar las obras en Vélez. Un ejemplo. La empresa de la familia construyó el Complejo Chapadmalal. Respecto a la historia de la camiseta, se dijo que las habían dejado en una tienda de la calle Calendaria, un equipo de rugby de Nueva Zelanda. Un grupo encabezado por Gabriel Pekarek investigó el origen de las camisetas, se comunicó con la Federación de Nueva Zelanda, y le respondieron que no había ningún equipo que usara esa camiseta. Por otra parte, no figura ese cambio en las Memorias del Club. Se llegó a la conclusión que la V era un símbolo de la masonería al cual pertenecía Jose Amalfitani”.

Rubén Oscar Sindin: “Mi papá Jesús, trabajaba en la Teubal como clasificador de lana, y apareció el Tano Amalfitani para proponerle a cada trabajador que donara una bolsa de cemento; a cambio, los dejaba jugar un partido en la cancha. Se armaron equipos por sección, y jugaron los partidos. Esto ocurrió dos veces, y los trabajadores contentos de jugar en la cancha de Vélez…y él de conseguir el cemento”.

Juan Carlos Valente me cuenta: “mis guías en la vida fueron mis padres y después Amalfitani. Era todo un ejemplo para mí. Mi tío me contó que cuando se decidió ponerle el nombre Amalfitani al Estadio, todos por unanimidad votaron a favor. Fue un visionario”.

Luis Diego Segovia, un jugador que llegó a la Tercera de Vélez, recuerda: “en una oportunidad, Amalfitani estaba mirando un partido de tercera, y vio a un camión que, por una mala maniobra se le cayeron unos pocos ladrillos… bajó de la tribuna y los trajo al Club”.

Beba San Félix, una señora que resultó muy conocida en Vélez, contaba que cuando el Club se fue a la B, le quedaban pocos socios. Ella vivía en Villa Luro; “Amalfitani iba casa por casa, tocando el timbre para hacer nuevos socios… era intenso”.

Me resultó muy agradable recorrer la vida de Amalfitani, a través de la gente. En el Barrio todos son de Vélez y tienen mucho para contar. Su legado es muy importante y el Club está para contarlo. Engendró y generó esta obra tan importante para beneficiar a la familia velezana. Tenía ideas muy claras, sabía lo que quería y cómo lograrlo; a pesar de lo dificultoso, no se desanimaba. No cualquiera se pone a llenar esa profunda laguna, no achicarse, ser el mismo que se ponía el overol y a descargar escombros, basuras, etc. Esas imágenes se reproducen en mi mente, también esa vocación férrea e indestructible, cómo pudo imaginar y llegar a sus objetivos. Sirva este humilde homenaje en su recuerdo, para que nadie se olvide de José “Pepe” Amalfitani.

Susana Boragno
Fotos: Gentileza familia Amalfitani, Susana Boragno

También le puede interesar