El 26 de Julio de 1952, el radioreceptor transmitía la triste noticia:
“Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación, el penosísimo deber de informar al Pueblo de la República, que a las 20.25 horas, ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación”.
Dicen los memoriosos que durante mucho tiempo, todos los días, a las 20.25, las radioemisoras interrumpían su transmisión para recordar que, a esa hora, Evita pasó a la inmortalidad.
El funeral de Evita fue el más impactante de la historia argentina, y quizás, de la historia mundial. Porque hubo dolor popular genuino, manifestado sin vergüenza en la calle. Muchos años después, aquellas imágenes de los noticieros de la época, siguen impactando.
El desfile incesante de ciudadanos que fueron a despedirla, obligó a que el velorio se extendiera hasta el 9 de Agosto. Ese día, frente a dos millones de personas, 38 hombres y 10 mujeres fueron los encargados de trasladar la cureña con los restos de Evita.
Muerta María Eva Duarte, nacía el mito de Evita. La abanderada de los humildes, la justiciera, la indómita. La mujer que empujó a otras mujeres a meterse en política, que hasta entonces era un “privilegio” masculino. Pero ella irrumpió y cambió las reglas.
Es que, objetivamente, Evita se puso a hacer, desde lo más alto del poder, lo que nadie había hecho hasta ese momento: ayudar a los más pobres.
Claro que no estaba sola: tuvo a su lado al político más brillante del siglo XX -objetivamente hablando-, quien supo apreciar y destacar el trabajo de Evita.
Entonces -como ahora- los políticos eran una “casta” (como instaló muchos años después Milei), que negociaban y se turnaban en el poder, amparados por los interesados de siempre. El resto de los argentinos los sufría, y se los bancaban como podían. Pero un día apareció Perón…
Su complemento perfecto era Evita, una mujer emprendedora, cuya obra espantó, literalmente, a los interesados, que pretendían mantener su “status quo”: quedarse con las ganancias de un país rico, mientras sumergían a la población en la pobreza, la indigencia y la explotación.
La obra primero, el funeral después, generaron escozor en los grupos de poder antiperonistas. Comprobaron que el mito estaba vivito y coleando, lo que los espantó más.
Por eso las prohibiciones, las maniobras para esconder su cadáver, y tantas barbaridades que fueron pergeñando a lo largo de los años (golpes militares incluídos). Lo hacían en nombre de una falsa moral, en defensa de un estilo de vida perimido, obsoleto y egoísta.
Le tenían miedo al mito de Evita. Eran conscientes que hasta una muerta podía derrotarlos. Nunca lo pudieron superar.
Evita fue pionera en enfrentar a las castas privilegiadas. Unos años después, en 1955, otra mujer, Rosa Parks, inició la revolución negra en EEUU, al negarse a ceder el asiento de un colectivo a una persona de raza blanca (hasta ese momento, los blancos tenían, por ley, prioridad para sentarse).
Por supuesto que el gobierno peronista tuvo errores. Mi vieja siempre se quejaba que, en “la época del que te dije”, en la escuela, era obligatorio leer el libro “La razón de mi vida” (escrito por Evita), que no se conseguía azúcar blanca (había azúcar negra y no abundaba), que si no eras del Partido Peronista no te daban…
Errores que, en la actualidad, no se corrigieron, o se corrigieron a medias. Es de esperar que aprendan la lección, sepan vivir y convivir en democracia. Que no todos somos peronistas, pero entre todos conformamos la Patria.
¿Falta de experiencia? ¿Pifias de juventud? Puede ser. Evita murió a los 33 años. Cuando Perón llegó al poder, en 1945, ella tenía apenas 26 años. Una péndex en el gobierno…
Me hace bien suponer que, si Evita hubiera vivido unos cuantos años más, hubiera sido más respetuosa con aquellos que no pensaran como ella. Que hubiera sido bárbaro verla sumar, a sus virtudes, la tolerancia y la pluralidad. Me hubiera encantado ver la reacción de Eva Perón ante los hechos que la historia nos hizo vivir durante los años postreros a su muerte. Y qué hubiera dicho sobre algunos personajes de la política actual que, con trivialidad mayúscula, se autodefinen como “peronistas“…
De todas maneras, su mito está intacto: muchos años después, su imagen sigue siendo una especie de estampita partidaria a la que se le imploran mejoras laborales, sociales, económicas.
También, esa estampita es convenientemente ignorada por los traidores a la “causa peronista” (que los hubo, hay y habrá, recordar la década del ’90).
“Santa Evita” es el título de una novela de Tomás Eloy Martínez. Al lado de los que vinieron después -salvo honrosas excpeciones- insaciables, ambiciosos, y miserables políticos (y militares que jugaron a la política), indudablemente que Evita fue una santa.
No soy peronista, ni anti peronista. Pero debo confesar que me agradó escribir una nota positiva sobre un personaje político. Mito que sobrevuela la realidad argentina, también en el siglo XXI.
Claudio Serrentino