
Por estas calles, y por otras más precarias, el cura Jorge Bergoglio se cruzaba con la realidad todos los días.
Cuando fue arzobispo de Buenos Aires, recorría todos los barrios visitando a las parroquias. Daba misas. Bendecía a los fieles, y también los escuchaba.

En una de las festividades de San Cosme y San Damián, patronos secundarios de la parroquia Nuestra Señora de la Candelaria (Floresta), durante la pandemia, relató a través del zoom su experiencia de niño, cuando lo llevaban a la iglesia. El testimonio, emotivo, un fresco de aquellos años, puede verse en el canal de You Tube de la parroquia.
Vivió en Flores, estudió en la escuela técnica Yrigoyen cuando tenía su sede en Floresta (hoy en Monte Castro); creció en estas calles, se curtió de nuestras realidades, porque anduvo por todos los barrios y villas. Bergoglio no le escapó a la pobreza. La enfrentó, abrazando, acompañando, compartiendo con sus hermanos. Un verdadero cristiano.
Muchos años después, llegó a la cima: el Vaticano, donde se enfrentó a los obispos que llevaban vidas de millonarios.
Pregonó el amor, la solidaridad, el perdón. Luchó para que terminen las guerras, el hambre, las injusticias. Pero ya se sabe: el poder no suele escuchar a aquel que no lo consiente.
Jorge Bergoglio, el querido Papa Francisco, dejó un gran legado de coherencia, de vivir como se predica.
¡Gracias por tu ejemplo, querido Jorge!
Claudio Serrentino