
Mientras el mundo católico despedía al papa Francisco en la Basílica de San Pedro, una escena rompió la solemnidad del estricto protocolo vaticano. Una monja de 81 años, con una mochila al hombro, se acercó al féretro del Pontífice y lloró en silencio durante más de 20 minutos, sin que nadie se atreviera a interrumpirla.
Se trata de Sor Geneviève Jeanningros, una religiosa franco-argentina cuya amistad con Francisco y su dedicación a los marginados la convirtieron en un símbolo del legado del Papa fallecido.
Geneviève Jeanningros, nacida en Francia hace 81 años, pertenece a la Congregación de las Hermanitas de Jesús y ha dedicado más de cinco décadas a trabajar con comunidades marginadas en Ostia, a las afueras de Roma.
Vive en una caravana junto a otra religiosa, compartiendo su día a día con feriantes, artistas de circo y mujeres transexuales, muchas de ellas en situación de prostitución.
Su labor social la llevó a convertirse en un puente entre estos grupos y el Papa Francisco, quien la apodaba cariñosamente “la enfant terrible” por su carácter fuerte y su compromiso con los olvidados.
Desde 2022, Jeanningros asistía regularmente a las audiencias generales de los miércoles en el Vaticano, llevando a personas trans y homosexuales para que conocieran al Papa.
“Lo aman tanto porque es la primera vez que un Papa acoge a personas trans y gays. Le agradecen porque finalmente han encontrado una Iglesia que les ha tendido la mano”, explicó en una entrevista a medios vaticanos.
Durante la pandemia, colaboró con el cardenal Konrad Krajewski para llevar ayuda a estas comunidades, y en julio de 2024 logró que Francisco visitara el parque de atracciones de Ostia, donde bendijo una estatua de la “Virgen protectora del espectáculo ambulante y del circo”.
La relación entre Jeanningros y Francisco se remonta a décadas atrás, cuando Jorge Mario Bergoglio era arzobispo de Buenos Aires.
Su conexión se fortaleció por un dolor compartido: Geneviève es sobrina de Sor Léonie Duquet, una monja francesa desaparecida durante la dictadura militar argentina (1976-1983).
Duquet, junto a Alice Domon, fue secuestrada por el represor Alfredo Astiz y asesinada en los “vuelos de la muerte”. Su cuerpo fue hallado en una fosa común junto al de Esther Ballestrino de Careaga, quien fuera jefa de Bergoglio cuando trabajaba como técnico químico.
En 2011, Jeanningros testificó en el juicio contra Astiz en Comodoro Py, un proceso que resultó en la condena del militar por delitos de lesa humanidad.
Este episodio creó un lazo especial con Francisco, quien durante su pontificado apoyó la apertura de los archivos vaticanos sobre la represión en Argentina, un gesto que Geneviève agradeció como un acto de justicia histórica.
Un adiós que conmovió al mundo
El gesto de Jeanningros en la Basílica de San Pedro no pasó desapercibido. Mientras cardenales y obispos desfilaban para despedir a Francisco, quien falleció el 21 de abril a los 88 años por un ictus cerebral, la monja se acercó discretamente al féretro, vestida con su hábito celeste y una mochila verde. Permaneció allí, rezando y llorando, en un momento de intimidad que los guardias suizos respetaron, conscientes de la profunda amistad que unía a la religiosa con el Papa.
La imagen de Sor Geneviève, arrodillada y emocionada, se viralizó rápidamente, siendo compartida por diferentes medios, y conmovió a usuarios en redes sociales, quienes destacaron su autenticidad y devoción. Su presencia simbolizó el espíritu de Francisco: una Iglesia que abraza a las periferias, que no teme romper barreras por amor y que pone a los marginados en el centro.
A pesar de que no formaba parte del rígido protocolo que obligaba a los cardenales, obispos y personal del Vaticano a ser los primeros en dar el adiós al pontífice, nadie se atrevió a decirle a la religiosa que ese no era su lugar y allí permaneció durante varios minutos.