
La crisis del Hospital Garrahan es la punta del iceberg de la crisis de todo el sistema de salud pública. Que de seguir así, concretará el sueño más húmedo del presidente Milei: destruir el Estado desde adentro.
Como es costumbre cuando hay que ocuparse de los temas gubernamentales -es decir, no hay que tuitear, tarea vital que lleva horas diarias, ni viajar al exterior, ni pasar largo tiempo en algún streaming oscureli, ni visitar el canal halagador LN+- el gobierno nacional tardó días (sí, días enteros) para definir qué hacer ante el conflicto que afecta al hospital que atiende los casos más complejos de niñas y niños.
Los médicos residentes contaron ante cámaras que cobran $ 2.912 la hora, familiares de pacientes dieron fe de la gran labor que realizan en el hospital, se realizó una marcha multitudinaria que milagrosamente no fue reprimida (¿quiénes, y con qué parámetros, decide cuándo reprimir y cuándo no…?), en los medios se difundió la solidaridad de personajes públicos de todo tipo y tenor.
Por el lado oficial, lo de siempre: Guillermo Francos dijo que “hay más administrativos que médicos“, lo cual fue desmentido desde el hospital, simplemente mostrando las listas de personal frente a las cámaras.
Patricia Bullrich fue más allá: “todos ganamos poco, hay que tener paciencia”. Un planteo buenísimo, suena comprensivo pero es absurdamente irreal, es decir, típico de este gobierno: andá a subirte al colectivo sin pasar la SUBE (“téngame paciencia, señor chofer”); “amigo carnicero, ya le pagaré lo adeudado, tenga paciencia”, comentale al comerciante mientras te llevás la bolsita con medio kilo de falda parrillera sin oblar ni un centavo. Repetí el mismo esquema ante la librería luego de las compras escolares, ante el propietario que debería cobrar el alquiler de la vivienda que habitás, en la fábrica de pastas, la verdulería…
Ojo: ésta puede ser una buena táctica para Luis Caputo: “señores del FMI, tengan paciencia, no puedo juntar los dólares. Pero queremos pagarles, eh”.
El asunto es que luego de ver la larga lista de testimonios desgarradores de pibes pacientes del Garrahan, y cuando desde el gobierno empezaron a oler descomposición electoral, salieron las dos argucias de siempre.
Por un lado, la promesa de recomposición salarial: les aumentarían a los médicos residentes a un palo trescientos (aumento del cual todavía no dan fe los residentes, ya que por estas horas, no hay ninguna resolución oficial que lo confirme).
Por el otro, acusar al kirchnerismo de llenar el hospital de ñoquis, un viejo truco que va perdiendo efecto, porque hace un año y medio que gobierna Milei. En todo ese tiempo, ¿no se les ocurrió fijarse quién iba a trabajar, y quién no, sobre todo si forman parte de un gobierno que “quiere terminar con los curros de la política”? Controlar eso no debería llevar más de una hora. No lo hicieron en 18 meses; ¿quiénes son los ñoquis, entonces?
El presidente fue más allá: en el colmo de la desubicación, se la agarró en redes sociales con el pibe Ian Moche (12 años). Lo acusó de “kuka”, como si eso lo justificara todo: la falta de altura (Milei es adulto, debería comportarse como tal), la falta de educación y de respeto (Milei es presidente, debería dar el ejemplo), la negligencia de desactivar un hospital de complejidad (Milei es el máximo responsable de la salud pública, debería lograr que funcione bien), la arrogancia de creer que siempre tiene razón (Milei es humano, y los humanos nos equivocamos a menudo).
El mismo esquema de excusas y argucias usó el gobierno para enfrentar otras desgracias: las inundaciones, los alimentos para los comedores, los incendios, las universidades, los jubilados, los discapacitados. Le sumó a esta penosa lista a los pibes enfermos.
Es decir, el Estado no está para quienes más lo necesitan, mientras le facilita las cosas a los inversores (que así y todo, no invierten), a los que necesitan blanquear dólares, a los multimillonarios que cada vez pagan menos impuestos.
Un importante sector de la sociedad apoya a esta administración: esos millones de ciudadanos, ¿avalan este comportamiento perturbador, que se exhibe sin pudores desde lo más alto del poder institucional? ¿Realmente se sienten representados por el odio, la crueldad y el espíritu destructivo de Milei?
Quizás, estén tan resignados, que ya ni siquiera quieren ir a las urnas para intentar cambiar las cosas.
Entre falsedades y mentiras de todo tipo y tenor, el gobierno nacional navega a los manotazos, durante el conflicto del Garrahan. A diferencia del capitán del Titanic, Milei no disimula sus deseos de que el barco Argentina se lleve puesto al gigantesco cubito.
Claudio Serrentino