MATARON a Facundo Cabral, y los narcos -estúpidos narcos, que envenenan vidas a cambio de otro veneno: el dinero- nos privaron de seguir escuchando a un tipo que hablaba tan lindo…
Ya casi no hay personas así, al menos, en la gran vidriera de la TV o la radio.
Me pasa pocas veces, y no me pasa seguido: hago zapping hasta que me canso de no encontrar nada, y apago. Muy pocas veces, logro detenerme en ese lugar donde Facundo habla de la VIDA, porque cuando él habla, la VIDA toma esa dimensión, es toda con mayúsculas.
Así me pasó el día que lo mataron, desconociendo yo la noticia… Aparece Facundo Cabral en C5N, donde lo entrevista Beto Casella (un capo, el Beto, deja hablar al entrevistado, lo más difícil para un entrevistador).
Y Facundo que habla de su vida y que cuenta esa maravillosa historia del llamado que le hiciera la Madre Teresa de Calcuta a un programa del canal Televisa, en México.
Estaba el programa en el aire, y los conductores leen mensajes de los televidentes. Entre esos mensajes, uno en particular pone pálido al locutor, quien atina a decir:
– Llamó Teresa…
Y Facundo Cabral, que había tenido un gran amor llamado Teresa, dijo:
– Teresa, mi gran amor, la mujer que más amé en la vida… ¿Cuándo nos encontramos para revolcarnos y prender fuego un hotel?
Desde atrás de cámaras, le hacían señas de que pare. No era su antigua novia, sino la Madre Teresa de Calcuta, quien inmediatamente salió al aire, y le agradeció a Facundo, porque “hay mucho Jesús en tus palabras”.
– ¿Por qué no te vienes mañana tempranito, como a las 5, a… -y dió la dirección al aire-?
Termina la anécdota diciendo Facundo:
– ¡Te podés imaginar la cantidad de gente que había ese día, y a esa hora, en el lugar donde me había citado la Madre Teresa!
Facundo Cabral era un niño autista, que dijo su primer palabra a los 6 años, y aprendió a leer a los 14. Dice que cuando un cura le enseñó a formar palabras, ese juego -combinarlas- le gustó tanto, que empezó a mezclarlas, y a generar frases.
Esas palabras convertidas en frases, que a su vez transmitían pensamientos, sentimientos, esperanzas y fe, ayudarían a mucha gente, a encontrarse con su espiritualidad, algo que hoy en día no se logra así nomás.
Pero Cabral lo hacía sencillo. Atrapaba tu atención, y así lograba traspasar la carne, para llegarte al alma.
Su propia existencia le había enseñado lo suficiente como para andar contándolo por ahí, e incluso, para codearse con grandes, como Borges, Ray Bradbury, Arthur Rubinstein.
Una vez, se cruzó con Jorge Luis Borges -del que luego se haría amigo- en un restaurant. Los que estaban en la mesa con Facundo, lo saludaron:
– Qué tal, Maestro… Nosotros somos colegas suyos.
Borges les pregunta (y Cabral imita la voz de Borges):
– Ah, qué interesante. ¿Y ustedes que escriben?
– Somos cantores de protesta – dijo uno.
– Ah, qué bien… -responde Borges- Tienen suerte, porque a mí, cuando estoy enojado, no se me ocurre nada.
Anécdotas como estas hay a montones, y pintan la frescura, desfachatez, sabiduría, sencillez, don de gentes y generosidad de Facundo Cabral, porque él no era un personaje compuesto para el escenario.
Luego de su muerte. el payador Claudio Gorrini, más conocido como “El Gaucho Talas”, confesaría un secreto a los medios:
“Recuerdo cuando en su chalet de Mar Chiquita, a principios del ’80, Facundo me mostró un armario con los discos de oro que había obtenido y me dijo: ‘Eso no vale nada, lo de la Madre Teresa de Calcuta es lo importante. Le donaré el millón de dólares que tengo ahorrado”.
Me gustaría cerrar con algunas de sus frases sabias, dedicadas a sus asesinos:
“Mi madre creía que que el día del Juicio Final el Señor no nos juzgará uno por uno -ardua tarea- sino el promedio, y si juzga el promedio estamos salvados porque la mayoría es buena gente.
El bien es mayoría, pero no se nota porque es silencioso -una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye, hay millones de caricias que construyen la vida-.
Diría mi madre: Si los malos supieran qué buen negocio es ser bueno, serían buenos aunque sea por negocio.
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos será el Reino de los Cielos, que -si se me permite- incluye a la Tierra, aunque los hombres no aprendan jamás…”
Claudio Serrentino