Mientras la multitud reclama por las mujeres maltratadas y asesinadas, los funcionarios públicos miran la marcha por TV y se encogen de hombros: todavía no entienden cuál es su rol en este drama.
Buenos Aires se tiñó de negro, y si no hubiera sido por la lluvia -y los paraguas que le pusieron algo de color a la tarde- el panorama de las masas que se movilizaron entre el Congreso y la Plaza de Mayo hubiera sido oscuro. Muy oscuro.
Como oscuro es lo que nos está pasando: tipos que maltratan a las mujeres. Con palabras y con hechos. Una barbaridad, sí: porque son bárbaros. “Son salvajes, crueles o faltos de compasión hacia la vida o la dignidad de los demás”, así los define el diccionario.
Pero no hay palabras para definir el sufrimiento que generan estas bestias.
La multitud fue a reclamarle a dos de los tres poderes que componen el Estado, que actúen, que hagan algo para evitarlo. Entre 2008 y 2015, los bárbaros se cargaron la vida de más de 2.000 mujeres, y dejaron a más de 2.500 chicos sin mamá.
En lo que va de 2016, las estadísticas muestran que la macabra tendencia se acrecienta: una víctima cada 21 horas.
Desde el Congreso a Plaza de Mayo, los manifestantes le llamaron la atención al Poder Legislativo y al Ejecutivo. Faltó el reclamo al Poder Judicial (quizás el más perverso de todos).
En el Congreso, mandaron una señal aprobando la ley de paridad de género para cargos electorales. Apenas un simbolismo que no cambiará los hábitos machistas que todavía impera en muchos sectores de la sociedad.
Hacen falta acciones concretas para revertir una tendencia cultural que provoca estos resultados, que enseñe a todos a tratarse con respeto y sin violencia.
El problema es que mientras se espera, siguen ocurriendo asesinatos, como los de Lucía Pérez, Viviana Rodríguez, Beatriz Valencia Parra, Beatriz Cañumán, Natalia Padilla, Samatha Yoerg, María Elisa Acuña, Marilyn Méndez, Alejandra Duarte y Vanesa Débora Moreno, quienes se convirtieron en víctimas durante las semanas previas a la marcha.
El Estado -todos los que lo componen, y a quienes entre todos les pagamos el sueldo- debe ponerse los pantalones largos, y hacerse cargo de la situación.
TODOS: desde el Presidente hasta el agente de policía, desde el Ministro de la Corte Suprema hasta el empleado más joven del juzgado, desde el Diputado nacional hasta el Concejal del pueblito más chico del país, deben escuchar este reclamo.
Dejen de encogerse de hombros, y de pensar que el reclamo no es para ustedes: ponganse a laburar, laburar, laburar, hasta lograr que el respeto sea la única manera de tratarnos entre todos.
Claudio Serrentino
Foto: Télam