La historiografía argentina ha sido un verdadero campo de batalla, donde el significado profundo de la Revolución de Mayo de 1810 y el período inmediatamente posterior, siguen siendo una nebulosa tanto cuando es leído desde la perspectiva “mitrista” como desde la “revisionista”.
Otros intentos más “científicos” pueden haber añadido rigor documental, detallismo y sofisticación analítica, pero no parecen haber contribuido decisivamente a despejar la bruma. En conjunto, y con sus muchas diferencias, esas interpretaciones quedan atrapadas de una u otra manera en un sistema binario y dicotómico.
Vayamos a las teorizaciones mencionadas. Bartolomé Mitre no estaba en un convento cultivando repollos cuando escribió sus “fundacionales” libros sobre Belgrano (“Historia de Belgrano y de la independencia argentina”, edición ampliada en 1889) y San Martín (“Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana”, publicada de 1887 a 1890).
Mitre, desde su gobierno de la provincia de Buenos Aires, acabó con la Confederación Argentina -de las restantes 13 provincias, presidida por Urquiza- y fundó la República Argentina, bajo el imperio de extender los ferrocarriles (británicos) para exportar los productos bovinos y ovinos y todos los demás que en un futuro se incorporaran (por incluirse nuevas regiones aptas para nuevas explotaciones agropecuarias) para exportar a la metrópoli industrial inglesa.
Don Bartolomé también debía sumar a los grandes propietarios de las demás provincias, combatir a los campesinos y gauchos del interior, suprimir el “mal ejemplo” paraguayo (industrial y autonómico del imperio) -ver La Bocina de Julio de 2012- y, por último (logrado por Julio A. Roca) eliminar a los indígenas de las pampas, Patagonia y Gran Chaco; a estas tareas, Mitre le aportó su “relato” de “bronces y mármoles” y dejó de custodio (guardaespaldas) al diario “La Nación” (propiedad suya).
Nominó, a propósito, como “dechado de males” al período 1828-1853: Adolfo Saldías (también liberal, pero rosista) completó este hueco con su “Historia de la Confederación Argentina” (publicada entre 1881 y 1883), en el que el bronce ecuestre pasa a ser Rosas (no los pueblos de la Argentina).
Tanto mitristas como rosistas, de ayer y de hoy, están de acuerdo en aplicar ese “gran pecado” de la Historiografía que es el anacronismo, o sea: no analizar los hechos del pasado con las herramientas aptas para aquel pasado, sino con las concepciones “útiles para el presente” (o de otra época).
Es así que se escinde a 1810 de 1806/1807 (invasiones inglesas), pero también de 1776 (emancipación de las colonias inglesas de Norte América), de 1789 (Revolución Francesa), de 1780 (inicio del alzamiento de Túpac Amaru en Alto Perú) y de toda esta primera etapa de la Revolución Industrial con epicentro en Gran Bretaña, en el cual esta “potencia emergente” busca simultáneamente:
– Demorar y derrotar el intento expansionista-capitalista-colonial francés (industrialista) en la India, en Norte América (Luisiana, Quebec, Caribe), y, en la época napoleónica, en toda Europa;
– Ocupar el rol directivo en la reestructuración de las colonias hispanas en América (en decadencia por la caída en la explotación de plata y oro, uno de los motores de los levantamientos de indígenas y comuneros), mientras profundiza su dominio sobre su “aliado-sometido” “sub-imperio” luso-brasileño;
– Derrotar a las insumisas 13 colonias (hoy USA), manufactureras y con ambiciones expansionistas, que se levantaron ante el aumento de impuestos inconsulto -dirigido a financiar las guerras coloniales de Londres-.
El ciclo revolucionario en el “recién organizado” (1776) Virreynato del Río de la Plata se inicia con el levantamiento tupamaro, sus repercusiones cataristas (en Alto Perú) y comuneros (Paraguay, Nueva Granada); sigue siendo influido por el pensamiento liberal-progresista-“iluminista” revolucionario francés y americano, y también por el “temor” ante el Levantamiento de los esclavos de Haití, que lograron su libertad personal e independencia nacional derrotando a las tropas republicanas y luego imperiales francesas (“mal ejemplo” para los siervos indígenas).
También existen motivaciones internas: afán de inserción directa (evitando el monopolio comercial español) en la “red” que converge en Londres, proveyendo no sólo cueros (fundamentales en las correas de transmisión de la maquinaria industrial) sino también carnes saladas (tasajo) para alimentar los esclavos de Brasil y Antillas. A este respecto, hay que mencionar que ya en 1800 había saladeros (con mano de obra de peones) en el Río Grande do Sul -Brasil- y en la Banda Oriental del Uruguay, aunque todavía no en el “Litoral” del futuro territorio argentino ni en Buenos Aires (por la carencia de provisión de sal).
En 1810, en todo el territorio del Virreynato del Río de la Plata, no había “naciones previas” (si exceptuamos las comunas de pueblos originarios y la -desmantelada- Provincia Jesuita de las Misiones Guaraníticas) que predeterminaran su secesión futura en cuatro repúblicas, a partir de 1824 (Junín y Ayacucho, últimos combates independentistas contra España) y 1828 (expulsión luso-brasileña de la provincia Cisplatina-Banda Oriental) -lo mismo se puede decir de toda Hispanoamérica-.
Por eso consideramos que el territorio en la Guerra Independentista Hispanoamericana a analizar, es la totalidad del Virreynato del Río de la Plata (y obviamente, el total de colonias y su relación con el levantamiento del pueblo español en su lucha contra el invasor napoleónico y la formación de Juntas Provinciales y la Junta Central de Sevilla). Luego de la formación de la Primera Junta en Buenos Aires, ésta decide expandir el ideal “juntista-independentista” (retrocesión del poder a los pueblos, ante carencia de Rey) hacia Paraguay, el Norte-Alto Perú, y la Banda Oriental, amén de todos los cabildos intermedios del Noroeste, Cuyo, Córdoba y Litoral. Pero no es por “ambiciones anarquistas separatistas de caudillos” de aquellas tres futuras naciones que la Independencia no es de “todo el territorio”.
Saltemos a Julio de 1816: ¿a qué provincias representaban los “diputados” del Congreso de Tucumán? La Liga de los Pueblos Libres, impulsada por la Provincia Oriental desde 1813, bajo las “instrucciones” de las Asambleas de los Pueblos, a saber: inmediata declaración de la independencia, república democrática, participación popular, autonomía de las provincias bajo una confederación, capital fuera de Buenos Aires, eliminación de impuestos interprovinciales y libre navegación de los ríos; esta Liga, impulsada por Artigas, y que incluía a la Banda Oriental, Santa Fé, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Córdoba, acabó con el monopolio portuario porteño, eliminó aranceles interprovinciales, los bajó para los productos paraguayos (independiente desde 1812), y los elevó para las importaciones que compitieran con la producción local. Estas seis provincias NO enviaron diputados al Congreso de Tucumán, hegemonizado por el alvearismo, en alianza con todos quienes querían “frenar la voluntad incontrolada del populacho” (los “directoriales”).
Como el Alto Perú estaba bajo dominio realista -pese a la guerrilla de las republiquetas, la mayoría blanca estaba aterrorizada por el llamamiento de Castelli de 1811 en Tiahuanaco en quechua y aymará a la liberación de los indios-, los directoriales “eligieron” a diez “diputruchos” incondicionales entre los emigrados. Sumando a los siete diputados porteños y delegados fantasmas del Interior -el porteño Pueyrredón representaba a San Luis, entre otros- los directoriales se aseguraron mayoría cómoda, sólo cuestionada por diputados “federalistas” de Córdoba, Tucumán y Salta; los diputados de Mendoza y San Juan (que respondían a San Martín) al declararse la independencia “de cualquier manera”, no representaban ningún peligro para el dominio de los intereses portuarios.
Este Congreso de Tucumán, como vemos, fue amañado, mal que le pese a todos los que no les guste la representación popular, si no asamblearia, por lo menos debatida con sus votantes y representados de masas.
Así empezamos. Así seguimos. No fue sólo “la injerencia de potencias extranjeras”. Hay que analizar los intereses contrapuestos en el seno de la “Nación” para dilucidar los distintos conflictos históricos.
por Sergio Javier Agunin
Imagen: registro.educ.ar