Fueron decenas de miles. Las imágenes son elocuentes. Coparon las calles, llegaron en micros, o viajaron por su cuenta. No reclamaron por justicia en general, sino por una medida en particular: el desafuero de Cristina.
Argentina transita el presente juzgando el pasado y ninguneando el futuro, como si éste fuera un detalle menor, un simple trámite que se resuelve mágicamente.
Por supuesto que hay que investigar y condenar los delitos del pasado.. Todos los delitos, no sólo los del gobierno anterior.
Pero en realidad, el futuro es lo más importante. Es decir: trabajar por vivir en un país con salud, educación, vivienda y trabajo para todos. Sin embargo…
La cuestión es disimular el presente. Mientras el gobierno nacional se esfuerza, a través de sus medios oficiales y privados, de mostrar al 21-A como una manifestación “independiente” (es decir, no convocada por Cambiemos), las consignas y los cánticos confirman que no sólo fue una marcha en contra de Cristina, sino a favor de Macri.
Era de manual: con los medios inflando hasta la exasperación el tema de los “cuadernos”, los “arrepentidos”, los “jefes de la banda”, los “bolsos” y demás frases repetidas hasta el hartazgo, la convocatoria iba a ser importante.
Y lo fue. Y está bien. Si hay gente que apoya a este gobierno, no hay ningún problema en que lo manifiesten públicamente.
Sin embargo, no pudieron vivar ninguna de sus medidas: no hubo aplausos para el dólar a $ 30, la inflación con piso del 30% anual, el préstamo del FMI y sus nefastas consecuencias, los tarifazos semanales, el recorte a las jubilaciones…
Tampoco hubo referencia alguna a los aportantes truchos de Cambiemos, los lazos entre los “cuadernos”, la “patria contratista” y la familia Macri (también son casos de corrupción).
Con nada para aplaudir, recordaron la motivación de su voto, la razón de su naif compromiso político: el odio a los K, empezando por Cristina.
Con Macri y el “mejor equipo de los últimos 50 años” perdido en su laberinto económico, con las ideas agotadas, y apelando a la timba financiera como única ocurrencia mientras se patea el problema hacia adelante, a los adherentes a Cambiemos se les acababa el aire para alentar.
Pero pronto llegaron los tanques de oxígeno, gracias a la explosión mediática de los cuadernos del chofer (en realidad, de la amante del chofer, del amigo del chofer, del periodista de La Nación que aportó la fotocopias, de los cuadernos que parece que se quemaron… pero no importa).
La difusión detallada de la corrupción K volvió a generarles ganas de salir a las calles. Y así lo hicieron: coparon el frente y los alrededores del Congreso Nacional, y la gente se amontonaba sobre Rivadavia y también, sobre Callao. Fue una manifestación multitudinaria.
Pero curiosamente, no reclamaban justicia (a ver si por esas complicaciones leguleyas, cae alguno de los suyos), sino el desafuero de la ex presidente. “Presa la queremos”, “No vuelven más”, “Argentina sin Cristina” y “devuelvan lo robado”, fueron las consignas más cantadas.
Los K miran las imágenes resignados. Así y todo, siguen negándose a recorrer las evidencias. Prefieren decir que todo es parte de un complot político-mediático-judicial, para impedir que Cristina les escupa el asado en 2019, a los referentes de los manifestantes de ayer.
Hay mucho de complot, por supuesto, como hubo en Brasil. Pero hay una matriz de corrupción innegable. Y ahí está el problema más grave; y también, el empuje principal para quienes ayer reclamaban el desafuero a viva voz. La obstinada, caprichosa, y hasta sospechosa negación.
Cristina pone cara de pobrecita, quiere jugar a Juana de Arco. Pero durante 12 años, no pudo evitar que la corruptela empresaria-estatal tapara, con su olor a podrido, lo bueno que pudo haber dejado su gestión, y la de su marido.
Ella parece haberle escrito el guión a Bonadío. “Investiguen a los empresarios que pagaron coimas”, pedía. Y aparecieron los empresarios, arrepintiéndose y zafando. “El primo de Macri también está metido”, sugirió Cristina. Y Angelo Calcaterra también pasó por el confesionario del juez.
Para peor, renegó de cualquier posibilidad de autocrítica. Ya no de la corrupción. Incluso, de su gobierno. Ergo, hizo todo bien.
Y si hizo todo bien… ¿Por qué la pobreza no bajó? ¿Por qué el país no pudo desarrollarse, tomar un rumbo económico cierto, planificar un futuro sólido, en base al empuje que se obtuvo con el crecimiento a tasas chinas durante la década “ganada”?
¿Por qué se la dejaron servida a Cambiemos, poniendo al monje negro Zannini como el posible sucesor de la pantalla Scioli? ¿Por qué se encerraron en sí mismos, atacando y descalificando a los demás, acusando a los que no pensaban como ellos de “traidores a la patria”?
No hay respuestas; pero sí están los barras de siempre para gritar y despotricar contra todo el resto. Igual que cuando estaban en el poder: D’elía, Moreno y Samid se comportan como peones mediáticos que siguen defendiendo a su reina, aunque ésta esté a punto de quedar en jaque mate.
Para algunos, son impresentables. Para otros, son bandera de la lealtad inquebrantable.
Muchos otros se llamaron a silencio, como Scioli. Aníbal F. sale sólo si es imprescindible aclarar algo. Alguno cayó en la tentación de botonear (Abal Medina y su pen drive).
La alternativa de poder para 2019 está en terapia intensiva, en buena parte, por culpa de su propia miopía política.
Y esa es la excusa para salir a la calle: los miles que coparon las calles del centro porteño sienten que a los K se les cayó la careta.
Celebraron la condena del pasado, mientras ignoran el presente y desechan el futuro.
También ocurrieron manifestaciones similares en otras ciudades como Rosario, Mendoza, Mar del Plata, San Juan y Neuquén.
Quizás, sea lo único que esa marea humana pueda celebrar.
El gobierno que apoyan, no vino a repartir alegría, precisamente.
Claudio Serrentino
Foto: Ritmo Paraná