Silvia Irigaray es la mamá de Maxi, uno de los pibes fusilados en aquella tremenda noche del 29 de diciembre de 2001. Desde entonces, participó en innumerables causas, y es una de las fundadoras de Madres del Dolor. Silvia recuerda sus días de vendedora, su relación con Maxi, su proceso de reconstrucción luego del profundo dolor que la invadió, y sus charlas en las escuelas de policía, a través de las cuales trata de “humanizarlos”.
¿cuántos años que venimos conversando? Y eso ayuda mucho, mucho. A lo largo de estos años, recorrí un camino que me fue sacando del dolor y me fue llevando a algo tan amoroso, tan productivo, y eso sola yo no hubiera podido nunca, entonces vos y tantísimos que no soltaron la mano… es fundamental.
Me acordaba que tenía un set de fotos que perdí en alguna de las mudanzas, lamentablemente… Había una foto tuya en una de las primeras marchas, ibas con el perrito.
Ah, con el Pompi,
Me acuerdo que ibas con una cara de dolor tremenda. ¿Cómo fue que te re compusiste, cómo fue que te armaste desde aquel momento dramático, a esta mujer que hoy hasta que nos transmite optimismo a los que te escuchamos?
Por empezar, siento que estoy más fuerte cada año que pasa, estoy también 20 años más grande, pero más fuerte. Creo que el secreto estuvo y está en no aflojar jamás, fui pensando en nuevos desafíos. A ver, ¿cómo hacía yo para superarme? No sólo como persona, como mamá. Yo podría decirte que Maxi es el creador de esta Silvia. Yo no sabía que podía ser así, que podía ser fuerte, que podía no morir de tristeza… Y bueno, elegí esto, elegí esto, de primero pensar que Dios desde el primer momento sostuvo a los chicos, él se encargó ahí de contenerlos, de llevárselos, cuidarlos, mimarlos. Y una vez que se me ocurrió eso, que fui como poniendo imágenes… Por ahí, a veces, me surgen palabras sueltas, por ejemplo desde hace unos días me gusta mucho decir “enhebrar”, enhebrar reflexiones, expresar sentimientos, que es lo que realmente fui haciendo estos 20 años. Por eso digo que fui buscando cómo superarme, y además Maxi necesita… Creo que me regala sonrisas permanentemente al verme inquieta, y al verme que bueno, que voy agradeciendo permanentemente. Es maravilloso lo que pasa con los más jóvenes. Hace pocos días estuve con una jovencita que hoy tiene 28 años. Ella me decía: los sábados que ustedes hacían marchas, mi mamá me decía: vamos, vamos que tenemos que ir, y ella levantaba el bracito así, ahora tiene un metro setenta, pero yo hacía así para arriba y le decía: “vamos!”. Y entonces yo le preguntaba: ¿y a vos qué te pasaba con esas marchas?. Dice: “Ah, me encantaba, porque llovía, nos mojábamos, cantábamos… yo no entendía nada”. Entonces ese es un ejemplo, ahora la mamá ya no la tiene que llevar de la mano, decide por sí sola y fue la que me dijo: “¿qué te parece si cortamos Gaona como en aquella época ahora a los 20 años?”. Y le dije: no tenemos que cortar Gaona, porque nosotros ya conseguimos. Y me dice: “pero yo quiero recordar, pensé: podemos hacer candelas y podemos marchar”. Bueno, eso me encanta. Así que tomé la idea de esa joven y vamos a tener las candelas, las vamos a llevar cuando terminamos la misa que salimos de la Parroquia de la Candelaria, fuimos marchando con las candelas hasta El Corralón. Lo hermoso es que nace de esta joven y otra joven dice: “y bueno, y podemos hacer un mural”. Todo eso es fantástico, porque es idea de ellos. Entonces el día, yo sé que el día que ya no pueda más, el día que yo me muera, va a haber, siempre va a haber gente que va a seguir con esta posta. Es fantástico, no sé si pasa en otros barrios, no sé si pasa en otras comunidades, que haya un compromiso tan hermoso. Entonces, cuando a mí me dicen: “sos un faro”… yo lo que les pido es que ya que se contagian la energía, que no aflojen.
En aquel final de 2001, vos estabas perdiendo un hijo y todos -vos incluida- estábamos perdiendo el país, porque había explotado todo por los aires. ¿Eras consciente de lo que estaba pasando?
Sí, era consciente. Porque Maxi, que trabajaba conmigo, él me estaba cuidando a mí, el 19 de diciembre. Nosotros le proveíamos a los supermercados algunos artículos, y él estaba mirando la violencia por la tele, y estaba asustadísimo, y como sabía mi recorrido… Yo ese día tenía que ir primero a San Fernando, después a San Miguel y después a La Matanza. Me llama y me dice: “mami, volvé para casa”, y yo le digo: no, Maxi, acá no pasa nada. Y me dice: “pero están saqueando supermercados”. Y le digo: pero acá en este que entro no, ahora me voy para tal otro y bueno, él me iba llamando a cada rato y me dice: “mami, ¿cómo te lo tengo que decir?, volvé a casa”. Y bueno, en el último supermercado, que fue en La Matanza, ahí me topé con la violencia. Había un hombre de seguridad, que ya por supuesto me conocía de muchos años, y me hacía señas con la mano que retome, de contramano pero que retome, que me vaya. Adelante mío, yo estaba absolutamente asombrada con la cantidad de personas que salían, pero no salían con comida, salían con botellas, botellas, televisores, microondas. Era una imagen que me había impactado, la tengo grabada, grabada en mis retinas. Salgo de ahí, me estaciono, y me pongo a llorar como una criatura, lo llamo a Maxi y le dije: tenías razón… Y me dice: “Bueno, venite que preparo algo para comer, y me costó un montón manejar desde La Matanza hasta llegar acá a casa, nos abrazamos muy fuerte. Bueno, almorzamos con mi mamá, con la Tita, y con él estaba el Pompi. Era terrible, terrible ver, terrible. Mirá, ahora otra imagen que tengo muy grabada, es una persona que corría con un arbolito de Navidad, la recordarás también, porque fue como una foto que círculó. ¡Un arbolito de Navidad, robarse eso! Al otro día, el día 20, ya con estado de sitio, por supuesto no salí a trabajar, y ya nos quedamos en casa mirando, mirando cómo se caía el país a pedazos. Me acuerdo que aparece la imagen de la Casa Rosada y De La Rúa que huye, y lo llamo a Maxi que estaba en el cuarto de él, leyendo, y le digo: vení, mirá, mirá. Maxi asoma la cabeza desde el dormitorio y me dice: ¿que pasó? y le digo: mirá, mirá De La Rúa, se está yendo. Él dijo: “yo eso no lo quiero ver, después de lo que acaba de hacer huye como una rata, no lo quiero ver”. Cerró la puerta y siguió leyendo. La verdad, en ese momento, ese hombre se equivocó muy feo, él creyó que si daba la orden de reprimir, que la dió y lo firmó -porque eso está firmado por él, que no hay que olvidarse de eso- y después se fue. No se podía ir por la puerta grande, se fue por el techo… Esa represión que siguió en el país, esas muestras tan salvajes de brutalidad, llegó a Floresta. Llegó a Floresta y los chicos que estaban sentados en el maxi kiosco de la estación de servicio, de espaldas a la puerta, mirando en las noticias, cómo el videograph de abajo iba sumando muertos… Y salió la opinión que da Maxi, porque en esas imágenes había una pantalla repartida y se mostraba Córdoba, Santa Fe, y en uno de los recuadros era en el Congreso y en la Plaza de Mayo. A la multitud que había, les venían pegando con mucha furia la policía… Bueno, unos de los policías cayó en manos de toda esa gente que estaba enfurecida y empezó a pegarle, empezó a pegarle a ese policía. Convengamos que no está bien, yo no estoy apoyando las palabras de mi hijo, convengamos que no está bien que se alegren por eso. Porque lo que dijo Maxi fue algo así como: “bueno, por fin la liga uno de ellos”. Pero tampoco es para que los fusilen, porque faltó este poder de la palabra, que ahora vos y yo estamos utilizando.
Pasaron 20 años y hace unos días ocurre lo de Lucas González, ¿qué sentiste?
Me estremeció la muerte de Lucas, me estremeció que 20 años después, otra vez había sangre derramada, que otra vez había alguien había plantado un arma, que había tiros, que había testigos de eso… Tan parecido a la masacre de Floresta, que una mamá como es Cintia, con la que tengo contacto permanente, donó los órganos de su hijo, como hice con Maxi. Esa brutalidad policial me afectó terriblemente porque, porque la verdad es que sentí y dije: pucha, ¿sigo o no sigo?, ¿hablo y me escuchan? porque hasta lo que pensé: esos tres policías que eran y yo pensaba: por ahí, hasta pasaron por los cursos que yo participo desde el 2003.
Contame de qué son esos cursos, adónde participás.
Participo en distintas escuelas de formación policial de la Provincia de Buenos Aires, acá en la ciudad, en algunas provincias me ha tocado viajar a pedido de diferentes gobernadores como fue la gobernadora de Catamarca, que me llamó a la noche y me dijo: “por favor, ¿usted puede venir mañana? porque van a salir 500 policías y la verdad me gustaría que antes de darles el arma la pueden escuchar a usted”. Indudablemente me sentía útil. Lo que vuelco en esas charlas es, nada de odio, pero sí hablo del dolor, sí hablo que tenía una familia maravillosa, y que de repente uno de mis hijos no estaba más, y que fue por una bala, y que fue por esa rapidez para el gatillo… Y te digo que incomodan muchísimo mis palabras. Me doy cuenta porque en el zoom de estas escuelas, de las charlas, siempre son a más de 1000, he llegado a 1100, 1500, 1700. Imaginate que se escuchan el ruidito de esas mil y pico de sillas que se mueven, o sea, esa incomodidad que les da, como: “esta mujer lo que está diciendo”. Después siento el ruido de los mocos, como que cuando lloriquean y se les caen los mocos, es típico, se escucha siempre. Mi idea es humanizarlos. Yo ya estoy pensando si la mamá de Lucas está preparada para acompañarme. Yo ya estoy invitada, el director máximo que es un comisario general de la Vucetich, me manda un mensaje y me dice: “Silvia, contamos con vos en el 2022, te necesitamos”. Y para mí eso es fundamental, que me lo diga un policía. Me escriben policías que fui conociendo a lo largo de estos años, me dicen que sea fuerte, que yo con mis palabras les llego, me hablan de compromiso moral. Me derrumbé un ratito el día de la muerte de Lucas… me puse mal, pero fueron tantos los mensajes que recibí ese noche, desde periodistas de policiales que ni me conocían, y me decían: “ni se te ocurra abandonar este barco”. Me duró un rato, me puso muy triste,
El otro día, releyendo tu libro “Huellas” redescubro el capítulo donde contás que te volviste a reír, ¿cuánto pasó desde la muerte de Maxi, el asesinato de Maxi hasta que te volviste a reír?
Qué lindo que me preguntás eso. Pasaron 5 meses. Yo no podía, la verdad que no podía dormir, comía a la fuerza, me empujaba bocados y me tomaba vasos enormes de agua para empujarlos. No, agua no, soda porque la burbujita de la soda era como que arrastraba ese pedazo de queso, ese pedazo de pan. Me costaba, pero yo sabía que no tenía ganas de morirme, eso lo tenía muy claro, y un día viene un periodista, y me preguntó: “contame cuándo te animaste a reír”. Dentro de mi insomnio leía, miraba programas, miraba cosas, a ver qué me atraía, qué me llamaba la atención. Y encontré el capítulo de Mr, Bean, que para mí era bastante tonto pero a mis hijos les encantaba, y yo escuchaba las carcajadas y yo decía: qué sé yo… Fue un humor siempre lindo, inocente, y esa noche ese capítulo me hizo largar una carcajada desde lo más profundo… y después me tapé la boca con una mano y con la otra, pensé: yo no me puedo reír, yo no estoy en condiciones, no debo reírme, parecía que nunca más en la vida. Y en ese momento se me aparece Maxi pero tal cual, no me habla pero él me sonríe, y entonces yo ahí me doy cuenta y le dije: “ay hijo, vos querés que yo me ría”. Y ahí desapareció, y ahí lo entendí, y dije: Bueno, no lo tengo que poner más triste, o sea: yo siempre entendiendo que Maxi está, que escucha, que ve, que participa, que me baja letra, por ejemplo para hoy, para cosas de rememorar. Y fue la primera vez que me permití largar la carcajada, aunque la anulé, porque sentí que estaba muy mal. Pero bueno, apareció él. Fue fantástico, tengo que decir que fue la única vez que apareció, después apareció en sueños pero nada más que eso, porque sino creo que me hubiera vuelto loca, no sería muy sano que alguien que está tan lejos aparezca. Pero bueno, no hay dudas que el mensaje que me quería dar él era: “mami, así no vamos para ningún lado así que ponete otra vez la sonrisa”. En realidad yo siempre tuve esa característica, que heredaron mis dos hijos: el buen humor, la risa fácil, el estar ahí siempre aportando alguna pavada que hace reír al otro. Y bueno, yo tenía que aprender a vivir con este dolor, tenía que amigarme con la vida, y amargada no iba a poder. Entonces bueno, fueron apareciendo distintas formas, y esto de reír y de maquillar las ojeras, que cuesta pero uno puede hacerlo y bueno, y seguir. Hay que seguir, no hay dudas. Además todo el mundo ayuda a poder recordarlos, a homenajearlos.
Esta Silvia nos habla de amor, nos da ejemplo, nos da fuerza. ¿Cómo era la Silvia anterior, esa que laburaba vendiéndole productos a los supermercados?
Ah, me encantaba. Me encantaba porque era tan divertido, la gente porque los supermercados eran muchos y era respetar un cronograma y yo decía: hoy voy para zona norte y Maxi me decía: “bueno, entonces yo voy para zona sur”. Me iba a Aeropartque, dejaba el auto y me subía en el avión que salía 5.30 iba para Jujuy, volvía a la tarde porque había otro vuelo que era a las 6 de la tarde creo, y después a la noche, de sobremesa, decíamos: ¡¿vos qué hiciste hoy? Bueno, yo fui y volví a Jujuy o por ahí a Rosario”. Era media turca, vendía todo lo que se te pueda ocurrir, todo, desde las cosas más paquetonas como vajilla francesa, muebles de jardín de Italia, hasta trapos de piso de una fábrica de Mar del Plata, una fábrica de macetas de plástico, cerveza, preservativos -que cuando me dijeron yo dije: ¿les parece?-, cuando fui me acuerdo que uno de los de Carrefour me dice: no, dejate de embromar… Divertido, no sólo hacia plata, porque la verdad era muy buena como vendedora. Entonces estaba feliz, y siempre tuve esto de prestar mucha atención. Por ejemplo, si el comprador me contaba y me decía: “uy, estoy nervioso porque ya los próximos días va a nacer mi primer hijo”. Yo tenía esa virtud de tener memoria para todo eso. Y entonces, cuando volvía le preguntaba ¿nació?, y yo llevaba la cartera repleta de caramelos o de chupetines, entonces automáticamente le regalaba un caramelo y le decía: un cachito de dulzura. Bueno, eso era divertido, era lindo, porque estaba trabajando pero también estaba haciendo algo lindo, no era nada monótono como verás. Pero no pude, no pude seguirlo, lo intenté, pero todas esas personas con las que hacía muchos años que yo estaba trabajando, todos conocían a Maxi. Entonces, tenerme a mí ahí de frente era como que faltaba la otra mitad. y ellos no podían entonces me decían: “no te preocupes Silvia, te pasamos los pedidos de otra manera, no te molestes, andá a descansar”. Y entonces ahí dije: Bueno, esto terminó acá y la verdad es que con la muerte de mi hijo se me terminó la ambición. Yo siempre consideré que uno tiene que tener un poquito de ambición, tiene que decir: bueno, tengo que juntar plata para poder pintar mi casa, tengo que cambiar las cortinas y esas cosas… eso lo perdí. Siempre me gustó la ropa, el maquillaje, los zapatos, pero era como que nada tenía sentido. A partir de ese día que te conté, que me pude reír, fue cuando dije: no, esta no es la mamá que quiere Maxi. Y me sirvió de mucho, levanté todos esos pedazos que estaban en el piso, porque la verdad es un derrumbe lo que pasa en el cuerpo con una tragedia tan grande. Yo tenía unos cuantos problemas de salud que no encontraban qué era, fueron a varios médicos. Hasta que descubren que la tiroides se había secado como una pasa de uva, de tristeza. No me voy a olvidar nunca de eso, porque así pasó a ser la carátula de mi historia clínica del San Camilo. Costó bastante tiempo, no fue sencillo que me puedan poner otra vez en órbita pero yo ponía mucha voluntad. Por eso sí, es físico, yo tenía muy claro que no quería saber nada con un psiquiatra por ejemplo, porque el psiquiatra ¿qué hace? Te medica, y a mi, que me medique no me iba a cambiar, si la tristeza iba a estar lo mismo. No quería ni un psicólogo, porque yo decía: si tengo la posibilidad de hablar del caso, esa fue, es y será mi terapia.
Hace 20 años la economía andaba a los tumbos, el país llegó a terapia intensiva y había gatillo fácil, como sufrió tu hijo y como sufrieron los otros pibes de Floresta. 20 años después es más o menos lo mismo, la economía anda a los tumbos y sigue habiendo gatillo fácil ¿qué es lo que nos falta para aprender y mejorar?
Creo que deberíamos tener -no sé si a mí me corresponde. porque soy una simple ciudadana, una mamá- pero los que están, los que estudian política, los que están en diferentes sillones y me refiero a todos: diputados, senadores, presidente, a todos, a todos, un poco más de diálogo, porque desde este caso, que a mí me estremeció… Y 20 años después sigue habiendo policías que son fáciles para el gatillo, y que me lastimó tanto que me puse a llorar… Te voy a contar algo, que esto lo viví: la señalización que se colocó en Gaona y Bahía Blanca, para ponernos de acuerdo dónde se ponía al cartel llevó un montón de tiempo. Entonces yo decía: si esto que para nosotros es muy importante pero es una pequeñez, porque es una pequeñez… El pedido lo mandé a través de una carta a la Secretaría de Derechos Humanos de Nación, los primeros días de agosto, donde solicitaba esta cartelería que es la que están poniendo en distintos lugares del país donde hubo violencia institucional. Ellos me contestan de que sí, que se acordaban que eran los 20 años y que bueno, que sí, que sí. Tenemos una reunión y les digo: la verdad que la esquina es tan trágica… si yo pudiera elegir, elegiría la Plaza del Corralón, donde está el monumento, donde hay niños, hay alegría, hay color. Eso suscitó que unos digan: el Corralón sí, el Corralón no, tiene que ser en la esquina… y terminé aceptando que sea en la esquina pero esto se decidió casi un mes antes del acto… A a lo que voy es que era algo chiquitito, chiquitito, que llevó un montón de tiempo que Estado y Ciudad digan: Bueno, sí, acá sí, acá no, y demás. Si algo así lleva tanto tiempo, qué difícil debe ser manejar un país ¿no?
Claudio Serrentino
Foto: La Bocina