MARTÍN GÜEMES. La revolución de los gauchos

El 16 de Junio suele realizarse, alrededor del monumento que homenajea al General Martín Miguel de Güemes, en la ciudad de Salta, la “guardia bajo las estrellas”. Un evento que se realiza desde 1944, y al que concurren gauchos de todo el país.

La idea es estar presentes para recordar el último día de vida del prócer. Güemes, a diferencia de otros próceres como San Martín o Belgrano, murió en batalla.

El joven Güemes había partido de Salta para estudiar en Buenos Aires, cuando lo sorprendieron las invasiones inglesas.

Su primer hazaña fue capturar al buque inglés “Justine”, que había encallado cerca de Buenos Aires. Martín ya entonces encabezaba un grupo de valientes a caballo, que dominaron a los invasores.

Luego de la Revolución de Mayo se unió al Ejército patriota: integró la expedición al Alto Perú, y combatió en el sitio de Montevideo.

El nombre de Güemes empezaba a ser reconocido entre las filas patriotas. Por aquellos tiempos ocurre su primer cruce con Manuel Belgrano, que se ve obligado a mandarlo preso a Santiago del Estero.

¿Motivo? Se había puesto en pareja con una señora que, anteriormente, había sido esposa de un miembro del ejército. Algo normal en estos tiempos: que una persona se desenamore de alguien, y se enamore de otre. Por entonces, muy mal visto.

La señora en cuestión –Juana Inguanzo– ignoró las medidas disciplinarias. Siguió a su amor y se fue a vivir a Santiago, adonde había sido confinado. Pero Belgrano insistió con el disciplinamiento: debió mandarlo a Buenos Aires…

En 1815, Güemes vuelve a Salta, apadrinado por el General San Martín. Lo nombran gobernador y le encomiendan organizar la resistencia a los realistas, que pretendían llegar a Buenos Aires desde el norte.

Allí nace el mito, que define el general José María Paz en detalle: “Güemes utilizó el bien conocido arbitrio de otros caudillos, enemistar a la plebe con la clase más elevada de la sociedad. Era relajado en sus costumbres, poco sobrio, incluso carecía de valor personal, puesto que nunca se ponía en peligro. Pero era adorado por los gauchos, que veían en él no sólo al representante de su propia clase, sino al protector y padre de los pobres, como lo llamaban”.

Tiene problemas con las autoridades de Buenos Aires; para enfrentar al enemigo, Güemes no usa las tácticas de combate tradicional. Aprovecha al máximo los pocos recursos disponibles, y se aprovecha del desconocimiento del enemigo en cuanto al territorio.

Entonces, inicia una “guerra de guerrillas” (los vietnamitas lo imitarían un siglo y medio después, y lograron vencer al Golliat estadounidense). Convierte a todos -bueno, a casi todos- los salteños en sus aliados. Muchos se militarizan, otros espían los movimientos de los españoles.

La táctica es molestar, entorpecer, no dar batalla abiertamente (lo cual pondría a los patriotas en desventaja, por su equipamiento) sino desgastar al enemigo. En términos futboleros: no dejar que el enemigo tenga la pelota.

Los realistas caen en la cuenta de lo difícil de la travesía. El general Joaquín de la Pezuela, que había peleado en la batalla de Gibraltar, describe claramente, en una carta, la táctica de nuestros patriotas: “Su plan es de no dar ni recibir batalla decisiva en parte alguna, y sí de hostilizarnos en nuestras posiciones y movimientos. Observo que, en su conformidad, son inundados estos interminables bosques con partidas de gauchos apoyadas todas ellas con trescientos fusileros que al abrigo de la continuada e impenetrable espesura, y a beneficio de ser muy prácticos y de estar bien montados, se atreven con frecuencia a llegar hasta los arrabales de Salta y a tirotear nuestros cuerpos por respetables que sean, a arrebatar de improviso cualquier individuo que tiene la imprudencia de alejarse una cuadra de la plaza o del campamento, y burlan, ocultos en la mañana, las salidas nuestras, ponen en peligro mi comunicación con Salta a pesar de dos partidas que tengo apostadas en el intermedio; en una palabra, experimento que nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial“.

Pero los españoles insisten con la idea de recuperar su colonia, y envían al norte argentino a los militares que derrotaron a Napoleón (!!) en Europa. El patriota salteño insiste con su táctica, y organiza un ejército popular distribuidos en pequeños batallones, de no más de 20 hombres.

Güemes recupera Humahuaca e incita a los realistas a que ataquen la ciudad de Salta, simulando una retirada, mientras los pequeños grupos atacaban súbitamente a las fuerzas enemigas, cuya moral empezó a flaquear. Los españoles terminaron volviendo al Alto Perú.

Sin embargo, en Buenos Aires, no se le daba mucha importancia a las batallas por la independencia. Les preocupaban más los conflictos en la Banda Oriental. Llegaron a ordenarle a San Martín que viniera con su ejército a reprimir a los futuros uruguayos. El prócer los ignoró, y así logró libertar tres países.

En ese panorama, Salta había sido abandonada a su suerte. Güemes esperaba ayuda económica de los porteños, que nunca llegó. Mientras, se desataba la guerra civil. El salteño le escribía a Manuel Belgrano: “El patriotismo se ha convertido en egoísmo. Todos los hombres se han echado con la carga y quieren que sin trabajo les llueva el maná del cielo. Semejante apatía e indolencia obliga a tomar providencias sensibles, y lo cierto es que si hemos de salvar al país, es necesario cerrar los ojos y los oídos y tomar el camino del medio. Así lo he dicho en estos últimos días, pero ni eso me ha valido”.

El año 1821 encontró a Güemes frente a varios enemigos. Uno de ellos, el vecino gobernador de Tucumán Aráoz. Éste se había aliado con los terratenientes salteños, quienes a su vez, habían negociado con los españoles, con el único objetivo de echar a Güemes del poder.

Dice el sitio Revisionistas sobre los últimos momentos de Güemes: “En la noche del 7 de junio de 1821 los españoles ocupaban la ciudad de Salta y Güemes que con una escolta de 50 hombres se encontraban en casa de su hermana Magdalena despachando la correspondencia con su secretario; al necesitar un documento que se encontraba en el Cabildo, despachó un ayudante a buscarlo, el cual en la plaza fue tiroteado en la oscuridad al contestar un ¿Quién vive? de los realistas. Güemes que creyó nuevamente en un movimiento subversivo, salió de la casa para indagar el origen del tiro y en la plaza fueron tiroteados por otra partida y al desbandarse la escolta, el caudillo tomó por una calle lateral, donde tropezó con otra partida realista que le hizo fuego, hiriéndolo de gravedad. La bala ingresó por la cadera y salió por la ingle. Sin largarse del caballo, logró salir a las afueras de la ciudad, donde algunos de sus partidarios acompañaron al general herido desde el Campo de la Cruz hasta su campamento en El Chamical. A los diez días, el 17 de junio de 1821, el gran caudillo, debilitado por la abundante hemorragia, quebrado por crueles dolores, viendo que se le escapaba la vida, aún tuvo aliento para celebrar una conferencia con un parlamentario que le enviara el general Olañeta. A esta conferencia hizo llamar al jefe de Estado Mayor, el coronel Jorge Enrique Vidt y delante de los parlamentarios le ordenó: “que marchase inmediatamente con sus fuerzas a poner sitio a la capital, haciéndole jurar sobre el pomo de le espada que continuaría la campaña hasta que en el suelo de la Patria no hubiera ya argentinos o no hubiera ya conquistadores” y dirigiéndose al emisario enemigo añadió: “Señor oficial, diga a su jefe que agradezco sus ofrecimientos sin aceptarlos; está usted despachado”. Aquel día, 17 de junio, a pesar de los solícitos cuidados de su médico Dr. Antonio Castellanos, moría el bravo guerrero, en La Cruz, en el lugar llamado La Higuera (o Higuerillas). Al día siguiente era sepultado en la capilla de El Chamical (hoy San Francisco), al mismo tiempo que se levantaba el país en masa contra los invasores, cumplimentando la orden postrera de su valeroso caudillo. Los “Infernales” al mando de Vidt cumplían aquella, poniendo sitio a la ciudad de Salta, con lo cual quedaban rotas las hostilidades, no obstante las gestiones de Olañeta con el Cabildo salteño para llegar a un armisticio. El 26 de julio de 1821, el general Olañeta, constantemente hostilizado por los patriotas, se retiraba al Alto Perú, con lo que terminaba la última invasión realista al territorio argentino. El espíritu de Güemes había sido el ángel tutelar de la Patria en peligro en aquellos días.

Una pincelada que metaforiza los alcances de la guerra social encabezada por el caudillo está contenida en el relato de Bernardo Frías: una vez muerto el General Güemes, los gauchos se arrojan sobre su cadáver para despojarlo de las vestiduras y quedarse con “un jirón de aquellos trapos”. Mientras esto ocurría en Salta, la elite porteña festejaba su deceso y la prensa bonaerense fiel a Rivadavia exclamaba: “Murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos. Ya tenemos un cacique menos”.

Claudio Serrentino

 

 

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