La Sociedad de Fomento “Luz del Porvenir” cumplió un centenario de vida. Pionera de las instituciones de una comunidad que resiste a las torres y el individualismo.
El último barrio en registrar contagios de coronavirus, en el atípico año 2020. Una de las películas icónicas argentinas fue su escenario. El aire menos contaminado de Capital, pese a las torres Alcalá, aún se respira. Así es Versalles. Donde se resiste abandonar las tardes de siesta y se escapa al individualismo, el acelere y el desapego de la gran urbe.
Este presente que batalla tiene historia: Loteos de inmensos pastizales, propios de la pampa húmeda, fueron el espacio para los primeros propietarios: trabajadores que con sus familias migraron a la periferia de la gran ciudad de Buenos Aires, entre el arroyo Maldonado (entubado debajo de la avenida Juan B. Justo), y la ancha por entonces arbolada avenida General Paz. El barrio dejaba atrás los inmensos lotes alrededor de una gran fábrica textil (desde hace décadas un hipermercado de capitales extranjeros) a las primeras casas de ladrillo y sin escuelas.
Por entonces, año 1923, se fundó Luz del Porvenir. Hace cien años los migrantes, de otras provincias o extranjeros, encontraban en las sociedades de fomento el medio para reunirse, socializarse y así encarar las problemáticas de ese tiempo. Algunos de ellos, sobre todo los hombres, eran socialistas. Aunque pocos años después su influencia mermaba con la evangelización de la iglesia católica que paría su primer templo, una pequeña casilla que se transformó en la gran parroquia Nuestra Señora de La Salud.
“Mi hermano va festejar los 40 años acá”. Me contó Vanesa que junto a su hija de 20 años se maravillaban de la fiesta por los cien años de Luz del Porvenir. Y se acordó que sus quinces también los festejó en Luz. Vanesa hace fotos al escenario donde este sábado 1 de julio colgaban un inmenso 100. Los cuarenta de su hermano Hernán se van a vivir en el barrio, en su centenaria institución.
Porque si de reunirse y festejar se trata Luz del Porvenir es emblema de una institución por y para la comunidad.
También, claro, para encarar problemas. Ya sea para los vecinos que enfrentaron las zonas liberadas para los delitos, llamado Versalles de Pie (aún en pie por su Facebook), o cuando los primeros vecinos se indignaron con el inconsulto y violento avance de las torres Alcalá sobre lo que se transformó en Avenida Arregui.
Las chicas que acumulan juventud coparon la fiesta de los cien. Entraban agarradas de los brazos. Tanta felicidad que anestesiaron el dolor de los huesos o las varices. “Acá me casé. En el año 69. Después mi marido venía todas las tardes, después de trabajar, a tomar vermú con los amigos”. Me largó una vecina, ya viuda, mientras encaraba una de las largas mesas bien decoradas.
De golpe una pareja intentaba, sobre todo el hombre, de puntas de pie captar que pasaba adentro. Se animaron a pasar. “De pibe, en los setenta, venía acá porque había billar. Los grandes no nos dejaban jugar. El paño si se rompía era carísimo”. Ya no vive en el barrio, pero como olvidar a los amigos de la infancia y la adolescencia. ¿Quién pierde la memoria de la felicidad?
Por el micrófono nos hablaron los sabios: Carlos Carballeda de la Casa de Cultura, Alicia Villoldo católica activa y de la Junta de Hechos Históricos que nos alertó en el cuidado de los árboles, Graciela Martínez, la autodefinida con humor “chupasirios” de la Junta de Hechos Históricos de Villa Real, que nos contó de su familia asiduos concurrentes a Luz del Porvenir, y por la Biblioteca Popular Belisario Roldán, Carlos Rinaldoni. Las autoridades comunales y otras instituciones gubernamentales (policía, bomberos, escuelas) fueron invitados y se ausentaron. El salón estaba repleto. Muchos se sorprendieron de la gran convocatoria pese al frío y la oscuridad del invierno. No faltaron las jóvenes generaciones. En el escenario sumaron de rock y blues. En las danzas con flamenco. Aplaudían con entusiasmo las chicas de yoga.
Mirar desde el presente hacia atrás no es fácil. Por eso en la entrada de Luz se colocó una nuestra fotográfica. Se pueden ver algunas imágenes del carnaval en 1930 o reuniones de comisión directiva, todos hombres.
La nostalgia y la felicidad se mezclaron. Teresa de las históricas de Luz del Porvenir se fue sin saludar porque ella misma dice que está muy llorona. El imprentero Juan Carlos, con 35 años en su local de Gallardo, deleitó con su harpa y un soneto en homenaje al barrio de un poeta anónimo. El arte y la cultura por todos lados. De allí algunos recordaron al loco de Versalles. “Estaba enamorado del barrio. Si hasta se dejaba días de vacaciones para pasarlo acá”, me contó una médica bohemia. Así era Amado Armas el escultor, creador de la estatua en homenaje a Ceferino Namuncurá en la rotonda de Arregui, o a la Madre, en el triángulo plazoleta de Lascano y Gana quien tuvo como heredero de la cultura local al entonces ferretero y pianista, Carlos Carballeda de la Casa de Cultura, que curiosamente nunca tuvo casa propia y fue funcionando en distintas instituciones entre ellas Luz del Porvenir.
En la conducción del festejo Cristina Herrera. La presidenta de la Sociedad de Fomento, una pura cepa versallesca y de las primeras dirigentes Scouts, hizo de presentadora de cada expositor y aprovechó los huecos para largar cortas y rápidas reflexiones sociales: “Acá impulsamos las tres C: colegio, club y capilla y no dejemos de trabajar por el bien común” y citando si nombrar al Papa Francisco explicó que: “nuestra institución siempre peleó por las tres T: Techo, Tierra y Trabajo”.
La noche avanzó con el frío. En el regreso a casa brotaba del corazón un tango de “Pichuco” Troilo:
Alguien dijo una vez
Que yo me fui de mi barrio,
Cuando? …pero cuando?
Si siempre estoy llegando!
Y si una vez me olvidé,
Las estrellas de la esquina de la casa de mi vieja
Titilando como si fueran manos amigas,
Me dijeron: Gordo, gordo, quedáte aquí,
Quedáte aquí.
Lucas Schaerer