En el cine, a Milei lo derrota la realidad

Una tarde de verano, Cine Ar me sorprende con la película “La calle grita” (1948), una comedia ligera, agradable y con algún tinte político, que rápidamente relacioné con la rabiosa realidad argentina de 2024.

La historia es simple, y quizás por eso, atrapa desde el principio. Un gran empresario y genio de los números -interpretado magistralmente por Enrique Muiño– recibe premios y todo tipo de halagos por su talento para combatir déficits. Imposible no relacionarlo con el Presidente Milei y su remanido “déficit cero”.

El asunto es que Muiño cree que la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad, está en los números. Es consultado por ministros para resolver todo tipo de cuestiones económicas.

Pero un día se cruza con una de sus empleadas, a la cual no le alcanza el sueldo para poder acceder al alquiler de un departamentito. Muiño, imperturbable sin ser soberbio, cree que será muy fácil solucionarle el problemita del “déficit” salarial a su empleada (Patricia Castell), quien para reforzar su posición, le comenta que con su novio están pensando en casarse. Aunque la joven no quiere casarse. Ni siquiera tiene novio.

“Pues bien -le dice Muiño- tráigame a su novio y le explico a los dos”. Desesperada, la muchacha consigue a un novio “de mentira”: el genial Angel Magaña, un atorrante, un “busca” de la calle.

La película es un divertido combate entre la teoría numérica de Muiño, y la realidad proletaria de Magaña (dupla que ya había tenido gran éxito con “Su mejor alumno”, la película de Sarmiento y Dominguito).

Después de haber resuelto difíciles problemas de déficit estatal, Muiño se las ve en figurillas para resolver este dilema casi insignificante: como el presupuesto se va en “verdurita”, decide ir por primera vez a una feria, y termina peleándose con el verdulero. “Ladrón!” le grita al comerciante.

Busca un departamentito barato para la pareja, así los números cerrarían. “Vamos a verlo, a ver si ud. se anima a vivir ahí”, lo desafía Magaña. “Vamos!”, responde entusiasmado el empresario. Y Magaña lo invita a subirse al tranvía, abarrotado de gente. “En eso tenemos que ir?”, pregunta Muiño. “En eso viajamos los que vivimos del sueldo”, se agranda Magaña. Y Muiño termina reconociendo que el departamentito es tan barato como invivible. El genio del déficit insiste en bajar gastos: “¿y si eliminamos el fútbol de los domingos?”; “entonces para qué vivir?”, responde el novio.

El momento culminante del film es cuando Magaña se impone, pese a su falta de técnicas económicas, pero con tesón y sacrificio.  Y le explica que antes que los números están las personas. Que las personas tienen sueños, ilusiones, amor. Y que eso es lo que mueve a las personas a imponerse a la fría lógica de los números.

En el final, con bajada de línea “moral”, como era la costumbre de la época, se lo ve a Muiño feliz de dejar atrás los números, y zambullirse en una realidad que quizás no sea perfecta. Pero en la que no está solo.

Tras disfrutar la peli, fantasié con que si el Presidente Javier Milei sería el Muiño actual… ¿tendría la capacidad de entender que lo que mueve a los argentinos son sus sueños, amor, ilusiones? ¿Tendría la sensibilidad de ver las virtudes, -como lo hace el personaje de Enrique Muiño- en aquel par de trabajadores esforzados?

No lo creo. La película es una ficción imaginada por un guionista, con principio, desarrollo y final, acorde al mensaje que se quiere dar. La realidad de los políticos -Milei es uno más- suele ser egoísta. Y para lograr su objetivo no se privan de ser crueles con los más débiles. Es muy difícil imaginar al Presidente, o a algún otro dirigente, hacer lo que hizo el personaje de Muiño en la película: caminar la calle para entender cómo viven los que menos tienen.

¿Habrá un escriba oficialista que muestre un poco de piedad, y sepa corregir el pésimo guión que interpreta el gobierno, en beneficio de los que más lo necesitan…?

Claudio Serrentino

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