A Gustavo Cortiñas lo secuestraron en la estación Castelar, el 15 de abril de 1977. Ese mismo día, a la noche, un grupo de hombres fue a la casa de Gustavo, donde estaban su mujer Ana y su hijo de dos años. A la mujer la golpearon y amenazaron.
Nora Cortiñas y su marido, Carlos, estaban en Mar del Tuyú. Cuando volvieron, se encontraron con la terrible noticia.
Nora hizo averiguaciones; fue a preguntar primero a la catedral de Morón, luego a la comisaría de la zona. Sin respuestas, consultó con un amigo de su hijo, recién recibido de abogado, qué se podría hacer. Le redactó un hábeas corpus.
La incertidumbre crecía dentro de esa madre chiquita, de 1,50 de altura, que estaba dispuesta a todo por recuperar a su hijo. Descubrió que existían instituciones defensoras de derechos humanos. Allí, alguien le dijo que un grupo de mujeres que tenían su misma inquietud, que se reunían en la Plaza de Mayo.
Por aquellos años terribles, Nora se habia enterado que los militares tenían gente detenida en el centro clandestino Mansión Seré, de Castelar. ““Yo pasaba muchas veces por ahí mirando, queriendo ver quienes estaban ahí, hasta que un día me metí, haciéndome que era una vecina que quería comprar el predio. Me fui hasta el fondo, me arrimé a ese lugar donde estaba la ventana del sótano. Yo sabía que ahí había gente secuestrada. Tuve un diálogo muy insistente y en voz alta, para que me escuchara la gente que estaba ahí adentro y que supiera que sabíamos que ellos estaban en ese espacio. Fue muy fuerte, no me lo olvidé nunca”,
En aquellos días oscuros, empezó a gestarse esta persona admirable, que con valor, con coraje, hacía lo que fuese para saber qué había pasado con Gustavo. Nora aprendió a ser luchadora a fuerza de dolor, y ese dolor lo transformó en amor, amor al prójimo. ¡NUNCA MÁS!, decía Nora, desde su breve estatura de mujer gigante.
Mientras Hebe convertía su dolor en bronca, Nora lo hizo a su estilo. Todas esas mujeres marchaban con la firmeza y la gravedad que marcaba la situación. Querían saber qué había pasado con sus hijos. Los milicos, tan soberbios como cobardes, nunca tuvieron el coraje de confesarlo.
Nora es ejemplo, estandarte, orgullo de sus contemporáneos, y de las generaciones que llegaron, y entendieron el horror vivido durante la última dictadura.
Dice el CELS: “En la ronda de los jueves, en una fábrica, en la marea verde, frente a una represión en la calle. Y siempre por la memoria de Gustavo y sus compañeros, por la verdad y por la justicia. Norita era una madre en todas las luchas”.
Nora, las Madres, las Abuelas, estarán siempre en primera fila, reclamando MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA. Gracias por el ejemplo.
Claudio Serrentino