
Baires. Junio 30 de 2016. Muestra Conmemorativa del 25 de Mayo de 1810, en el Museo Cornelio Saavedra. Foto Estrella Herrera-gv/GCBA.-

Foto Estrella Herrera-gv/GCBA.-
Nace en Buenos Aires, en 1872, hijo de una familia antigua y que un día comprende esa vocación adquiriendo piezas de valor de la colección de Andrés Lamas, vinculado al dueño de una casa destinada a ser, con el tiempo, la sede definitiva de esa misma colección. Cruces de una trama feliz para la memoria de nuestra cultura y que empieza a gestarse cuando decide legar ese patrimonio antes de su fallecimiento en 1912.
La errancia del museo decide el proyecto de destinar un local definitivo, una sede, y la tendrá bajo el nombre del presidente de la Primera Junta, es decir, Cornelio Saavedra, tío de Luis María, dueño de esa casa, casco de su chacra de cuatrocientas hectáreas. ¿Una chacra? Sí, una chacra con hacienda, animales de corral y de pedigree, caballos de pura sangre y percherones de tiro para los coches de su servicio de pompas fúnebres, ubicado cerca de la iglesia de la Piedad.
En 1870 se empieza a construir la casa, notable casona de estilo neo-renacentista de catorce habitaciones y un jardín con fuente, palmeras, eucaliptos, plátanos y muchas de las especies que aún sobreviven en el actual Parque José María Paz que rodea al museo, arcano testigo de los así llamados campos porteños.
Y viene al caso recordar, además, que en 1913 el Parque Saavedra será enaltecido con torreones, puentes levadizos sobre el arroyo Medrano, un molino holandés y un lago, de cuyo registro da cuenta el libro de uno de sus vecinos: Edmundo Rivero que, niño, conoció la emoción del mágico solar.
Luis María Saavedra, padre de una numerosa familia, fallece en 1900, y la casa, años después de la muerte de su esposa, queda sujeta a expropiación. Aquí se aceleran los tiempos de ese ajuste de museo, colección, barrio y casa tras un designio común: la sede definitiva.
El museo abre, entonces, sus puertas en 1942, y con el correr del tiempo añadirá las ampliaciones requeridas por diversas e importantes donaciones. Se pone en valor la antigua casa de té -apartada de las salas, aunque de idéntico estilo- que desde los sesenta fue también lugar de muestras hasta que la separación de una reserva, permitió destinarla sólo a oficinas con su entrada de rejas, patio y aljibe compartida con la Biblioteca Municipal homónima.
Emplazado en los bordes de la ciudad, su patrimonio abarca un período rico de nuestra historia, la del siglo XIX, sobre todo. La historia, no obstante, atiende los asuntos del presente aunque su materia sean hechos u objetos del pasado, y la posibilidad que brinda la colección es pensar el arraigo y lo propio. Hoy más que nunca la deriva técnica de la época nos invade con sus méritos, pero también con sus peligros.
Que sea esta memoria suelta de datos y nombres -pero que incluye y respeta a todos-, el comienzo de una víspera que, aún signada por una pandemia, permita la justa conmemoración de un siglo de museo, el museo histórico de la ciudad, el Museo Saavedra, nacido del generoso aporte de un coleccionista, las sucesivas e invalorables donaciones y el trabajo de muchos hombres y mujeres que lo hicieron posible a lo largo de estos noventa y nueve años como una contribución a nuestra historia y nuestra cultura.