BRASIL. ¿Reclamar el golpe de Estado, en nombre de la democracia?

En décadas anteriores, los golpes de Estado eran moneda corriente en América Latina, casi siempre orquestados por EEUU.

En pleno siglo XXI, con los avances tecnológicos en las manos de cada persona, aquella dramática etapa parece haberse olvidado. Al menos, entre los sectores más radicalizados.

Y el “miedo al comunismo”, impulsado desde diversos sectores políticos y religiosos de la derecha (en ocasiones, agitando teorías conspirativas a través de internet), toma forma de masas.

Entonces, lo que antes se planificaba en salones tan exclusivos como escondidos, ahora se reclama desde la calle, mandando a miles de personas a protestar.

Brasil está viviendo el momento más débil de su última etapa democrática, porque está virtualmente dividido en dos mitades irreconciliables. Como un matrimonio roto, que debe seguir conviviendo en la misma casa.

La fallida convivencia de la derecha bolsonarista y el petismo ahora en el gobierno, tuvo su punto de quiebre ayer, cuando miles de personas coparon las sedes de los tres poderes institucionales más importantes del país.

Las imágenes son tan sorprendentes como impactantes: miles subiéndose a la terraza del edificio de Planalto (sede del gobierno nacional), muchos con barbijo o la cara tapada (no por temor al covid, sino para no ser reconocidos por las cámaras), rompiendo todo a su paso, aplaudiendo la llegada de policías, a quienes agreden inmediatamente después, cuando comprueban que no les responden.

Una lamentable, muy lamentable demostración de desprecio por las leyes, desacato a las autoridades; y mucha violencia, generada por la impotencia de no haber podido ganar las elecciones.

Esta historia no es de ahora: recordar las manifestaciones luego del triunfo electoral de Lula proclamando fraude (que jamás se denunció ante la justicia, el bolsonarismo reconoció los resultados oficialmente), los cortes de ruta de los camioneros, los acampes frente a los cuarteles, reclamando a los militares su intervención para “evitar que el país caiga en manos del comunismo”, la negativa de Bolsonaro a encarar la transición y participar de la ceremonia de entrega del mando…

Señales había de sobra como para no intuir que algo iba a pasar.

Y pasó. Pasó mientras los funcionarios del nuevo gobierno no terminaban de acomodarse en sus oficinas.

¿Nadie pudo detectar las convocatorias en redes sociales, la organización previa (se habla de 100 micros que trasladaron a los vándalos), la logística utilizada para movilizar a tanta gente, y realizar el triple asalto?

Mientras se definen responsables (es de esperar que sean penados con todo el rigor de la ley, además de cobrarle los gastos por los destrozos), Lula deberá iniciar urgentemente una recomposición y reorganización de su poder REAL, saber quiénes están con la institucionalidad, y quiénes apuestan a su caída, por inacción, acción u omisión.

Los bolsonaristas deberán definir si hacen política (negocian) y hacen un curso acelerado para aprender a convivir con el gobierno de Lula. O se enganchan en este caos, de impredecibles consecuencias.

¿Quedará aislado Bolsonaro, que sigue jugando al outsider desde EEUU…? Aunque pretenda desligarse, el ex presidente -con sus palabras pero sobre todo, con sus actitudes- incitó a esta reacción en masa de algunos de sus adherentes.

Después de la fallida movida similar en Bolivia contra Evo (por estos días, el opositor Luis Camacho, recientemente encarcelado, convocó a una “lucha nacional” contra el gobierno de Arce), la crisis institucional en Chile (que no quiere la constitución actual, pero no puede aprobar una nueva), el desaguisado de los presidentes que se caen en Perú, la crisis entre el Ejecutivo y la Corte Suprema en Argentina… el problema brasileño puede retumbar en toda América.

Desde los ’80, salvo excepciones, la región pudo evitar los golpes militares, que tanto daño político, económico, social y cultural han hecho en nuestra América.

Hay gente que desconoce aquel flagelo, simplemente, porque no lo vivió. Y entonces, cae en la sospechosa contradicción de pedir un golpe de Estado, para “defender” la democracia.

Es hora que, en lugar de darle tanta entidad a teorías conspirativas de dudoso calibre, estudien un poco de historia.

Claudio Serrentino

Foto: BBC Mundo

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