Gauchos argentinos en las islas Malvinas

En las Malvinas no se encontraron aborígenes. Los primeros en llegar fueron los conquistadores. Las primeras voces que se escucharon fueron holandesas, francesas, inglesas, españolas.

Los gauchos que llegaron después, formaron el alma insular en la geografía malvinense. Sus trabajos resultaron imprescindibles para el desenvolvimiento rural y dejaron los sonidos propios de las tareas que otros no pudieron o supieron realizar.

Muchas de esas palabras formaron los topónimos de las islas que le dieron un valor evocativo: rancho, rincón, bombilla, corral, carancho, horqueta, cisne, arroyo. Todas voces criollas que se aferraron a las islas. Una evocación a estos elementos tan caros a los sentimientos de esos habitantes, habría sido la consecuencia de que un cerro en la Isla Soledad se llamara Bombilla.

En la isla no crecen árboles en forma natural: se necesitan 100 días de temperatura superior a los 10°. Con el tiempo, los pobladores fueron plantando especies forestales de clima fríos, como el pino y el ciprés.

Los primeros navegantes creyeron ver en la costa unos árboles de brilloso color verde, de una altura de 2 metros, semejante a los juncos que los españoles le llamaron “yerba alta”. El nombre vulgar es Tussac (Poa Flabellata). Es una nutritiva gramínea que exige clima frío y húmedo y fue muy valioso, porque constituyó un forraje invernal cuando escasean los otros pastos. Se extiende por la orilla del mar que lo va regando. Dentro de sus matas robustas forman nido las aves, focas y lobos marinos; ésta aprovecha el guano que le prestan los animales como abono. Los yeguarizos y los vacunos tenían predilección por el Tussac, que les permitió desarrollar un buen tamaño. También la utilizaban como paja seca para cubrir los techos de las casas.

Había otros pastos: una margarita llamada Fachinal, (Chiliotrichum diffusum); un oxalis (O. enneaphylla) de color blanco, amarillo o rosado; la verónica (V. elliptica), que se encuentra en ensenadas al reparo de las heladas; la lavanda marina (Peresia recurvata) y el mirto salvaje (Myrteola nummularia) matorral siempre verde que en otoño sus flores recuerdan a las violetas; la cortadoría hilosa llamada pasto blanco que crece en los pantanos. El abundante musgo, con el correr de los años se convierte en turba, que se utiliza como combustible de regular calidad.
Se trajo de Escocia una planta denominada Gorse, tiene unas muy bonitas flores amarillas; hoy es considerada plaga.

La bruyera, en inglés diddle dee ( Empetrum rubrum), es una planta muy extendida que va del mar hasta la cumbre de las colinas. Sus flores son de color rojo y su fruto es una frutilla redonda y rosada utilizada por los isleños para hacer dulce.

La isla tiene ondulaciones con sierras poco elevadas de formas redondeadas, que indican su antigüedad geológica. Presenta un color verdoso debido a los pastos que lo cubren, color que se prologa a las llanuras.

La falta de madera en las islas fue reemplazada por la abundancia que ofrecía la Isla de los Estados, donde se había instalado un aserradero. Se utilizaba para la reparación de los barcos, para construir corrales, casas, etc.

Como todavía no existía el alambrado se utilizaban los rincones naturales, los arroyos para contener y explotar el ganado. Los corrales fueron indispensables para los trabajos rurales: primero se construyeron con turba y luego con la piedra del lugar, y contaban con un palenque central.

En esos lugares tan lejanos de Buenos Aires, donde el viento cortaba el rostro, la paisanada se reunía en los ranchos alrededor del fogón muy temprano, antes de salir a trabajar. Conversaban de lo cotidiano, de las hazañas propias y ajenas, de los rodeos, de las tropillas, mientras pasaban el mate de mano en mano. Lo mismo ocurría al regreso de las arduas jornadas: corría la ronda de mate calentito, mientras contaban tradiciones y leyendas, cuando no supersticiones, de la luz mala, del lobizón.

Uno de los artículos infaltables en los reaprovisionamientos que traían los barcos, eran los “tercios de yerba”. Cuando el gobernador Luis Vernet viajó con su familia para instalarse en Malvinas, llevó colonos europeos, gauchos, indios, negros y muebles finos, piano, arañas de cristal, alfombras; no faltaron los “tercios de yerba mate”.

Hoy, a la distancia en tiempo y espacio, gusta imaginar al gaucho en Malvinas acollarado al mate, con su bombilla en acción, vestido con poncho pampa y boina, trabajando entre esos animales cimarrones, bravíos, cocinando a fuego lento la carne con cuero y abatiendo la ferocidad de un potro indomable.

Los vacunos y yeguarizos que fueron abandonados después del período español, se multiplicaron en libertad. Como los toros no se capaban, resultaron magníficos ejemplares, de hasta 700 kilos. Dada su abundancia se decidió explotar sus cueros, huesos, etc. Conservaban la carne preparando tasajo; el charque con sal no fue conveniente por la humedad del clima.

Por un decreto de Agosto de 1823 del gobernador Martín Rodriguez, y refrendado por su secretario Bernardino Rivadavia, le acordó a Luis Vernet el usufructo del ganado existente en la Malvina Oriental (Isla Soledad). Un decreto posterior de Enero de 1828, le concedió los terrenos baldíos de la isla con la obligación de levantar una colonia en los próximos tres años.

Vernet compró ovejas, caballos, útiles, enseres y fletó barcos con gauchos -que eran principalmente de Buenos Aires- y la isla se convirtió en una factoría. Los gauchos apresaban al ganado cimarrón con el lazo o boleadoras. Cuando algún toro pretendía escapar, lo alcanzaban con sus caballos a la carrera, a pechada y a las voces “de vuelta toro”. Lo llevaban al corral, que contaba con un palenque central, donde lo ataban para domesticarlo o carnearlo. El capitán Weddell había observado que los toros atacaban cuando veían a una persona sola, entonces se juntaban varios, simulando que era uno solo, y cuando el animal arremetía se desplegaban abatiéndolo a disparos de pistola. Esa costumbre de ataque era similar en los caballos salvajes.

Cuando se iba a buscar yeguas salvajes, llevaban caballos mansos y viejos y al divisar una pieza, la boleaban hasta apresarla. Una vez en el suelo le ponían bozal y la acollaban al caballo traído de señuelo, y era llevada al corral donde la palanqueaban.

Cuando se trataba de potros no se los boleaba para cuidarles las patas, se los enlazaban en plena carrera, tarea que resultaba difícil pero no imposible para el gaucho. Algunos potros eran indomables.

En los valiosos relatos de viajeros se puede obtener más detalles de la labor de los gauchos. El naturalista John Andersson elogió la forma en que los gauchos manejaban a sus caballos llevando las dos riendas juntas en una sola mano, “gobernaban a sus animales con una suavidad de movimiento, era una manera criolla de montar diferente a las europeas”.

El botánico William Davies reparó en “dos yeguarizos con las crines largas y las cola hasta los garrones. Sus monturas son recados con cojinillos de cuero de carneros,…bozal,…las riendas son de cuero crudo y argollas prisioneras”

El salesiano Marío L. Migone vivió 33 años en Malvinas: “en nuestras islas se usa… recao, manea,… cincha, sobrecincha”. También hubo quienes despertaron una mirada cruel hacia los gauchos, porque observaron que las espuelas filosas lastimaban y cortaban los tendones de los caballos,… desjarretaban a los vacunos y recién al otro día los carneaban.

Charles Darwin recorrió el interior de la Isla Soledad con seis caballos y dos gauchos. Tuvo que soportar de la semana, cuatro días de lluvia continua y dijo que le había quedado mucho dolor en “sus lomos”. Contó como enlazaban una vaca o un toro bravo, lo mataban con serias dificultades por las escenas de terror que vio con un animal encolerizado. Cuando un toro monstruo perseguía al jinete, les tiraban las boleadoras a las patas traseras y el animal furioso se tranquilizaba. El caballo que acompañaba al gaucho conocía su trabajo y colaboraba en la caza. Con el tiempo a los animales salvajes se los empezó a eliminar con rifles. A Darwin le llamó la atención como preparaban la carne con cuero. Se utilizaban las partes superficiales, es decir costillares, falda, vacío, paleta, cogote especialmente de vaquillona, cortadas y asadas del lado de la carne con la piel adherida y a fuego lento “…no requiere ni siquiera salmuera, resultando de gusto exquisito y de rigor en toda fiesta campera”.

Mackinnon, quien pasó una temporada en Malvinas, estallaba en alabanzas por las destrezas de los gauchos relatando lo que aprendió de ellos y ponderaba también el plato criollo, la “carne con cuero”. También elogiaba la facilidad de los gauchos para hacer fuego en pleno campo, soportando fuertes vientos, aguaceros y asar la carne. El general Lucio V. Mansilla contaba que la costumbre de asar la carne con cuero era de origen árabe.

Que importante y necesario fue el trabajo de los gauchos en Malvinas. Sólo ellos podían enfrentar esas duras y difíciles tareas. Es significativo ponerlas en valor para saber de sus aportes, de su vida arriesgada y para que no queden definitivamente en el olvido.

Susana Boragno
Fotos:  Gentileza Susana Boragno

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