Enmascarado en la consigna atractiva de lo nuevo, de lo contestario, el espacio liderado por Javier Milei se posicionó en las elecciones como una fuerza política concreta en relación al poder político y sus posibilidades de acceso al gobierno. Y bien vale repetirlo “enmascarado”.
Comencemos por el principal atributo discursivo, ese que no es nuevo en la política, y que es el arte de la demagogia. El ejercicio de la demagogia en Milei, muy especialmente, pero también en su candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires, Carolina Píparo, es proverbial.
“Vayamos con la verdad” dice Píparo en la pantalla de Crónica**, y arremete con un latiguillo que da cuenta que con la pobreza que hay no podemos debatir ni dedicarnos a lo tecnocientífico en el país. Y la falacia proviene a raíz de ese diálogo entre Viale y Milei, en el que éste dice que cerrará al CONICET y el interlocutor le aviva la demagogia hablando que tendrá problemas con esos que “viven del Estado” (es decir lxs científicxs que trabajamos en CONICET).
Cuando se habla de verdad, en parte se está hablando de uno de los atributos del trabajo en ciencia. Y mal que le pese a Píparo, en ese momento está invocando a los diferentes enfoques científicos que podrían abordar el tema de la pobreza (no sólo como objeto de estudio), muy en especial desde la sociología. Píparo arremete casi con furia, en la pretensión de refutar para qué se busca obtener una vacuna contra COVID-19 si “ya está inventada” (sic). Es muy sencilla la respuesta, y es, en gran parte económica: tener vacuna propia permite no tener que desembolsar dólares en la compra de tecnología (vacunas) más el pago de los royalties a las industrias farmacéuticas internacionales, por un lado. Pero otro lado, es soberanía (soberanía tecnológica). Y la tecnología de vacunas, bien lo vimos en la pandemia reciente, es un bien más que escaso.
La demagogia les lleva a comparar a CONICET con la NASA, dos instituciones absolutamente diferentes, por objetivos y por fundamentos. Peor aún, en el programa Duro de Domar invitaron a un panelista libertario, y tratando de corregir el error CONICET – NASA dice con qué hay que compararlo en términos de otras instituciones estadounidenses. Y lo que refuerzan es el desconocimiento de las instituciones que tienen (nacionales y extranjeras). No saben que, en Estados Unidos, como en Brasil o en Alemania, no hay institución equivalente a CONICET, como sí las hay en Francia (Centre National de la Recherche Scientifique; CNRF), en España (Consejo Superior de Investigaciones Científicas; CSIC) o en México (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, CONACyT).
Ya lo dijo el Premio Nobel argentino Bernardo Houssay “la ciencia no es cara; cara es la ignorancia”. Houssay, precisamente quien fuera el primer presidente de CONICET luego de la refundación que se sucediera sobre los organismos de Ciencia y Tecnología creados por el peronismo.
El debate “para qué sirve”, propuesto por Milei, es propio del utilitarismo. Sobre esa base lo que se esconde es debatir “proyecto de país”. Porque no está mal que el sector privado tome dentro de su esquema de mano de obra a investigadorxs científicxs, pero eso es un modelo de país con una industrialización y desarrollo determinado. Podemos hablar del modelo coreano, por ejemplo, altamente impulsado por el estado, cuya inversión en ciencia y tecnología alcanzó 4.81 puntos porcentuales de PBI en el año 2020. Ya es una verdad de Perogrullo: los países desarrollados son los que más invierten (porcentualmente por PBI) en ciencia y tecnología, y, precisamente porque son los más desarrollados son los que más invierten, y así la circularidad simultánea huevo y gallina. La propuesta de Milei, en sintonía con su programa económico, no es otra cosa que de empobrecimiento.
Y en eso de “para qué sirve” hay un ejercicio pleno de la demagogia (Milei sabe de las dificultades inmediatas que se presentan a la hora de explicar este “para qué sirve”). En esta Agencia, casi que podría decirse que premonitoriamente, hace un par de semanas he escrito sobre para qué sirve un bebé recién nacido.
En este artículo citado existen respuestas al discurso demagógico de Milei, que corre el piso del debate, tratando de poner al complejo tecnocientífico a la defensiva (de hecho, lo ha logrado). De nuevo, cualquier respuesta que se dé queda desacreditada. Píparo lo expresó con claridad meridiana: habiendo pobreza esto no merece discutirse esto. Pero habiendo pobreza Milei habla de dólares (y dolarizar la economía, con lo que ello implica).
Lo que hay de fondo es sencillo. Pero que sea sencillo no significa que no sea dificultoso.
Mis colegas seguramente tendrán mucho para decir sobre la importancia y las implicancias del trabajo que realizan, sobre “para qué sirve realmente” unx científicx, parafraseando a François Dubet, quien interpela a colegas y socialmente, en su libro Para qué sirve realmente un sociólogo. Por ello quedan inivitadxs a expresarse por este medio sobre la importancia que tiene la ciencia y la tecnología en nuestras sociedades, tanto como cuál es el trabajo que desarrollan.
Hablando del sociólogo Dubet, y su obra, encontramos algunas explicaciones a la actualidad en ¿Por qué preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contrario) –“a pesar de afirmar lo contrario, nuestras sociedades «eligen» la desigualdad”-, un sociólogo que antes nos ha invitado a Repensar la justicia social: contra el mito de la igualdad de oportunidades apelando a una reconstrucción “que debe atreverse a traducir principios en programas y a interpelar a quienes se sienten ajenos a la cosa pública”.
Sé de manera sobrada que no es época de tranquilidad para detenerse en la sutil lectura sociológica, que debemos militar denodadamente para salir de La época de las pasiones tristes: de como este mundo desigual lleva a la frustración y el resentimiento, y desalienta la lucha por una sociedad mejor.
Leandro Andrini – Agencia Paco Urondo
El autor es editor de la sección Ciencia y Tecnología, de AGENCIA PACO URONDO