EDUARDO GALEANO. Mentes abiertas de América Latina

Eduardo Germán Hughes Galeano nació en Montevideo el 3 de Septiembre de 1940. Sus padres eran Eduardo Hughes Roosen y Licia Ester Galeano Muñoz, de quien tomó el apellido para firmar sus escritos.

Ingresó al periodismo en la adolescencia, pero como dibujante de caricaturas para el periódico socialista “El Sol”; firmaba con el seudónimo “Gius”. También tuvo otros oficios: mensajero, peón en una fábrica de insecticidas, cobrador, taquígrafo, cajero de banco.

A comienzos de la década del 60 fue jefe de redacción del semanario “Marcha” y director del diario “Epoca”. Pero tras un golpe de Estado, los militares lo encarcelaron. Al salir, decidió vivir en la Argentina.

En 1971 se publicó la primera edición de su libro “Las venas abiertas de América Latina”, donde describe minuciosamente el saqueo violento que sufrió el continente a lo largo de cinco siglos, por parte de los conquistadores europeos.

En 1975, grupos guerrilleros se enfrentaban a los militares en varios países latinoamericanos. El uruguayo se dedicó a reflexionar sobre ese fenómeno en “La canción de nosotros”.

En Buenos Aires dirigió la revista “Crisis”; fue Galeano quien firmó la nota de despedida del medio, en 1976. Decía: “Cuando la dictadura militar le impidió decir lo que tenía que decir, Crisis se negó a seguir hablando”.

Después de esa despedida, la dictadura militar lo incluyó en sus “listas”; el periodista y escritor pudo irse a España.

En 1978 lanzó “Días y noches de amor y de guerra”, donde relata las peripecias de un periodista en un ámbito peligroso, donde reinan los militares y los grupos paramilitares.

Luego edita una trilogía: “Memoria del fuego”, donde combina elementos de la poesía, la historia y el cuento. La componen “Los nacimientos” (1982), “Las caras y las máscaras” (1984) y “El siglo del viento” (1986).

Sobre esta obra, dice el sitio “Biografías y vidas”: “es una cronología de acontecimientos culturales e históricos que proporcionan una visión de conjunto sobre la identidad latinoamericana. Por su audaz mezcla de géneros y su talante crítico es quizá una de las obras más ilustrativas de la labor de Galeano”.

Cuando el Uruguay recupera la democracia, Eduardo Galeano decide regresar a su tierra. Se junta con otros talentosos paisanos suyos, como Mario Benedetti y Hugo Alfaro y fundan el Semanario “Brecha”, que hizo historia en el periodismo uruguayo. También creó su propia editorial: “El Chanchito”.

En aquel tiempo, una ley aprobada en el Congreso del vecino país, a instancias de los Partidos Blanco y Colorado, declaraba la “caducidad respecto de los delitos cometidos hasta el 1º de Marzo de 1985 por funcionarios militares y policiales”.

A Eduardo Galeano lo movilizó el hecho y decidió integrar la Comisión que pedía un referéndum para revocar esa ley, a la que habían rebautizado “Ley de impunidad”.

En 1989, se hizo la votación y la mayoría de los uruguayos no acompañaron la postura del escritor, y decidieron que dicha norma siguiera vigente (recién en 2009, la Corte Suprema declaró la inconstitucionalidad de la ley, aunque en 1988 había afirmado lo contrario).

Mientras el combativo ciudadano pretendía justicia, el avezado escritor seguía incorporando títulos a las bibliotecas: “El libro de los abrazos” (1989), “El tigre azul y otros relatos” (1991), “Las palabras andantes” (1993), “El fútbol a sol y sombra” (1995), “Patas para arriba” (1998), “Espejos, una historia casi universal” (2008) son algunos.

Semejante trayectoria no podía estar exenta de distinciones: recibió el Premio “Casa de las Américas” (1975 y 1978); Premio del Ministerio de Cultura del Uruguay (1982, 1984, 1986); Premio Aloa de los editores daneses (1993). En 1999, fue el primer escritor galardonado por la Fundación Lannan (Santa Fe, USA) con el premio a la libertad cultural; Premio “Stig Dagerman” (2010) y Premio “Alba de las letras” (2013).

Su vocación por la política se volvería explícita al apoyar la candidatura de Tabaré Vázquez, del Frente Amplio, en 2004.

En 2005, integró el comité consultivo del primer canal latinoamericano de TV: Telesur.

En 2006, se sumó a otros grandes artistas latinoamericanos –Ernesto Sábato, Gabriel García Márquez, Pablo Milanés– para reclamar la independencia de Puerto Rico. Fue otra causa de Galeano que no logró apoyo popular: los independentistas apenas sumaron el 5,5% de los votos, en el referéndum de 2012.

En 2007, el vicio de fumar empieza a mandarle señales a su cuerpo, y deben operarlo por un cáncer de pulmón.

Una de los momentos mediáticos más fuertes en la vida del escritor, no lo protagonizó él, sino un libro suyo. En la Cumbre de las Américas de 2009, el Presidente venezolano Hugo Chávez le regaló un ejemplar de “Las venas abiertas de América Latina” a su par norteamericano Barack Obama, mientras miraban las máximas autoridades de todo el continente.

Luego de la muerte del autor (el 13 de Abril de 2015), a causa del cigarrillo, su nieto Tom Nepomuceno Hughes, a través de una carta que se publicó en la web oficial del Presidente del Uruguay (Tabaré Vázquez es oncólogo) preguntó al mundo: “¿Qué será de Cuba? ¿El Estado Islámico seguirá creciendo? ¿Brasil se convertirá en una potencia? ¿La religión continuará creando guerras? ¿Qué será de América Latina? ¡Maldición! Lo necesitamos … pero él tenía que fumar”.

Gracias, Eduardo Galeano, por tu inmenso arte y por quitarle caretas a la historia oficial de todos los tiempos !

Claudio Serrentino

Esta nota-homenaje se completa con un texto del uruguayo sobre un hecho que pudo haber ocurrido acá nomás, en Floresta.

“El beso”

Antonio Pujía eligió al azar uno de los bloques de mármol de Carrara que había ido comprado a lo largo de los años.

Era una lápida. De alguna tumba vendría, vaya uno a saber de dónde. El no tenía la menor idea de cómo había ido a parar a su taller.

Antonio acostó la lápida sobre una base de apoyo, y se puso a trabajarla.
Alguna idea tenía de lo que quería esculpir, o quizás no tenía ninguna.

Empezó por borrar la inscripción: el nombre de un hombre, el año del nacimiento, el año del fin.

Después, el cincel penetró el mármol. Y Antonio encontró una sorpresa que lo estaba esperando, piedra adentro: la veta tenía la forma de dos caras que se juntaban, algo así como dos perfiles unidos frente a frente, la nariz pegada a la nariz, la boca pegada a la boca.

El escultor obedeció a la piedra, y fue excavando suavemente, hasta que cobró relieve aquel encuentro que la piedra contenía.

Al día siguiente, dió por concluido su trabajo. Y entonces, cuando levantó la escultura, vió lo que antes no había visto. Al dorso, había otra inscripción: el nombre de una mujer, el año del nacimiento, el año del fin.

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