El otro día, mientras repartía la revista, anduve por Villa Devoto. Más específicamente por la calle Simbrón. Pasé caminando por detrás del Carrefour. Esa cuadra es un larguísimo paredón. Antes de llegar a la esquina que linda con el Shopping Devoto, la construcción tiene un hueco, que debe medir 2×2.
En ese hueco vive una mujer. Menos de 50 años. Justo cuando pasé, estaba sentada en un tacho de pintura de 20 litros. Lo usaba como inodoro. Detrás se veían sus cosas amontonadas. Hacía mucho calor, así que la señora estaba en corpiño y bombacha.
Por supuesto que me indigné. No con la señora, sino con la situación que le toca vivir.
Recordé a todas las personas que ví durante mi recorrida, en una situación similar. Comparadas con aquellas, esta mujer es “privilegiada”, tiene un techo y un reparo.
Lo relacioné con las imágenes que llegan desde uno de los países más poderosos del mundo, EEUU. Varios videos circulan en internet mostrando cuadras enteras donde duermen los “sin techo”, entre ellos, muchos trabajadores que no tienen dónde vivir.
También recordé los esfuerzos del gobierno francés para echar de París a miles de personas que vivían en la calle, durante los Juegos Olímpicos. Les daban unos pesos para que abandonaran la ciudad durante la competencia.
En Buenos Aires, el gobierno porteño ofrece los “paradores”, lugares a los que no se puede entrar con pertenencias, que tiene un horario determinado, y que -como el nombre lo dice- es para “parar” una noche. ¿Y después…?
Salvo a las organizaciones solidarias -en nuestra zona: Ser Con Vos, por ejemplo- a casi nadie le importa el después. El después es preguntarse adónde van a vivir las personas. En qué condiciones.
No son todos marginales, como afirmó el cavernícola Diego Kravetz, que luego de esas declaraciones obtuvo un puesto en el gobierno nacional. Sí hay, por supuesto. El Estado debería saber cómo tratar esos casos, como ayudar a esas personas a recomponerse. No limitarse a echarlos, como también hizo el cavernícola marplatense Guillermo Montenegro.
Entre los expulsados, hay trabajadores que han perdido la chance de alquilar. Durante el 2024, me impactó la cantidad de piezas que se ofrecieron para alquilar en esta zona. Y la cantidad de gente que buscaba una.
Buenos Aires vive un deja vú de principios del siglo XX; entonces, los gobernantes decidieron convocar a los europeos a que vinieran a trabajar a la Argentina. Pero no previeron que los inmigrantes no tendrían adónde vivir. Entonces, aparecieron los conventillos: paredes de chapa, piezas con baño y patio compartido, lugar de inspiración para obras de teatro costumbristas.
Entonces, el conventillo era el punto de partida para lograr el progreso. Más de un siglo después, la ciudad más rica del país se convirtió en una fábrica de marginales.
La señora que vive atrás del Carrefour Devoto no quiere vivir ahí. Se instaló ahí porque no le queda otra, hasta que vaya un móvil del gobierno porteño y la eche, porque la única política de vivienda que tiene Macri es esa: echar de su territorio a los sin techo.
La política de vivienda del PRO es casi nula: en sus primeros 8 años construyó poco más de 5.000 viviendas, mientras que el sector privado, en sólo un año -2023-, solicitó permisos de construcción para hacer 16.000 viviendas.
Usted dirá: bueno, ¡ahí está! ¡La solución la aportan los privados! Lamento informarle que no. Las viviendas que construyen, son “de lujo”, “para inversión”, casas y departamentos que no se habitan, ni se alquilan. Con lo cual, el problema se agranda. Se hacen viviendas, pero no para quienes las necesitan.
El Estado, que debería ser el custodio del bien común, podría indicarle el camino a los privados, autorizando las construcciones para primera vivienda -a las que podría dotar de créditos hipotecarios-, e ignorando los proyectos lujosos. Pero durante la gestión PRO, estuvo muy lejos de cumplir esa función.
Y ahí aparece la fábrica de marginales: en el mejor de los casos, los jóvenes vuelven a vivir con sus padres, o los matrimonios deben irse a vivir lejos -perdiendo arraigo, identidad barrial- porque no les alcanza para pagar el alquiler. Pero no todos tienen ese respaldo.
Una pareja, con trabajo ($ 500.000 cada uno, es el promedio salarial de la Argentina) suma un millón. Alquilar un monoambiente se llevaría un sueldo y parte del otro, si se le suman expensas y servicios. ¿Cómo hacen para vivir…?
Otros perdieron la chance de alquilar porque se quedaron sin garantía, o porque no pudieron juntar la plata para “entrar”, equivalente a 5 meses de alquiler (tarea difícil en un país como la Argentina, con salarios de África y precios de Alemania).
Miles de personas padecen esta situación, que es absolutamente invisibilizada por el resto de la sociedad.
Lo llamativo del asunto es cómo naturalizamos la desgracia ajena. Cómo nos indignamos por un gatito perdido, lo cual está muy bien. Lo malo, es que ignoramos la problemática de miles de personas que no tienen un lugar limpio y agradable, donde puedan vivir su vida y dormir en paz.
Y no son pocos. Volviendo a los malos ejemplos de los países desarrollados, en París hay 330.000 personas sin hogar. En USA se calcula que 23 de cada 10.000 personas no tiene dónde vivir. A fines de 2023, en Buenos Aires había más de 8.000 personas sin techo (se duplicó la cantidad respecto de 2017).
Una ciudad que no piensa en el bienestar de TODOS sus habitantes es una ciudad horrible. Por más canteritos, sendas peatonales, museos elegantes, bares piolas, bodegones vintage, bicisendas y metrobuses que tenga. Lo mismo va para la hiper lujosa y atractiva París, o cualquier ciudad yanqui.
Aquí y en el mundo “desarrollado” (perdón por el falsete) se impulsa el modelo de ciudades habitadas por consumidores = gente que puede pagar. Y a los que no pueden, chau. Rajen de acá, váyanse al conurbano (de paso, le transferimos el bolonqui a Kici). Miles disfrutan de pertenecer a ese mundillo. Otros tantos, miran con la ñata contra el vidrio, con la esperanza de “llegar” alguna vez. Y otros directamente son expulsados. Sin piedad.
La exclusión no es una forma de hacer política. Es discriminación lisa y llana, impropia de un régimen democrático.
En la Quinta Avenida, o detrás del Carrefour de Devoto.
Claudio Serrentino