Qué nos pasó

10 de Diciembre de 2023. La escena que no imaginé ni en mis peores pesadillas, se convirtió en realidad. Javier Milei, ese gritón que adora a Milton Friedman casi tanto como a sus perros, es el nuevo Presidente de la Nación.

No lo voté; sospecho que no lo voy a hacer nunca, al menos, en esta vida. No creo en sus teorías políticas, ni en sus argumentos, ni en las supuestas soluciones que vendió como novedosas, pero que ya nos mandaron al tacho varias veces: durante las diversas dictaduras, y en un gobierno neoliberal que, para llegar al poder, se tuvo que disfrazar de peronista.

Justo ese día, subí al portal de noticias de La Bocina una nota sobre Raúl Alfonsín. Otra, de similar tenor, se publicó en la edición de diciembre de la revista. Cabe aclarar: no soy radical. Simplemente, le reconozco a ese político de raza el aporte que hizo, para que la sociedad argentina comprendiera lo importante que es la democracia para el desarrollo de los pueblos.

Fue mi humilde acto de justicia poética, en medio de la brutal realidad –para nada poética- que se avecina.

No quiero faltarle el respeto a nadie, pero ese 10 de Diciembre, todo me pareció bizarro: Milei saludando, Cristina riéndose con Milei, Alberto entrando y saliendo de entre las cortinas, el bastón con los perritos, Milei con la banda, las masas gritando “motosierra!”, Zielinski en ropa de fajina, Bolsonaro saludando como un star, la detención del auto presidencial para saludar a… un perro, la jura de los ministros sólo para los vips, el arzobispo García Cuerva dando lecciones de moral y ética. Raúl Lavié cantando “Balada para un loco”.

Y lo peor: el discurso repetido (Milei dice lo mismo desde antes de las PASO) pero con números notoriamente exagerados (no lo digo yo, lo afirman especialistas en la materia) sobre la situación económica. Un Presidente que se para frente a su pueblo, sólo para relatarle la desgracia de los números, y volver a prometer vagamente que éste será “el último mal trago”.

Nadie imaginaba a Alsogaray diciendo “hay que pasar el invierno”, o a Krieger Vasena anunciar su plan económico, o a Martínez de Hoz y su brutal aplanadora de la industria nacional, frente a una plaza con miles de personas… y que éstas lo vivaran.

Entonces, me cayó bien Cristina y su vestido rabiosamente rojo. Y su “fuck you” a quienes la insultaban (no soy peronista, tampoco). Por ahí también anduvo la justicia poética.

Más allá de la ceremonia oficial y la fiesta populista (perdón por la palabra, Javier), mientras este pintoresco personaje se estaba codeando, delante del Congreso nacional, con otros capangas similares del mundo “civilizado” (le falló Trump, el verdadero “jefe” de esta movida ultraderechista)… me quedé pensando en qué falló el sistema democrático. En qué fallamos. Qué nos pasó.

Y la conclusión es simple: casi EN TODO. Nunca se pudo concretar aquella máxima que enamoró a millones: “con la democracia se come, se educa y se cura”, pronunciada innumerables veces por Alfonsín.

Los gobiernos supuestamente nacionales y populares no pudieron encontrarle la vuelta al desarrollo del país, en paz, con justicia, con una economía previsible, que genere desarrollo sustentable y sostenible, que alcance a todos.

Hubo cosas que se hicieron bien: los juicios a los genocidas (fundamental para terminar con los golpes de estado), el divorcio, el matrimonio igualitario, el aborto y otros derechos civiles, reconocidos durante la democracia.

Pero la fortaleza de un país se basa en su poder de desarrollo.

Y en ese aspecto, desde los partidos políticos mayoritarios, la cuestión electoralista siempre se antepuso a las necesidades de la población.

El último, dramático ejemplo, fue la fusión Alberto-Cristina: prometieron “volver mejores”, y en realidad nos dejaron el 43% de pobres gracias a sus desinteligencias internas, que empujaron a su propio gobierno barranca abajo. Sobre todo, tras las elecciones de 2021. Cierto: les tocó la pandemia, la guerra y la renegociación de la deuda externa con el Fondo. No es excusa, no supieron pilotear las crisis. Se peleaban por el timón. Y se llevaron puesto al iceberg.

La dolorosa cifra de la pobreza tiene su por qué. Entre 2019-2023, la caída de los ingresos de los asalariados fue de más de 20%; algo similar había ocurrido durante la gestión de Macri. Estos números explican claramente el hastío de la mayoría de la población hacia la “clase política”. En ese hartazgo se basó el fenómeno Milei.

Como no entiendo de economía, seguiré sin comprender por qué los precios, que aumentan a cada rato, están “desactualizados” y –según “prometió” el Presidente- seguirán subiendo hasta actualizarse. ¿Es decir que, durante todo este tiempo, nuestros abnegados empresarios trabajaron a pérdida, en pos del bienestar general?

Mmm… Cuento para chicos: la inflación existe en Argentina, desde que los empresarios cotejaron que era un negoción. Ocurrió antes, y ocurre ahora. Con gobiernos peronistas (1975: 182,4%), militares (1976: 444%), neoliberales (1990: 2314%) y radicales (1989: 3079,5%).

Mientras los empresarios “lloran”, siguen haciendo diferencia gracias a la inflación. Y los salarios siguen esperando a la próxima paritaria, devaluada desde antes de empezar a negociar.

Demás está decir que este planteo horrorizaría al actual Presidente de la Nación, tan apegado a teorías económicas que defienden los números. Pero ignorando -a sabiendas- el efecto que esos resultados generan sobre la mayoría de las personas.

La responsabilidad del nuevo Presidente es grande. Prometió un vía crucis con final feliz. Habrá que ver el nivel de resistencia de la población.

Y AHORA, QUÉ

Ahora bien, consumada la derrota… ¿Cómo recomponer el campo “nacional y popular”? ¿Cómo reconstruir ideales, aplastados por la reiterada ineptitud de los que protagonizaron estos años, y la realidad fría de los números?

Una nueva generación (por favor!, tienen que extinguirse los dinosaurios propios, también) de peronistas, radicales y socialistas deberá encargarse de una dura tarea: demostrar que sus ideas pueden aportar soluciones duraderas, con honestidad, ética, desarrollo genuino, sin prepotencia, sin compra de votos, sin corruptelas, sin dirigentes millonarios (basta de Insaurraldes!). Sin realidades tramposas.

Deberán hacerlo a través de sociedades de fomento, intendencias, gobernaciones, bancas en los distintos estamentos legislativos.

Es decir: desde abajo, con las bases como protagonistas al momento de elaborar planes de gobierno (bases no sometidas, no usadas sólo para rellenar actos partidarios).

Con ciudadanos que eleven propuestas y sean efectivamente escuchados, con dirigentes que tengan la capacidad de escuchar. Con partidos políticos activos que fomenten y estimulen ese feedback positivo, creativo.

En definitiva, la democracia se recompone con más democracia. Pero ésta debe ser eficiente, idónea, honesta, justa. Recuperando el valor de lo colectivo, de la solidaridad, de la fraternidad y la imprescindible sensibilidad social.

Todo lo que no se pudo plasmar en resultados concretos, contundentes, efectivos, durante estos 40 años.

Claudio Serrentino

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