Aníbal Carmelo Troilo -“Pichuco”- nació el 11 de Julio de 1914. Gran protagonista de la época de oro del tango, no se quedó en el tiempo: evolucionó al ritmo de Buenos Aires.
Soy rockero, entiendo poco de tango. No sé su historia, ni la época de las orquestas. Mucho menos, sé bailarlo. Pero sí sé que es “mi” música, la que podría sonar de fondo en cualquier calle/vereda/casa/-depto de la Ciudad de Buenos Aires, la que nos identifica, nos contiene y nos describe como ninguna otra.
Rockero y todo, soy un gran escuchador de tangos. En la FM sólo sintonizo la “2×4”, y tengo una colección de más de 200 discos (entre vinilos y cds) de todas las orquestas, todos los cantantes, todos los estilos.
Debo confesar que cuando era pibe, la figura de Aníbal Troilo era inentendible para mí. Cuando lo veía tocando, en los últimos años de su vida, y parecía que se quedaba casi dormido arriba del bandoneón, me preguntaba: “y éste es el gran genio del tango…”. Claro, visto desde afuera, y con prejuicios, comparado con la eterna sonrisa de Carlos Gardel, o la prestancia de Julio Sosa, el gordo Pichuco estaba en otra sintonía.
En mi adolescencia, Piazzolla me sorprendió desde una tapa del “Expreso Imaginario” hablando bien del Flaco Spinetta. La audacia del gran Ástor me hizo descubrirlo. A los otros, los tangueros clásicos, los tenía escuchados desde antes, gracias a “Rapidísimo” y su “hora del aficionado”, que mi vieja escuchaba todas las santas mañanas.
Con los años, la vida me enseñó a valorar la gran herencia musical que dejó Aníbal Troilo.
De la mano del “Polaco” Goyeneche, empecé a disfrutar sus tangos: algunos, para bailar. Otros, para pensar. Otros, para llorar. Y hasta hay algunos que dan ganas de “balearse en un rincón”…
Por entonces, orillando mis 30, sólo me interesaban los cantantes: el mencionado Polaco, Julio Sosa, Edmundo Rivero, Angel Vargas… Me gustaba escucharlos, y punto. No sabía -no quería saber- nada de historia, de orquestas, de estilos y movidas de otros tiempos. Ya tenía bastante con mis rockers nacionales y extranjeros.
Fue mucho después, cuando me animé a descubrir el gigantesco talento del gordo Pichuco, y entendí que cada etapa suya marcó una época en el tango. Y el tipo iba evolucionando al compás de los tiempos artísticos… y también, sociales y políticos.
Rebobino, y digo (aunque quizás siga sin entender): si Carlos Gardel ubicó al cantante de tangos como figura estelar, y lo llevó a Hollywood, donde compitió -en pinta y en carisma- con el mismísimo Rodolfo Valentino… La misión de Aníbal Troilo fue lograr que lo principal del show sean las orquestas, sacar al tango del barro y llevarlo a los lugares más lujosos, que todo Buenos Aires baile al ritmo del dos por cuatro, que en cada calle, en cada esquina, en cada bar, haya un puñado de jóvenes tratando de escribir una letra, de sacar una melodía… Aunque sea con “tarareo”.
No fue sólo Troilo, ya sé. Pero aquella camada tanguera de los “años dorados” no sólo sobrevivió al mito de Gardel: conquistó definitivamente Buenos Aires, la hizo suya a fuerza de piropos, quejas de bandoneón, cortes y quebradas.
Tango: música popular, sí, y como tal, bailable y también, romántica, profunda, absurda, filosófica…
Aníbal Troilo fue uno de los grandes protagonistas -si no el mayor- de la evolución del tango a lo largo de las décadas del ‘40, ‘50, ‘60 y ‘70.
Quiso superarse, y vaya si lo logró. Pegó un éxito, y no se la creyó. No lo repitió hasta el cansancio. Buscó gustar y también, gustarse, explorando nuevas formas de música que reflejara las transformaciones de la Ciudad, sin aferrarse a modismos ni preconceptos, aún a contramano de los “puristas” que se habían quedado en los ‘40…
Aníbal Troilo fue uno de los músicos más grandes que tuvo la Argentina. Como tal, supo rodearse de otros grandes: Ástor Piazzolla, Francisco Fiorentino, Floreal Ruiz, Ernesto Baffa, Roberto Goyeneche, Tito Reyes, Emilio Balcarce, Roberto Rufino, Raúl Garello, Nelly Vázquez, Julián Plaza… Un verdadero seleccionado tanguero de todos los tiempos.
En 1968, durante los últimos años de su vida, le puso la voz a una de sus más lindas creaciones, “Nocturno a mi barrio”, en el que ¿se burla? de la permanente mirada nostálgica (que ya por esa época le criticaban al tango): “mi barrio era así… así… así… Es decir… qué sé yo si era así…Pero yo me lo acuerdo así”.
Hoy, en el tiempo de los smart phones y las tablets, las milongas florecen por Buenos Aires, y allí siguen sonando los clásicos de Troilo.
La leyenda de Pichuco sigue vivita, y sonando. Vaya en esta nota la admiración de un rockero, hacia uno de los más grandes creadores del mejor género musical, por su incomparable riqueza de melodías y letras: el tango.
Claudio Serrentino