Aquello fue un patético, doloroso, traumático fin de ciclo. Entre muertos y represión, la crisis parida en Buenos Aires desde el 19 de Diciembre de 2001, fue un intento desesperado por quebrar una tendencia que hoy sigue latiendo: los poderosos, los que “cortan el bacalao”, siguen tan firmes e impunes como entonces.
Y si bien aquel ciclo terminó, los protagonistas –la casta autodenominada “clase política”- tuvieron la audacia, la viveza, la picardía de reinventarse, e interpretar otros personajes. Con otro guión, claro, totalmente distinto al repetido hasta entonces.
MENEM LO HIZO… BOLSA
El caos –el más dramático de la historia argentina contemporánea, con miles de personas en la calle- fue provocado por la ingenuidad de la dirigencia política y empresarial argentina.
Los grandes empresarios se sentían a sus anchas con Carlos Menem en el poder; los políticos, en su mayoría, les hacían el juego.
En un acto de inocencia infrecuente, los primeros creyeron que, si controlaban a los mandatarios de turno, dominarían a los más débiles “for ever”, sin ceder nada: subidos a la fantasía de la convertibilidad (1 peso -hasta entonces 10.000 australes- = 1 dólar), destrozaron el sistema productivo y anularon a los gremios, mientras el Congreso y la Justicia estaban repletos de “amigos” que acompañaban el nuevo status quo.
Para el grupo dominante, lo mejor de todo ese desastre era que –a diferencia de las dictaduras militares, que aplicaban recetas monetaristas semejantes- el gobierno de Menem contaba con gran apoyo en las urnas: los peronistas lo votaban tocándose los huevos y tapándose la nariz; la clase media amante del dólar barato y los viajes al exterior, también.
Domingo Cavallo era el abanderado de la nueva era: garantizaba por los medios “convertibilidad durante 60 años”. Los más fanatizados llegaron a definirlo como “el Sarmiento del siglo XX”…
La propuesta del gobierno era imponer la “economía de libre mercado”, que beneficiaba a los que más tenían, en perjuicio de los demás. Pero los poderosos fueron tan angurrientos, que olvidaron generar lo que cualquier mercado “competitivo” necesita para subsistir primero, y desarrollarse después: clientes, consumidores, gente que quiera comprar lo que se vende, y que -por supuesto- tenga plata para pagarlo.
La importación masiva de cualquier cosa, generó la desaparición de la industria. La industria quebrada, despidió a su personal. El aumento de la desocupación motivó que el poco empleo que se creaba, fuera precario; el empleo precario sumó más pobres; y los pobres apenas tenían para lo básico. Ergo, el “mercado” se reducía a los poquitos que tenían plata. El resto, muchísimos argentinos, eran los expulsados del sistema, y los endeudados con los bancos, que no tenían para pagar ni el mínimo de la tarjeta…
Mientras el país oficial celebraba la precaria bonanza menemista de los primeros años, las sonrisas se mantenían gracias a las payasadas públicas de Ca’los, pese a que se cerraban fábricas y se abrían bingos. Curiosa “revolución productiva” devenida en “involución timbera”.
La fantasía se cayó en picada cuando -tras los puestos de trabajo- desaparecían las indemnizaciones; y junto con éstas, se evaporaban los ahorros de miles de expulsados del universo laboral.
Muchos de ellos habían confiado en la propuesta oficial, y habían invertido en proyectos que no daban los resultados esperados: video club, paddle, laverap, remise, maxikiosco… Ese era el paraíso prometido por el Mingo, “un país de servicios”. Todos empezaron con gran impulso, muchos terminaron cerrando.
El sistema era implacable en lo monetarista y financiero, con el obvio objetivo de beneficiar a los que más tienen, y castigar al resto.
Pese a que ese país iba inexorablemente hacia el colapso, Menem ganó ampliamente dos elecciones, y pugnó por la inconstitucional re-reelección, que no pudo ser.
Para las elecciones de 1999, Fernando De la Rúa no se definía en lo político, mientras buscaba sumar votos. Fundó la Alianza con el opositor Frepaso, que aglutinaba a algunas figuras que combatieron al menemismo: Chacho Alvarez (integrante del “grupo de los 8”, pequeña conjunción de peronistas que se animó a desaprobar públicamente las políticas de Menem a principios de los ’90), Graciela Fernández Meijide y Aníbal Ibarra.
La Alianza se presentó en sociedad en el acto inaugural de la Plaza de los Periodistas, de Nazca y Páez, en Flores, que fue encabezado por el Jefe de Gobierno Fernando De la Rúa, y estuvieron presentes las cúpulas del radicalismo y el Frepaso.
De la Rúa le dio el golpe de gracia a su adversario por la Presidencia, Eduardo Duhalde, cuando anunció que si ganaba, continuaría con la convertibilidad.
Un mito popular repetía que durante los años de Menem-Cavallo no hubo inflación, lo cual era falso: durante aquella época, el costo de vida subió el 60%. Pero el mito creado influía el temor a que, si se salía de ese sistema monetarista, podía volver la terrorífica hiper inflación de los últimos años de Alfonsín…
CONVERTIBILIDAD, CORRALITO… CAOS
De la Rúa (radical como Alfonsín), en su afán de llegar a la Casa Rosada, no se dio cuenta que con esa promesa también limitaba seriamente su capacidad de decisión, al aceptar un corset puesto por un gobierno en retirada.
Apenas se cargó la banda y el bastón, De la Rúa asumió el poder total: declaró que el suyo “no es un gobierno de coalición”. Los frepasistas se ofendieron.
A dos meses de asumir, Liliana Chernajowsky (esposa de Chacho Alvarez) le había confesado a La Bocina: “Chacho se quiere ir del gobierno”, lo que ocurrió diez meses después.
A la crisis política de la Alianza, se le sumaba que la economía ya no iba ni para adelante ni para atrás: iba decididamente para atrás. El manotazo de ahogado fue volver a convocar a Cavallo (con el apoyo desde afuera de Chacho Alvarez): gracias a sus malos oficios, los inversores extranjeros volvieron a obtener pingües ganancias –a cambio de nada- gracias al bindaje y el megacanje, dos asientos contables que sólo sirvieron para generar más deuda.
Los senadores vendían los derechos de los trabajadores a cambio de la Banelco. Mientras los dirigentes vivían su partuza puertas adentro del Congreso y la Rosada, la calle se estaba poniendo densa.
Todavía faltaba el golpe de gracia: Cavallo anuncia el “corralito”, o sea: ningún asalariado o ahorrista podía retirar del banco más de $ 250 por semana, así tuviera un salario de $ 2.500 o ahorros de toda la vida.
La mano metida en el bolsillo de todos, empezó a gestar el caos: si los pocos que tenían plata no podían gastarla, al resto ¿qué le quedaba? La bancarización masiva era entonces un naciente experimento por estas tierras, al que el Ministro de Economía imaginó como solución.
Fue el desastre. El país de todos los días, ese al que los funcionarios nunca quieren ver, explotó.
Sin circulante en la calle, los cartoneros, por ejemplo, se las vieron feas: los centros de acopio no les compraban lo que juntaban, porque no tenían cash para pagarles (los cartoneros no tenían tarjeta de débito). Y así, el problema se extendía: ese faltante de dinero físico, multiplicado a lo largo y ancho de todo el tejido social, fue el que provocó el estallido de la crisis de 2001.
La mentira del menemismo fue tan sucia y tramposa, que recién supo descorrer su velo durante el mandato de su sucesor. Pero De la Rúa fue dañado, antes que nada, por su propio aislamiento: en You Tube está el mensaje presidencial, cuando decretaba el estado de sitio mientras la gente ganaba las calles.
Puede observarse claramente cómo, ante esa dramática situación, el Presidente seguía poniendo cara de spot publicitario, miraba fijo a la cámara y se quitaba los lentes obedientemente, ante cada indicación del “asesor”… Su pequeño mundillo de manejo de imagen, fue aplastado por la realidad. La dura realidad que sufrían millones de argentinos.
En medio del naciente “que se vayan todos”, en Floresta la crisis vivió otra de sus caras más dolorosas: tres pibes que tomaban cerveza en una estación de servicio de Gaona y Bahía Blanca, fueron asesinados por un ex policía que trabajaba de custodio privado. La bronca generada por la indignación –el asesino intentó fingir que eran delincuentes- provocó una pueblada, que pretendía el linchamiento del hombre, detenido en la Comisaría 43°.
Los Pibes de Floresta se convirtieron en símbolo, en medio de aquella gravísima crisis que vivía el país.
REINVENTARSE PARA RECUPERAR LA CLASE
Superada la sorpresa del principio, cuando no podían entrar a bares y restaurantes sin ser insultados, la mayoría de la “clase” política supo reinventarse.
Fueron pacientes, esperaron convenientemente ocultos el fracaso del incipiente asambleísmo que iba naciendo: hombres y mujeres buscaban alternativas, discutían en las plazas de sus barrios, intentaban organizarse para recuperar la esencia de esa democracia vacía de contenido, que no los representaba.
Aquel movimiento se disolvió enseguida, no pudo encarar con solidez ninguna batalla electoral.
Más allá de la famosa consigna, de la “clase”politica, prácticamente no se fue ninguno: Menem terminó blindándose de la Justicia en el Senado. Lo protegieron los mismos que en los ’90 lo habían definido como “el mejor Presidente de la historia” y años más tarde, desde lo más alto del poder, lo habían demonizado: Néstor y Cristina Kirchner.
Pese a aquella crisis terminal, muchos gobernadores lograron conservar su poder, y aún hoy siguen al frente de sus provincias, al igual que decenas de diputados, senadores y concejales.
De la Rúa y Cavallo fueron de los pocos que pagaron el precio de aquella aberración política que duró casi 12 años. Lo pagaron sufriendo el escarnio popular, ya que la justicia no supo encontrar motivos fehacientes: la ineptitud no es un delito, gobernar en contra de casi todos, tampoco .
A 18 años de la crisis de 2001, sus causas siguen vigentes pese a que el kirchnerismo intentó, en los primeros tiempos, plantarse como la respuesta de la política a aquellos reclamos.
La conclusión es temeraria: casi 20 años después, los poderosos y la “casta” política siguen siendo socios.
Aquellas movilizaciones fueron tan multitudinarias como efímeras. Dos años después, en 2003, se habían replegado hasta los ahorristas, que meses atrás aturdían en las puertas de los bancos al grito de “chorros, chorros, chorros, devuelvan los ahorros”.
Apenas quedaban Nito Artaza y una decena de estafados, al frente del reclamo. ¡Y eso que estaban pidiendo que le devuelvan su plata…!
En aquella Argentina asfixiada económicamente, a muchos les sobró el coraje para desafiar a las autoridades durante los primeros días, los sangrientos.
Pero faltó inteligencia y temple para lograr la profundización de la democracia, con el obvio e imprescindible recambio de dirigentes incluído.
La deuda de la democracia argentina consigo misma, es que lleguen al poder aquellos que no se pierdan por una Banelco, por la cometa, o por la valija repleta de dólares; que gobiernen aquellos que sufran las mismas carencias y tengan los mismos valores éticos que la mayoría de la población; y sobre todo, que prediquen con el ejemplo.
A esa nueva dirigencia política, la que cambiará definitivamente las cosas para mejor, la seguimos esperando.
Claudio Serrentino
Foto: Taringa