De aquel pasado rabiosamente poético y ricotero, quedaron las melodías. Hoy, el Indio Solari es un celebrity, un millonario que insiste en querer jugar a ser aquel hippie que hace años no es (el problema es que hay miles que le creen). Si el rock pretende seguir siendo adolescente e irresponsable, debería volver a la Cueva de Pueyrredón y tocar para 300 personas; no para 300.000.
Otra vez, una fiesta que termina en tragedia. Otra vez, jóvenes que se mueren por causas evitables y muchos otros, estuvieron en peligro. Otra vez, un lugar al que entran más personas de las permitidas. Otra vez, miles que caen en la trampa. Otra vez, el funcionario que primero quiere colgarse del famoso de turno, y luego intenta no hacerse cargo de su responsabilidad. Otra vez, el músico “incomprendido” que no se hace cargo de su público.
La popularidad del Indio Solari entre los fanáticos alcanza niveles de “santidad”. Para sus seguidores, el Indio es una estampita viviente que de vez en cuando, aparece y les produce el milagro de una o dos horas de algo muy parecido a la felicidad, lo cual no es poco (¿cuántos tienen ese poder…?).
Son de todos los niveles sociales, y coinciden en códigos, frases, gustos, formas de vivir similares; aunque algunos vengan de la villa, y otros, del country.
El punto de unión y reunión es el Indio y Skay, o sea, los Redondos, cuyos canciones saben de memoria. Las letras hablan de lindas damitas de Concordia, pibes de astilleros, héroes del whisky, lobos sueltos y corderos atados; amores, odios, injusticias, justicia poética, ideas e ideología entrelazadas por palabras y melodías.
Hay una forma de vida tácita, que es la que promueve su lírica y la que incentivaron con su pose “alternativa” y su estudiado silencio autopromocional (sólo interrumpido con algunas entrevistas a medios “poco convencionales”, y aquella histórica conferencia de prensa de hace 20 años en esa misma Olavarría).
El público redondo tiene un perfil que quizás no satisfaga del todo a lo que pretendían los músicos, cuando se iniciaron: medio hippón, medio rollinga, medio lúmpen. Pero fue el fervor de esa gente lo que los subió a la cima.
Para sus seguidores, los Redondos/Indio/Skay significan fiesta, pogo, descontrol total.
Hay familias enteras criadas con las melodías y las costumbres de los recitales de los Redondos. Dos generaciones de Ricoteros que adoran al póster del Indio, como si se tratara de Ceferino Namuncurá. Son esos miles que desfilan, en caravana, hacia cada destino que les impone Solari: Tandil, Gualaguaychú, Olavarría; como antes fueron Cemento, Palladium, Obras, Parque Sarmiento.
OLAVARRÍA: EL ROCK QUE SE RESISTE A CRECER
Se especulaba desde hace meses, que el de Olavarría sería el último recital del Indio. En los barrios, se ofrecía el tour “completo”, con viaje de ida y vuelta, y entrada incluída. El ticket costaba $ 800.-, para ver a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado en un terreno donde unos meses atrás pastaban las vacas del pueblo.
Después de pagar, muchos no pudieron volver porque las combis, sencillamente, desaparecieron.
El Intendente de Olavarría, Ezequiel Galli, fue fundamental para que la fallida “Misa Ricotera” se realizara allí, algo que había sido prohibido por sus antecesores Helio y José Eseverri. El riesgo que se evitó entonces, se convirtió en una fatalidad padecida por cientos de miles de personas: lo sufrieron los habitantes de Olavarría, y las 400.000 personas que asistieron al recital (según Galli).
La locura de la entrada sin controles ni cacheos (ni siquiera corte de ticket), la impresionante masa de gente copando una ciudad que no estaba preparada -¡ni remotamente!- para contener tal invasión, la falta de previsión de los organizadores para que la entrada y la salida fueran en orden, las ridículas palabras del Intendente primero, y del entorno de Solari después, mientras gaseaban a los que no podían volver, o los que debían subir a camiones de basura para intentar un regreso improbable…
Una barbaridad a desde cualquier punto de vista: esa cantidad de gente no se hubiera controlado ni siquiera con los tanques del Ejército (y en ese caso, hubiera sido un desastre peor).
Si es cierto que se vendieron 325.000 entradas, el Indio Solari recaudó en una sola noche la nada despreciable suma de 260.000.000 de pesos (U$S 16.000.000). Ese volumen de gente obviamente superó al personal de seguridad, médicos y ambulancias contratados por En Vivo S.A. (empresa de los hermanos Peuscovich). Cualquiera se hubiera dado cuenta… menos ellos.
Una vez más, el rock local se resiste a crecer. Sigue siendo adolescente, incapaz de organizar eventos de gran magnitud. Los antecedentes no se remiten sólo al drama vivido por el público de Callejeros en Cromañón.
Y si no sabés/no podés hacer eventos de gran magnitud… ¡volvé a la Cueva de Pueyrredón! ¡Tocá para 300 personas! Si no podés organizar un concierto en el que tu público esté cómodo, que no le falte nada, si no le podés garantizar que tenga acceso a lo básico -¡lo básico!- que necesita cualquier persona que viaja y que se traslada cientos de kilómetros para verte… Si no lo sabés hacer, ¿para qué los convocás? ¿Para que los hacés movilizarse?
Y después, ¿Para qué dejás pasar a los que no tienen entrada, si ni siquiera sabés guiarlos para que la salida sea tranquila?
Los Redondos tienen una trágica historia de víctimas, empezando por Walter Bulacio, que los fue a ver a Obras (1991) y recibió una feroz paliza por parte de integrantes de la Federal que terminó matándolo. En el recital de Huracán (1994) hubo 28 heridos y 60 detenidos. Desde entonces, Solari agita el fantasma de que el poder político está en su contra. Previo al recital de Villa María, Javier Lencina murió en un accidente cuando iba a verlos. En Mar del Plata (1999) a un muchacho lo tiraron de un tren: era público de los Redondos. En River (2000) a Jorge Ríos lo mataron a puñaladas. En el Estadio Olímpico de Córdoba (2001) Jorge Felipi cayó desde la platea al estacionamiento, y murió.
Estos preocupantes antecedentes no hacen mella en su público, que -como a Ceferino- lo sigue fiel, pase lo que pase. De hecho, cuando los movileros les preguntaban cómo habían vivido el recital a los que bajaban de los micros provenientes de Olavarría, decían “bárbaro”, “impresionante”.
No quisieron mirar qué había pasado, ni habían tomado nota de lo ocurrido, del desastre de la organización, de la falta de lo más elemental (baños), de la ciudad desvastada…
Mientras, el público vivía un auténtico vía crucis en la ruta, con varias horas de demora para ir y venir, en muchos casos, varados por la falta de nafta. No se previó nada de nada, y aquí quien también tiene la culpa es el Estado, porque ya había antecedentes de este tipo de eventos, y de lo que implican. Sin embargo, nadie previó nada.
Ajeno a todo esto, el Indio fue y vino de Olavarría en un avión privado. Como el personaje de “Alien Duce” (“Alien Duce adornó tu esclavitud, y en un edificio en llamas te encanó…”).
Seguramente, su público seguirá idolatrándolo, vivándolo, concurriendo a cualquier convocatoria que realice el Indio.
Porque así de irracional y de pasional es el amor.
Aunque a veces, te cueste la vida.
Claudio Serrentino
Foto: Edgardo Kevorkian