Las luces de alerta que nunca quise ver, finalmente se encendieron. Pero ya era tarde. El “Peluca” Javier Milei es Presidente de la Nación.
Lo subestimé, es cierto. Pero a fuerza de votos, aprendí una lección: al adversario nunca hay que subestimarlo. El “Peluca” supo ganarse a la tribuna, interpretó la frustración colectiva y las ganas de salir del pozo, mientras enfrente tenía una manada de expertos en fracasos.
Con nada -pero con Macri- Javier Milei supo vender sus ideas como “novedosas”, cuando en realidad los argentinos ya probamos varias veces esa medicina. Pero a sus votantes no les importaron las experiencias pasadas, las de las castas militares y menemistas, que con el mismo “remedio” implosionaron dos veces el país. Con deudas y con sangre.
Sus votantes quieren creer en “lo nuevo” (aunque Macri, todo un símbolo de la “casta” política y empresarial, esté detrás del telón).
Massa y sus socios están haciendo cuentas, cotejan -ya inútilmente- por dónde hizo agua el barco.
En las provincias del norte, ésas a las que el gobierno de Alberto tuvo entre algodones, también se impuso Milei: Catamarca, Chaco, Jujuy, La Rioja, Misiones, Salta, San Juan, San Luis, Tucumán… Es más: el país, a excepción de la provincia de Buenos Aires, Santiago del Estero y Formosa, se tiñó de violeta.
Estas elecciones marcan un diagnóstico posible: se está muriendo una manera de hacer política.
Si uno se pone a pensar, estos 40 años de democracia, ¿qué resultados positivos dejaron? Hemos sumado derechos civiles, como el divorcio, la tenencia compartida, el casamiento igualitario. Alfonsín tuvo el coraje -y lo apoyamos- de sentar en el banquillo de los acusados, a los dictadores.
Económicamente, socialmente, los argentinos no mejoramos. Las estadísticas describen crudamente el aumento incesante de la pobreza, la inflación que no da respiro, la inseguridad se convirtió en un problema cotidiano.
Cuando tuvimos la posibilidad de crecer “a tasas chinas”, de impulsar un desarrollo genuino, de crecer institucionalmente… Cristina pegó el volantazo hacia el chavismo. No salió bien.
Porque los dirigentes políticos seguían cómodos en sus mullidos sillones, aumentando sus ingresos personales; subestimando, o directamente, ignorando las diversas problemáticas (“la inseguridad es una sensación”).
Entre el volantazo y las denuncias por corrupción, el kirchnerismo les dió excusas a la oposición para aglutinarse. Había un público antiperonista ávido de llevar la contraria. “Hagan un partido y ganen en las urnas”, desafió Cristina. Lo hicieron y le ganaron.
Vino Macri, quien llegó a la presidencia asegurando que la “inflación se resuelve fácil”, y volvió a endeudarnos con el FMI; todavía no explicó qué pasó con toda esa montaña de plata que le dió el organismo internacional de crédito “a sola firma”.
Volvió Cristina, con Alberto como abanderado: las peleas constantes entre ellos, terminaron autodestruyendo al gobierno. Perdieron la oportunidad histórica de confirmar la consigna “volvemos para ser mejores”. Luego de verlos putearse públicamente -daban verguenza ajena-, Massa quedó solo en el gobierno: se la jugó, sabiendo que la partida era difícil. El “mercado” no lo ayudó, y cuando quiso ayudarlo, ya era tarde.
Ellos, la dirigencia política que durante años ocupó cargos sólo para ocuparlos -los que Milei llama”casta”- seguramente no pagarán los platos rotos, el ajuste que se viene no los rozará (ya tienen de sobra). Tampoco los otros integrantes de la “casta”, los grandes empresarios, banqueros y financistas (quienes tienen espalda para especular, y seguir especulando, gobierne quien gobierne).
Los peronistas van a tener que estudiar seriamente cómo volver al ruedo. Deberán agregar iniciativa, inteligencia y audacia: volver a las fuentes, escuchar a los ciudadanos, mezclarse entre los laburantes… si de verdad quieren intentar seducir a un electorado que en su gran mayoría lo ve como “lo viejo”. Deben tener en cuenta que muchos votaron a Massa no por amor, sino por espanto.
El peronismo llegó a su piso electoral. Pero se puede derrumbar aún más, si se mira a la debacle que vive la UCR, desde la caída de su último gobierno nacional, en 2001.
Los radicales hace años que están en el mismo plan, y debieron aliarse al PRO para detener la hemorragia.
A ambos partidos “nacionales y populares” les va a costar reubicarse, volver a ser representantes genuinos del Pueblo que alguna vez confió en ellos. Es que, como quedó dicho, en los 40 años de democracia, lo “nacional y popular” no demostró eficacia. Ojo: tampoco los gobiernos neoliberales.
Javier Milei se dió un gusto que muy pocos pueden darse: derrotar a toda la estructura política tradicional, al establishment económico, a la iglesia católica, a los medios nacionales y extranjeros. No es poco. Ahora, deberá demostrarle a todo el Pueblo argentino, su capacidad para volantear un país que está al borde del abismo.
El gravísimo problema que enfrentará Milei, lo hereda de su socio Macri: deberá definir cómo se paga la deuda externa, y al mismo tiempo, cómo se rescata el país de la ruina al que lo envió esa deuda externa y la pandemia. El gran desafío que tiene es cómo se convierte a Argentina en un país sustentable, inclusivo, con crecimiento para todos (no sólo para los grandes capitales).
Tiene minoría absoluta en las dos cámaras del Congreso. ¿Cómo hará para negociar las leyes que necesita? A los gritos y con insultos, seguro que no.
Sin ánimo de hacer futurología, lamento intuir que el costo de los desaguisados de las “castas” durante el último medio siglo, no lo pagarán las “castas”, sino los ciudadanos.
Sospecho que los trabajadores, los emprendedores, las pymes, las cooperativas, serán los que paguen con dolor, las políticas neoliberales del nuevo Presidente.
Ojalá me equivoque.
Claudio Serrentino