Estuve unos días en Mar del Plata. Una hermosa ciudad, que vale la pena visitar todo el año. Si bien me gusta la parte “turística”, disfruto mucho de recorrer los barrios de La Feliz. Y no hablo sólo de Los Troncos, espléndido y lujoso. Sino de los otros barrios, los sencillos pero dignos, los que se fueron construyendo a pulmón por nuestros inmigrantes.
Pero esta nota es para hablar del viaje en tren. Si bien el boleto es accesible ($ 35.000), el lujo es conseguir uno, por la demanda que tienen.
El asunto es que lo conseguí, el tren salía a las 01.22. Último día: paseo nocturno por la ciudad, cena en un bolichito de barrio hermoso y barato. Cola larga para subir al tren. Salvo los que viajábamos, la estación estaba desierta, apenas interrumpida por algunos que se tiraban al suelo a descansar, mientras esperaban su micro.
El tren partió puntualmente. La azafata, muy amable, explicó los detalles para tener una convivencia sana entre los pasajeros. No son trenes nuevos, pero están enteros y bien equipados, con todo pensado para la comodidad del pasajero.
A la media hora apagaron las luces, y volví a sentirme como en la “cuadra” de la colimba. Mucha gente que no se conoce entre sí, pero que están reunidos en el mismo sitio con una misión: dormirse, que el viaje pase más rápido gracias al sueño.
El viaje fue apacible. Logré dormir a regañadientes. Me desperté justo cuando las primeras luces del sol se asomaban por el horizonte oscuro. Y ese momento fue muy valioso.
Ver cómo el sol se despereza, como sus rayos intentan penetrar la oscuridad… Maravilloso. En un momento, parecía que el sol, finalmente, no saldría. Brumas grises opacaban los rayos.
El campo le aportaba magia al momento: estaba cubierto de niebla, una niebla pareja y densa que cubría el verde. Sólo se apreciaban las copas de los árboles. De un lado del tren, empezaba a clarear. Del otro, seguía la noche.
Hasta que finalmente, el rey sol se impuso. La claridad lo invadió todo. La luz le había ganado a las sombras.
Me sentí feliz de haber presenciado un evento que se repite cada 24 horas, en cada rincón del planeta, desde hace millones de años.
Y pensé: todos tenemos que presenciar, al menos una vez, ese fenómeno del cielo. Te hace sentir bien, te asombra, te maravilla. Te sentís responsable de cuidar al planeta.
Una hora más, y el tren llegó puntual a Constitución. Caminando por el andén de los trenes de larga distancia, pude observar a una multitud, silenciosa y apurada, descender de un tren de cercanías y sumergirse en la boca del subte algunos, buscar rápido un colectivo otros.
El mar de gente también me impactó. Son los que hacen los trabajos, los que estudian, los que dejan sus mejores esfuerzos para que todo esté funcionando.
Pronto me saqué la campera. Aún a las 7 de la mañana, Buenos Aires suda. Las paredes de los túneles del subte transpiraban el calor del día de ayer.
Llegando a casa, otro mar de gente se sumergía por la calle Cuenca, a ocupar sus lugares en el centro textil de la avenida Avellaneda.
Buenos Aires otra vez…
Claudio Serrentino