
Algo aprendí desde 2023 hasta hoy: que al fenómeno Milei no hay que subestimarlo. Tiene un áurea poderosa sobre muchas voluntades, muchas cansadas con “los mismos de siempre”, aunque “los mismos de siempre” hayan vuelto al poder -otra vez- de la mano de Milei.
Caputo, Sturzenneger, Bullrich, Francos y compañía, hace rato que viven de los cargos públicos. Es decir, “son casta”. Pero indudablemente, a quienes votaron a “Adorni es Milei” esa parte de la historia no les importó. También obviaron el escándalo de corrupción $Libra, en el que el propio presidente está involucrado, y ha generado juicios por estafa en varios países del mundo.
Anestesiados con la teoría de “hay que acabar con el kernerismo”, más del 30% de los votantes le dieron su apoyo al actual presidente, sin importar en lo más mínimo lo que generó Milei con sus políticas: pérdida de puestos de trabajo, aumentazos de tarifas y precios, con salarios y jubilaciones freezadas, pérdida de beneficios y servicios, la obra pública condenada al olvido, y represión a cualquiera al que se le ocurra quejarse.
Según la teoría Bercovich, ese 30% representa mucho menos, si se toma en cuenta al “auténtico” ganador de la elección: la indiferencia. Alrededor del 45% no fue a votar, o votó en blanco, con lo cual es el que más “no votos” sacó. Casi como Adorni y Lospennato sumados, por ejemplo.
Debería ser un dato preocupante, algo que los motive a salir del mismo método de siempre: celebrar el triunfo con frases ocurrentes y papelitos, entender el resultado como un espaldarazo a la gestión, y de paso evitar cualquier atisbo de autocrítica, poner cara de preocupados cuando las papas queman, patear todo el tiempo la pelota hacia adelante. Siempre. Eso han hecho, y hacen, todos los gobiernos cada vez que llegan al poder. Milei es uno más en ese aspecto.
Insisto: el alto nivel de ausentismo de electores en cinco (5) provincias, debería increpar a la política, a toda la política, a cambiar su manera de actuar. Porque, aunque nadie lo diga -ni ganadores ni perdedores- los resultados empiezan a ser cuestionables, si no en la legalidad, sí en la representatividad: ¿es valedero un triunfo con el 30% de la mitad de los electores? Si las cuentas no fallan, en realidad estaría representando al 15%.
A estas horas, la gran pregunta en todos los bunkers partidarios debería ser: ¿cómo hacemos para que los que no fueron a votar, en la próxima voten por nosotros?
Sinceramente, ante el nivel de triunfalismo vacío, la falta de altura política, la negación por la visión a largo plazo… no creo que esa pregunta ronde por la cabeza de los principales referentes partidarios. No es una táctica a tener en cuenta.
En estas elecciones, perdió el partido PRO que gobierna la Ciudad desde 2007, que en la última elección legislativa local, había sumado casi el 50% de los votos… Ahora, arañó el 16%. Si se le suma la sangría Larreta, rondaría el 24%. No alcanzaría al segundo, Santoro, que sacó el 27,35%, lejos también del 31,13% obtenidos en las elecciones del 2023. Entre una elección y otra, el supuesto “favorito” que salió segundo perdió más de 108.000 votos.
Tanto al PRO como al nuevo Es Ahora Buenos Aires, el fenómeno Milei les llevó votos, entre la minoría que tuvo ganas de ir a manifestar su voluntad ciudadana.
Me quedo con la frase de Santoro, que repitió durante la campaña, y volvió a decir cuando reconoció la derrota: “Si la crueldad se puso de moda, no cuenten con nosotros”. Y vaya que se puso de moda, arrasa en las urnas porteñas, debe ser “cool” votar por el Javo.
Pero hay un problema que le es común a todas las comunidades partidarias: a todas les ganó la indiferencia. Y por goleada.
Claudio Serrentino