RINGO BONAVENA. Gran boxeador, primer mediático argentino

Desafiante, canchero, atorrante… Muchacho de barrio al fin y al cabo, Oscar Bonavena fue una figura emblemática de la sociedad argentina de los ’60. Tocó la cima cuando peleó con Mohamed Ali, en Estados Unidos. En aquel país se convirtió en leyenda, cuando desató la furia del dueño de un cabaret.

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Lo recuerdo claramente. Era una tarde de otoño fría en la casa de mi tía Alicia, en Wilde. Estaba por empezar la pelea Víctor Galíndez – Richie Kates en Johannesburgo, Africa. La veríamos en directo gracias a la magia de la transmisión vía satélite, inaugurada unos años atrás. La ansiedad nos devoraba. De repente, se abre una puerta, y una de mis primas –Mónica, Liliana– grita: ¡mataron a Bonavena!

La ansiedad se convirtió en incomprensión primero, incredulidad después. Mientras preguntábamos cómo, Galíndez se dirigía al ring saludando con grandeza, como el campeón que era y que en esa ocasión, revalidó para siempre. Su tranquilidad tenía explicación: Víctor ignoraba la charada que el destino le había jugado a su amigo Oscar Bonavena, a miles de kilómetros  de distancia, en la puerta de un cabaret.

Tito Lectoure había dado la orden de no contarle nada. Galíndez fue un león herido que, cortado y sangrante en una ceja desde el tercer round, la emprendía contra el rival y cada vez que se acercaba -a Kates, o al juez- se refregaba para limpiarse la sangre. Lástima: Ringo no llegó a ver una de las peleas más dramáticas de la historia del box. Ganó el argentino, claro.

Oscar “Ringo” Bonavena nació el 25 de Septiembre de 1942 en el barrio de Parque de los Patricios, con casi cuatro kilos, fue hijo de Doña Dominga, lavandera, y de Don Natalio, conductor de tranvía.

En los tiempos escolares, cuentan que fue más lo que anduvo vagueando por las calles de su barrio -muchas veces, agarrándose a trompadas con otros pibes- que los que pasó en el colegio. En sexto grado, abandonó y empezó a trabajar de repartidor de pizzas, picapedrero, empleado en una carnicería. Dicen que los vecinos le decían, por su físico: “vos vas a ser boxeador”.

Fue en el club Huracán, donde comenzó a forjar su destino de una de las grandes figuras de nuestro boxeo: en 1959 se consagraría campeón amateur, y en los años siguientes, campeón sudamericano.

En 1963, en San Pablo, enfrenta a Lee Carr, quien le estaba dando una paliza a Bonavena. El muchacho de Parque de los Patricios decide convertirse en el antecesor de Mike Tyson: ¡le muerde una tetilla! Fue descalificado, obvio

Al año siguiente decide probar suerte en Estados Unidos. Debuta en el Madison Square Garden, y derrota a Ron Hicks en el primer minuto del primer round. Durante su estadía en el país del norte, Bonavena estudió la estrategia promocional de Cassius Clay. Cuando volvió a la Argentina, decidió convertirse en “Ringo”, el primer personaje mediático de nuestro país.

Armó todo un circo para enfrentar al campeón argentino de entonces, el “Goyo” Peralta: en la aparición de los boxeadores, el Luna Park entero aplaudió al poseedor de la corona, y abucheó a “Ringo”: pese a tener el público en contra, Bonavena lo tiró en el quinto round, y luego ganó por puntos. El público del Luna, que antes lo había silbado, lo aplaudió a rabiar. Al día siguiente, “Ringo” se vistió con su mejor traje, se calzó el cinturón de campeón, y salió a saludar a los vecinos de Parque de los Patricios. Seguido por una cámara, claro

“Ringo” empezó a hacerse popular, a fuerza de aparecer en televisión. Tanto nombró en la tele a los ravioles de su madre Doña Dominga, que le ofrecieron hacer un programa los domingos. Palito Ortega, el cantante top de aquellos años, le compuso el “Pío pío pa”, que “Ringo” grabó y que todavía suena los Días de la Primavera.

Pero además de sus excentricidades, de sus habanos, de sus canchereadas, Bonavena sabía ver la vida, y dejó un par de frases que quedaron para la historia de la filosofía porteña. “La experiencia es un peine que te regalan cuando te quedás pelado”, o “Hay tipos que me dicen: ‘hola, Bonavena, síentese, coma algo’. ¡Si cuando yo no tenía un mango no me daban de comer! ¿Por qué me quieren dar de comer ahora?”.

Mientras “Ringo” llamaba la atención de millones de argentinos por sus locuras, otros boxeadores también lo hacían, pero conquistando títulos mundiales. De aquella, la mejor época del boxeo argentino a nivel mundial, son Horacio Accavallo, Nicolino Locche, Carlos Monzón. La noche en que Monzón derrotó a Benvenuti, allí estaba “Ringo”, de saco y polera, festejando el triunfo de su colega argentino.

Pero “Ringo” no quiso ser menos, y empezó a hacer su propio juego para lograr una pelea con el campeón del mundo de los pesados (y uno de los mejores boxeadores de todos los tiempos) Mohamed Alí (tal el nombre de Cassius Clay, luego de convertirse al islamismo).

Tanto hizo, que lo logró: pelearían por el título vacante de la Federación Norteamericana de Boxeo (NABF por sus siglas en inglés) en el Madison Square Garden de Nueva York, tras obtener una autorización judicial, puesto que las autoridades de la ciudad se negaban a concederle el permiso, debido a la prohibición que pesaba sobre Alí .

Para “Ringo”, era la gran ocasión de cancherear, esta vez, en una gran vidriera internacional, y ante el más grande. Previo a la pelea, había declarado que le daba un poco de impresión de pelear con un negro, “porque los negros tienen olor”. Así fue que, durante el pesaje, Bonavena se tapaba la nariz. Luego, le preguntó en inglés: “¿por qué no fuiste a la guerra?” (Alí se había negado a alistarse para ir a Vietnam, se había convertido en un defensor de la paz, y de los derechos de los afroamericanos).

Y después, le espetó: “Chicken! You big chicken! Cua! Cua! Cua!”. Alí, el verborrágico, el hábil declarante, no supo qué contestar. El alumno había superado al maestro.

Ese fue sólo el principio de la batalla verbal entre “Ringo” y Alí. Tomó tal trascendencia la furia de los boxeadores, que hasta los nazis del Ku Klux Klan hicieron pública su simpatía por “Ringo”.

La pelea fue memorable. Por la emoción, por la técnica de Alí, por la guapeza de “Ringo”, porque se cayeron los dos, y porque fueron 15 rounds tremendos.

Fue el canto del cisne del Bonavena boxeador.

En 1973, Huracán salió campeón por única vez en su historia. La hinchada cantaba: “somos del barrio, del barrio de la Quema… Somos del barrio de Ringo Bonavena”.

Dicen que “Ringo” había vuelto a Estados Unidos, en 1976, a buscar la revancha con Alí. Lo cierto es que se mezcló con gente peligrosa. Encontró su fin el 22 de Mayo de 1976 en el “Mustang Ranch”, un cabaret del Estado de Nevada, propiedad de Joe Conforte. Uno de sus hombres disparó contra “Ringo”, porque lo vieron paseando con su mujer.

El velatorio de “Ringo” se realizó en el Luna Park. Al gran boxeador, filósofo de barrio, y primer mediático de la TV, lo despidieron más de 100.000 personas.

Claudio Serrentino

Foto: diaadia.info

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