Tardó tanto la ticketera en imprimir los cupones de descuento, que esta vez lo medí: 5 metros y medio de “beneficios”, si es que decido volver al mismo supermercado.
Parece, efectivamente, un “beneficio”: pero al leer los cupones de descuento, raramente encuentro algún producto que sea de mi necesidad. O cuando tengo que volver a comprarlo, el cupón ya está vencido. Ley de Murphy (si sos péndex, googlealo).
De hecho, la única vez que usé un cupón de descuento, fue para comprar 2×1 del desodorante Nivea Black & White. Justo se había acabado el desodorante que uso siempre –a bolilla-, y no encontré la marca (segunda o tercera, nada premium).
Al advertir que por primera vez, el súper me ofrecía algo conveniente, en un artículo que realmente necesitaba, me tomé el trabajo de revolver la basura (adonde van a parar invariablemente los cupones de descuento).
Con cierto asquito –no entiendo por qué, fueron restos generados por mi propio consumo- encontré el bollo con los tickets. Revolviendo un poco más, accedí al mentado 2×1 en desodorante.
En la siguiente compra, coloqué el cupón junto a la tarjeta de débito, para no olvidarme. Tomé los dos productos de la góndola. Recordé que tienen fecha de vencimient, pero éste no estaba vencido. ¡Vamos!
Pagué. Y encontré cierta satisfacción al volver a casa, y testear que, efectivamente, habían descontado el valor de uno de los dos productos. No es mucha plata. Pero todo suma.
Pasó el tiempo (no mucho). Luego de bañarme, cotejo que se había acabado el desodorante. De inmediato, revuelvo el botiquín y doy con el Nivea Black & White. Me lo pongo. ¡Para qué…!
A los dos minutos me picaba la axila. Una picazón que, con el tiempo, se fue extendiendo al brazo. Era tanta la molestia –duró varios días, aún después de haberme bañado 2 veces-, que en un momento me asusté, y pensé en consultar al médico.
El triste final de esta historia, es que los dos envases llenos, fueron a parar a la basura. La oferta no fue para nada conveniente.
Pero volviendo al principio: a la ticketera que no terminaba más de imprimir los cupones -5 metros y medio de largo, lo medí-, a las ofertas, y a los precios descuidados y desfasados (Argentina tiene los precios más caros del mundo en casi todos los productos, por un lado… y los salarios más bajos del planeta, por el otro).
Seguramente, para imprimir semejante cantidad de papel, y gastar tantos litros de tinta por cada cliente, el súper está recontra cubierto cada vez que decide “obsequiar” esos cupones a sus clientes (lo cual no ocurre siempre). Lo mismo, todos los que ofrecen 3×2 en vinos, 4×3 en gaseosas, el 50% en la segunda unidad, etcétera, en determinados días.
En estos tiempos de malaria… En lugar de gastar tanto dinero en impresiones de cupones, promociones, publicidad, afiches, volantes, revistitas… BAJAR LOS PRECIOS sería un gran aporte a la comunidad.
De esta manera, sus clientes encontrarían alivio. Y quizás hasta puedan gastar más en sus comercios. Es decir: lo que das, vuelve. Una ley básica de la humanidad, que también puede aplicarse a los negocios (aunque está claro: siempre la quieren toda para ellos…).
Claudio Serrentino