Tengo problemas para dormir.
Sí, a veces sufro de insomnio. Y suele ser cuando más necesidad de reposo tengo.
Pero aquí no quiero referirme a ese mal dormir, sino a la falta de sueño que genera mi reloj. ¿Usás reloj despertador en la era de los celulares? Qué viejo meado… Sí. Viejo. Meado. Que usa despertador. ¿Y qué…?
Perdón, no quise ponerme gruñón (otra vez). Pero siento cierta alergia a la hiper modernidad. Esa que te quiere imponer: no pienses.. ¿para qué? Si todo está en google. Ok, esa cuestión motivará otra nota. No quiero dispersarme. Vuelvo a mi pieza. Y al problema del dormir.
Resulta que en mi mesa de luz tengo un reloj. Despertador, como los de antes. Los millenials no entenderán de qué hablo: antes -antes de antes, para que se ubiquen mejor- a los relojes despertadores, a los de muñeca y a los de bolsillo (otra antiguedad típica de VM), se les daba cuerda para que funcionen. ¿QUEEEEÉ…? Sí. Cuerda. Le dabas vuelta a una perilla. Traca traca traca. Hasta el tope. Y el reloj andaba todo el santo día, y sonaba a la hora que le indicabas. Al otro día, de vuelta traca traca traca. Aquella forma de medir la hora, también había generado un noble oficio: el de los relojeros (hoy en franca extinción).
Cabe acotar: antes no se usaban pilas para cualquier cosa. Cuando llegaron los nuevos colonizadores de la hiper modernidad, nos metieron lo digital primero, la internet luego, y finalmente, el controlador total: el celu. Y TODO usa baterías o pilas, que después quién sabe a dónde van a parar (controles remotos, relojes digitales, mouse, teclados, linternas, etc).
Mientras tanto, mientras vemos qué hacemos con las pilas, el celular registra qué sitios visitás, toma nota de lo que querés comprar en mercado libre, escucha lo que charlás por whatsapp, y luego te manda propagandas que tienen que ver con todo eso que buscaste y charlaste, a través de las app (eso no sería invasión a la privacidad…?).
El asunto fue que a fines de los ’70 empezaron a aparecer los relojes a pila. ¡No hay que darle más cuerda!, era el iluso comentario. Entrar a la hiper modernidad parecía divertido. Haríamos menos tareas. Ingenuamente, creíamos que Robotina nos prepararía la comida, mientras gozábamos de nuestra vida libre de obligaciones.
Cincuenta años después, si se multiplicaran las pilas usadas por cada habitante de la Tierra desde entonces hasta ahora, esa cifra, por sí sola, explicaría el calentamiento global, los incendios forestales, los tsunamis y demás cuestiones que indican que el reloj de la paciencia del planeta, está por sonar. O por quedarse sin pilas
Pero mejor, no pensemos. Mejor entretenerse con jueguitos pedorros. Insultando a gente por X, como hace su creador, el cyber facho EM. O preguntándole a la IA frases con doble sentido. Para eso llegó la hiper modernidad. Para profundizar y estirar al máximo la hora de la pavada. ¿Cómo era aquel discazo de Divididos? ¿”La era de la boludez”? Qué avanzados Mollo y Arnedo.
Uh. Otra vez me deliré. Vuelvo. Estamos a la noche. Estoy por dormirme. Y para dormirme profundamente -no ese sueñito que te tiene con los ojos así de abiertos apenas 40 minutos después de haberlos cerrado- necesito SILENCIO. Bueno, el silencio que te puede ofrecer un barrio de Buenos Aires. El concepto silencio incluye eventuales pasos de autos, colectivos, camiones, motos que hacen explosiones en medio de la trasnoche, borrachines que se quieren, pero que se pelean a los gritos por el último trago del tetra. Hasta ahí sería el límite tolerable de mi silencio.
Como dije antes, en la mesa de luz tengo un reloj despertador propio de VM. El relojito de marras, comprado luego de alguna de mis separaciones, está medio golpeado por los años y las mudanzas. Pero resiste lo más dignamente que puede.
El asunto es que en estos últimos días, empezó a hacer un ruidito. Casi imperceptible. Pero mis oídos, en medio de la noche, lo tienen bien registrado. Y si no me duermo rápido, estoy pendiente del ruidito. Que no es el clásico “tic tac”. No. Es otra cosa, no podría explicarlo. Un zumbidito. Insisto, casi imperceptible. Pero a la noche, se amplifica como parlante de DJ.
Fui a comprar otro reloj, ya no a la relojería; recorrí bazares y los antiguos “todo x 2”, a los que hoy habría que ajustarle el precio: ¿20.000? No importa, el asunto es que me encontré con varios ejemplares de relojes despertadores chinos. Cuadrados, redondos, más chicos, más grandes, con orejas de Mickey o similares a los que usaban mis viejos, que eran de lata y vidrio. Estos son todos de plástico.
Compré uno redondito. Negro. Parecido al que tengo. Lindo. No salió caro.
Llegué a casa entusiasmado. Le quito la pila al negrito viejito, lo despido casi con cariño. Compañero de largas noches en las que fue testigo de mis soledades, mis compañías, mis sueños y mis pesadillas (¿no será demasiado para un reloj?). Le pongo la pila al nuevo y… Tic. Tac. Tic. Tac. Tic. Tac. Tic. Tac. Luego de los primeros segundos, el ruido se presume insoportable. Y eso que es a la tarde.
Enfrenté la cuestión con mi faz optimista: quizás de noche no se sienta. Llegó la noche, vi una serie, apago la tele, apago la luz, cierro los ojos, y… Tic. Tac. Tic. Tac. Tic. Tac. Tic. Tac.
Entonces, recién entonces, entendí aquel verso de uno de los tangos más lindos del preciado dúo Gardel Lepera:
“Pasa las noches, el minutero mueve
La pesadilla de su lento tic-tac”
Al minuto y medio debí levantarme, le quité la pila. Por primera vez de mis noches en casa, no tenía referencia horaria al ir al baño en la madrugada.
Malditos chinos. Inventaron autos que andan solos, y no se dieron cuenta que los relojes NO DEBEN HACER NI EL MENOR RUIDITO.
Intentaré dormir. Hasta mañana.
Claudio Serrentino