
Que diversas facciones del poder económico desean escriturar la Argentina a su nombre, se sabe desde antes de 1810.
Pero nunca como ahora, se habían animado a tanto. Al menos, en democracia. Este tenebroso momento de nuestra historia, es como develar la escena que nunca vimos en “La guerra de las galaxias”: Darth Vader mostrando su rostro. Aunque esto no es ficción. Es absurdamente real.
Convengamos que no es un hecho aislado en América latina, un vasto territorio lleno de riquezas naturales, sumamente apetecibles desde el poder concentrado que administra el mundo.
Entonces, pasan demasiadas cosas raras por estas tierras: desde el fallido golpe de Estado en Bolivia (con ayuda del gobierno de Macri), la destitución de Dilma Rousseff y el encarcelamiento de Lula en Brasil, el “autogolpe” de Pedro Castillo en Perú, el exilio de Rafael Correa luego de tres mandatos en Ecuador… Era cuestión de tiempo la condena a Cristina.
América latina fue azotada por dictaduras de todo tipo y tenor en los ’70, amparadas por la doctrina de seguridad nacional de EEUU. Desde hace tiempo, volvieron para ajustar cuentas con las democracias del continente. ¿Por qué? Porque hay abundante agua dulce, montañas con minerales riquísimos, mucha tierra fértil.
En Argentina, el proceso se aceleró luego de la victoria de Javier Milei, quien -como ya comprobamos- es capaz de hacer y decir cualquier cosa, con tal de agradar a los poderosos.
Alguien lo dijo, y yo coincido: con este gobierno, se rompió el pacto democrático al que la sociedad adhirió desde 1983. Es decir, vale todo. Desde un presidente puteador que habla de “niños envaselinados” (!!!), hasta una Corte que dice “siga, siga”, mientras ese mismo presidente confiesa en público que “es el topo que viene a destruir el Estado desde adentro”, y otras frases del mismo tenor, con las que viola sistemáticamente el espíritu liberal y democrático de la Constitución Nacional.
La justicia argentina es demasiado exigente para unas cosas, y demasiado permisiva para otras. Por ejemplo: el mayor atentado terrorista de la historia argentina, el bombardeo de fuerzas militares argentinas a la Plaza de Mayo. Aquella vez, usaron aviones, bombas, combustibles y uniformes que pagamos “con la nuestra” para matar a 308 personas y herir a otras 1.200. Recién en este siglo ese atentado fue declarado como “crimen de lesa humanidad”. Ya había pasado medio siglo de aquel horror. La justicia tardía se parece mucho a la impunidad.
No pienso detallar las fallas del fallo supremo. Simplemente, destacar la “rapidez” de la condena firme a Cristina. Impropia del máximo tribunal, que siempre se toma “sus” tiempos, y hasta en algunas ocasiones, suele adormecerse infedinida y convenientemente. No fue éste el caso.
Esta vez, “alguien” debe haber sugerido que apurara el trámite. Y el terceto máximo (qué tentación de compararlos con Los Tres Chiflados…) cumplió la orden y se apuró. El pedido salió rápido, antes de las elecciones, justo para beneficiar al topo, su hermanita, y los oscuros personajes del establishment que se esconden detrás de esas marionetas.
Hoy, cuando la política llegó a su nivel más bajo, cuando la democracia se degrada cada día desde lo más alto del poder, cuando todo lo que se decide desde el gobierno es perjudicial para las mayorías, cuando los que más necesitan son los más castigados… Hoy, el poder judicial debió haber marcado un límite, haber defendido lo más sagrado, la Constitución y las leyes…
Pero no.
Hoy, violó sus propias normas, su propia razón de ser. Desde hoy, se llama Corte de Suprema Injusticia.
Hoy, la Corte nos está diciendo que sus fallos están sospechados de nulidad, que cualquier norma que dictamine o haya dictaminado, está viciada de arbitrariedades.
Desde hoy, Argentina se volvió insegura, ya no sólo en la calle, también en los juzgados.
El mensaje de la Corte es claro, y no por ello, menos nocivo: nos dice que la democracia no garantiza justicia, con lo cual, se siguen degradando las propiedades del sistema. De paso, se alienta la fantasía del topo emperador.
“Están pasando demasiadas cosas raras, para que todo pueda seguir tan normal”, cantaba Charly hace más de 40 años. Cuánta razón tenía.
También decía que los dinosaurios iban a desaparecer. Cómo le pifió.
Claudio Serrentino