JULIO SOSA. Varón del Tango y Vecino de Villa del Parque

Julio Sosa fue una de las voces más notables del tango. Su infancia pobre, su prolífica carrera y su trágico final, ocurrido en un accidente automovilístico el 26 de Noviembre de 1964.

Julio María Sosa Venturini nació el 2 de Febrero de 1926 en Las Piedras, un pueblito del Uruguay. Su familia era pobre, por eso ayudó desde chico, sumando algunos pesos como repartidor de una farmacia, vendedor ambulante de bizcochos, podador municipal de árboles, lavador de vagones.

El adolescente Sosa tenía un gran ídolo: Carlos Gardel. La primera vez que se animó a cantar en público, fue en el recreo “Luces de Canelón Chico”, donde ganó un concurso: le pagaron 20 pesos y una botella de vino. Otra vez, a los 14 años, quiso cantar en el Café “Parodi”. Casi lo logra: apareció la policía y lo llevó de vuelta a su casa.

Con tan sólo 16 años, se casa con Aída Acosta. Aquel matrimonio duró poco, quizás por la precocidad de la pareja.

La vida de Julio se debatía entre sus deberes de adulto, y su vocación del tango.

Un tío le sugiere: ¿por qué no te anotás en la Marina? Y así lo hizo, pero duró poco. Más que carrera march y cuerpo a tierra, el protagonista de esta nota necesitaba cortes y quebradas. A los pocos meses, abandonó la milicia.

La incertidumbre vocacional se acaba: Sosa decide ser cantor. Consigue un lugar en la orquesta de Carlos Gilardoni. Canta en clubes de barrio y festivales. Pero la plata no alcanza. Trabaja como “guarda” para subsistir.

Julio no bajó los brazos: llegó hasta el Café “Ateneo”, frente a Plaza Libertad (en Montevideo), y se suma a la orquesta de Hugo Di Carlo y más tarde, a la de Luis Caruso (Carusito).

En 1948, logra grabar cinco tangos para el sello uruguayo “Sondor”.

Luego de la muerte de su padre, Julio Sosa decide cruzar el charco para probar suerte: sus amigos hicieron una “vaquita” y le dieron unos pocos pesos para el viaje, y un hotelito barato. El 15 de Junio de 1949, parte para Buenos Aires.

En tierra porteña, Julio consigue trabajo como cantor de tangos en algunos cafés, como el “Los Andes” (Córdoba y Jorge Newbery), donde le pagaban 20 pesos por día más la cena.

Un día, lo escucha el autor Raúl Hormaza y lo contacta con los responsables de una de las mejores orquestas del momento: Mario Francini y Armando Pontier. Sosa da una prueba ante Pontier, quien apenas lo escucha, lo llama a Francini. Esa misma noche debutó en esa orquesta.

Cuenta la leyenda que apenas empezó a cantar, el público -que iba a bailar- se detuvo al pie del escenario, para escucharlo. Después de ese primer recital, firma contrato con Francini-Pontier por 1.200 pesos mensuales, lo que impulsa al uruguayo a radicarse definitivamente en Buenos Aires.

Cuatro años después, el maestro Francisco Rotundo lo tienta con una oferta que no podrá rechazar: 5.000 pesos por mes. Sosa firma el pase, que también lo beneficia en lo artístico: en la orquesta estaba Floreal Ruiz, quien le enseñó muchas técnicas para perfeccionar su canto.

Dos años estuvo Julio en la orquesta de Rotundo. Pero las cosas se complicaron: le detectaron pólipos en la garganta. Pasó por el quirófano y el resultado fue maravilloso: el timbre de voz le había mejorado notablemente. Esta etapa dejó joyitas como “Justo el 31”, “Mala suerte” y “Secreto”, entre otros.

En 1955, Francini se separa de Armando Pontier. Éste vuelve a convocar al cantante, y Julio acepta. Fueron cinco años de una actividad prolífica, que dejaron 34 temas grabados. También, hubo un preaviso del destino: un accidente con un automóvil lo mantuvo 2 meses inhabilitado para los escenarios. De aquel gran momento, quedaron “Camouflage”, “Al mundo le falta un tornillo” y su imprescindible versión de “Cambalache”.

En 1958, Julio conoce a Nora Edith Ulfeldt y se casa por segunda vez. Nora es la madre de Ana María, la única hija del cantor. Poco tiempo después vendría el divorcio, y otra vez el amor: Susana Merighi, su tercera esposa, con quien vivió hasta su muerte en Helguera 2448, Villa del Parque.

Julio Sosa empieza a pensar en lanzarse como solista. Con rápidos reflejos, el bandoneonista Leopoldo Federico le pone la orquesta a su disposición. En esa etapa explota el fenómeno Julio Sosa: en cuatro años, quedaron registros de 64 temas (“Tarde”, “Mana a mano”, “Rencor” entre muchos otros). El periodista Ricardo Gaspari aportó el mote de “El varón del tango”. Al mismo tiempo, se sumaba como conductor y actor a la naciente televisión, en tres ciclos: “Copetín de Tango”, “Casino”, y “Luces de Buenos Aires”.

El tango empezaba a perder influencia entre la juventud: la “nueva ola”, con jovencitas que bailaban frenéticamente al ritmo del twist o del rock, llamaba la atención de las nuevas generaciones.

Hugo del Carril -nada menos- convoca a Julio Sosa y Beba Bidart para hacerles frente a los crecientes púberes del “Club del Clan” en la película “Buenas noches, Buenos Aires”, en la que el tango y la nueva ola se baten en un duelo cancionero.

Sosa estaba en su mejor momento, y lo aprovechó para despuntar el vicio de la poesía y el periodismo. Editó su libro “Dos horas antes del alba”, y le incluía recitados a los tangos. También editó un disco homenaje a su ídolo Gardel, cantando los tangos del Zorzal con las guitarras del uruguayo Héctor Arbelo.

Su fama iba más allá de la Argentina; era conocido en toda Latinoamérica, y recibía ofertas para cantar en los Estados Unidos y Europa.

El destino ya le había avisado un par de veces; el 26 de Noviembre de 1964, después de una fiesta de casamiento, se lo llevó sin avisar, a bordo de uno de sus amados autos, el DKW Fissore.

Su velatorio debió mudarse dos veces, para terminar realizándose en el Luna Park (por gestión de Hugo del Carril), ante las miles de personas que querían despedirlo.

El cortejo fúnebre que llevó los restos de Julio Sosa fue acompañado por decenas de miles, que seguían al féretro bajo la lluvia. El traslado desde el Luna Park a la Chacarita tardó más de siete horas, en el que no faltaron los incidentes con la policía.

Su pronta partida fue un duro golpe para el tango. Su voz profunda, su sonrisa compradora, su impecable pinta de varón, su simpatía, su gracia para “actuar” el tango y frasear, y también, sus interpretaciones sentidas, dejaron un sello inconfundible en la música popular argentina: el de Julio Sosa.

Claudio Serrentino


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