La lucha de las mujeres consiguió grandes avances durante estos últimos 150 años de humanidad. Definitivamente, el mundo será un lugar mejor si ellas imponen, amigablemente, esa impronta de amor que les surge de su propia naturaleza de madres.
Durante años, levanté la bandera reclamativa del “día del hombre”, para reírme de ese discurso falsamente feminista que coloca a lo masculino como símbolo del poder que las sojuzga.
Lo que aquellas mujeres quieren decir es que, puertas adentro de la casa, algunos hombres (los más bestiales y primitivos, nunca fue una cuestión genérica, no todos somos así, caramba) ejercen el poder que les da la fuerza y efectivamente, someten a las mujeres.
Y yo lo entendí, pero lo que no puedo concebir es que nos pongan a todos en la misma bolsa. De ahí el reclamo.
El hecho es que el 8 de Marzo es el “Día de la Mujer”, y escuché a un par de conductoras de TV que sostienen que “no hay nada para celebrar” porque la fecha tiene que ver con la muerte de trabajadoras textiles que pedían mejores condiciones laborales.
Y yo considero que sí hay que celebrar. Con agasajos, con flores, con lo que se te ocurra. Mucha sangre corrió para que las mujeres de hoy puedan festejar su día.
Hace apenas cien años atrás, las mujeres (y los hombres) anarquistas y socialistas, luchaban para obtener una serie de derechos que les eran negados por los poderosos de turno.
Fue en los Estados Unidos donde las mujeres empezaron a hacer más ruido para obtener mejores condiciones laborales. A mediados del siglo XIX comenzaron estos movimientos, que fueron profundizándose a medida que el Partido Socialista norteamericano atraía a los trabajadores.
Un hecho muy recordado es la huelga que duró casi seis meses (comenzó el 28 de Septiembre de 1909 y se levantó el 15 de Febrero de 1910), para reclamar la reincorporación de obreras despedidas en la fábrica textil “Triangle” de Nueva York, que concitó el apoyo de sindicatos y asociaciones feministas.
Como trabajaban en condiciones muy precarias, también reclamaban mayores condiciones de seguridad, que finalmente, no se concretaron.
El 25 de Marzo de 1911, un incendio en esa misma fábrica provocó la muerte de 123 mujeres (muchas de ellas, inmigrantes italianas de entre 14 y 23 años) y 23 hombres.
El mayor desastre industrial en la historia de la ciudad de Nueva York, obligó a importantes cambios legislativos en las normas de seguridad y salud laborales e industriales y fue el detonante de la creación del importante Sindicato internacional de mujeres trabajadoras confeccionistas (International Ladies’ Garment Workers’ Union) que lucha por mejorar las condiciones laborales de las trabajadoras textiles.
Hace más de 150 años que las mujeres luchan por ser reconocidas como fuerza de trabajo respetable y también, como individuos pensantes. Desde los griegos, hasta el siglo XX, la democracia sólo era concebible con el voto de los hombres (bueno, los griegos tampoco aceptaban que todos los hombres votaran…).
Valerosamente, las mujeres lograron ponerse a la par del hombre, y las parejas de hoy en día aceptan compartir roles y obligaciones, algo impensado hace unos años atrás.
Pero no se acaba aquí la lucha de las mujeres. En este siglo XXI, deberán trabajar para aportar a la humanidad lo mejor de sí: cariño, respeto, calidez, comprensión, sabiduría, encanto y ese “touch” de dulzura que suelen ponerle a cada capítulo de nuestra vida cotidiana.
Ese pack amoroso deberá atravesar los estratos de poder, llegar y cambiar las mentes de “donde se cocina el bacalao”; estoy convencido que el mundo será un lugar mejor si los valores femeninos se imponen a lo largo y a lo ancho de toda la sociedad.
Desde el principio de los tiempos, los hombres nos resistimos, pero luego nos entregamos a ese fabuloso universo de la hembra humana; cuando lo bestial se deja domar por el amor, ese mandato invisible pero bien palpable que nos hace crecer como personas y que nos amiga y hermana con el resto del universo.
De la mano de nuestras mujeres entonces –esposa, hijas, madre, tías, maestras, vecinas- vamos hacia adelante con tolerancia, amabilidad, don de gentes; esos valores que todas ellas nos inculcaron, para vivir en un mundo definitivamente mejor.
Claudio Serrentino
Foto: ibytes.es