Buenos Aires es una linda ciudad, o no, según donde se la mire. Recorrer Palermo, Recoleta o San Telmo, es agradable. Caminar por el sur porteño de noche, es una tarea arriesgada.
Villa Lugano es parte de la ciudad aunque los gobiernos, todavía, no hayan tomado nota, o no hayan querido tomar nota.
Probablemente, no quieran anotar porque allí, en sus calles, se amontona toda la desidia y la ineptitud de ellos, los funcionarios. El paquete, claro, incluye a narcos.
Porque si los pibes pasan hambre, en Lugano pasan más hambre. Porque si en Buenos Aires una de cada tres familias no tiene vivienda, en Villa Lugano faltan más viviendas. Porque si no hay trabajo, en Villa Lugano hay más desocupados. Porque si en cualquier barrio hay inseguridad, en Villa Lugano hay más inseguridad. Porque si los narcos se adueñan de un territorio, es muy probable que ese territorio esté en Villa Lugano.
En teoría, los lugares con más carencias deberían ser los prioritarios para los gobernantes, allí donde el Estado centre su mayor atención. Pero no. En Buenos Aires, al menos, los gobiernos autónomos -desde fines de los ’90 para acá, más de dos décadas- han hecho poco, muy poco para revertir esa situación.
Sin embargo, entre los gobernantes hay dos ex presidentes, que hicieron campaña electoral montados sobre una supuesta Buenos Aires eficiente, limpia, justa y segura.
Tanto Fernando De la Rúa como Mauricio Macri, estuvieron fogoneados por costosísimas campañas publicitarias para llegar a la presidencia, las que –obviamente- pagamos todos los porteños (luganenses incluídos).
Claro, ninguna de esas campañas mostró imágenes de la Buenos Aires real, sino aquellas que los futuros votantes querían ver (así de engañosa es la propaganda). Pero esta ciudad se vuelve cruda, brutal, hiper realista, sobre todo en las calles de Villa Lugano.
Los anuncios de los jefes de gobierno fueron tan rimbombantes como embusteros: la promesa de un hospital para la comuna que más lo necesita, por ejemplo, todavía está por cumplirse. Creyeron que con poner el cartelito, ya estaba. Pero no había internación, o sea: no era un hospital. La justicia debió ordenar que retiraran el cartelito.
Debieron abocarse a la construcción de viviendas, después del caos que se generó con la toma de tierras del Parque Indoamericano. Viviendas, dicho sea de paso, que siempre son insuficientes.
La llegada del metrobus le dio cierto parecido con algunas avenidas lujosas del norte, pero no mucho más que eso.
Por estos días, toda la atención mediática se centró en Villa Lugano, transmitiendo en vivo un operativo policial hecho por y para la televisión, que no cambia en nada esa realidad del barrio.
Un show mediático con todas las letras. Porque teóricamente, para allanar lugares y detener a personas se necesita primero la orden de un fiscal. Sin embargo, ahí avanzaban los policías, recorriendo amenazantes… ¿el lugar que coparon los narcos? No, una callejuela donde los cartoneros hacen su trabajo…
El terror narco dejó paso al terror policial. Con las cámaras enfocando, los efectivos no dudaron en empujar hasta tirar al suelo a un muchacho del barrio (algo hay que mostrar, el minuto a minuto es muy exigente).
Los vecinos se animan porque está la tele. El matrimonio de peluqueros que se animó a denunciar, cuenta su calvario y muestra los disparos en las paredes. Otros también hacen declaraciones ante las cámaras.
Mientras tanto, Rodríguez Larreta debe dirigir al Racing Club o a alguna sociedad de fomento; porque es el gran ausente, pese a que los canales repiten una y otra vez los videos con los tiros en un territorio que –supuestamente- él gobierna.
¿Hay ministro de Seguridad en la Ciudad? Ah, sí, es el vicejefe Diego Santilli. A él tampoco le preguntan…
Y si el narcotráfico es un delito federal, ¿dónde están las fuerzas federales enviadas por la Nación, para atrapar a los narcos? Y los servicios de inteligencia, ¿no deberían investigar la trama del narcotráfico, para desarticularlo? ¿Qué tienen para decir el presidente Alberto y su ministra Frederic?
Ausentes. Todos ausentes. Si hay algo que resalta en las calles del barrio, es la ausencia del/los Estados.
Una vez más, los vecinos de Lugano como involuntarios protagonistas y siempre víctimas.
Una vez más, nadie pregunta lo que hay que preguntar, y los que deberían hacerse cargo se esconden: gobernantes de la Ciudad y de la Nación (lo mismo ocurrió con las tomas del Parque Indoamericano).
¿Qué pasará con el barrio, cuando se haya ido el enjambre de periodistas, camarógrafos y policías…?
Claudio Serrentino
Foto: captura de imagen América TV