Aquel 22 de Febrero de 2012, la tragedia de Once dejó al descubierto la farsa de la privatización, y otras promesas vacías de la política.
En Febrero de 2012, el gobierno de Cristina Fernández gozaba de gran popularidad. Pocos meses atrás, había triunfado en las urnas con un contundente 54% de los votos, dejando muy lejos a su más inmediato perseguidor (Hermes Binner sumó poco más del 16%).
Aquel espejismo electoral se estrelló en el andén 2 de la estación Once, cuando el tren no frenó a tiempo, y se llevó la vida de 52 personas.
Las escenas de los rescates son tremendamente impactantes, aún después de 10 años. Los relatos de los sobrevivientes siguen conmocionando, y dejando al descubierto las penosas situaciones para viajar todos los días en el FFCC Sarmiento (entonces en manos de la privada TBA).
Un caso sirve de ejemplo, y quien haya viajado en el Sarmiento dará fe de ello: una mamá que perdió a su hija en la tragedia, cuenta que no pudo subir a tres formaciones porque estaban colapsadas. Cuando paró el cuarto tren… “la masa de gente nos arrastró hacia adentro del vagón, sin que tuviéramos la voluntad de hacerlo”.
Así de mal se viajaba por entonces. En la estación Flores ya había ocurrido otro siniestro, cuando un colectivo intentó cruzar las vías con la barrera baja. Fue seis meses antes, el 13 de septiembre de 2011; murieron 11 personas y sufrieron heridas 228 personas.
Las tragedias dejaron al descubierto la farsa de la privatización de los ferrocarriles, iniciada en los ’90 por el presidente Menem: la empresa TBA sólo se dedicó a pintar trenes, y cobrar boletos.
La justicia determinó que la empresa no cumplió con sus responsabilidades: “se tomó como probado que miembros del comité ejecutivo y del directorio tomaron la decisión de no ejecutar tareas de mantenimiento que debían cumplir. Con el objetivo de obtener beneficios económicos, ejecutaron un plan delictivo ocasionando perjuicio económico a los bienes públicos por el deterioro de la flota asignada a la línea, flota de propiedad estatal. El plan delictivo consistía en permitir que la flota de material rodante circule en deplorable estado, afectando el confort y la seguridad de los pasajeros“.
Por el lado político, fueron condenados Juan Pablo Schiavi (secretario de Transporte al momento del siniestro), y Ricardo Jaime (secretario de Transporte entre 2003 y 2009). Julio de Vido pudo zafar.
La intención del gobierno -entonces, y ahora- es echarle la culpa al maquinista “que no frenó a tiempo”; nunca se hicieron cargo de las paupérrimas condiciones en que viajaban porteños y bonaerenses, con vagones colapsados y gente colgada y hacinada, todos los santos días.
Cristina tuvo el castigo electoral en las elecciones de 2013, donde su partido redujo en más de 20 puntos su caudal electoral: de aquel histórico 54%, bajó al 32%. Su gobierno compró una nueva flota de trenes, y modernizó las estaciones del FFCC Sarmiento.
Pero ni ella, ni Macri, lograron concretar lo prometido tantas veces en los últimos años: el soterramiento de la línea del oeste.
Cientos de familias se vieron afectadas por la tragedia, y siguen padeciendo las secuelas de un incidente que les hizo perder a seres queridos, y les cambió las vidas para siempre. Era gente común, sencilla, como cualquiera de nosotros, que cotidianamente viaja como ganado, que pelea por el mango todos los días.
Juan Frumento -papá de Leonel, quien cuando murió en Once tenía 32 años- asegura que su hijo y todas las víctimas “son mártires”, cuyo sacrificio “tendría que tener algún significado, el que yo le encuentro es que el transporte sea digno”.
Es triste, muy triste, que tenga que morir tanta gente, para aspirar a tener un transporte digno.
Claudio Serrentino
Foto: Télam