Es de noche, y los noticieros de la TV se regodean con las imágenes del humo sobre Buenos Aires. “Caen cenizas”, dice un movilero, con un tono dramático, que intenta dar cuenta del peligro que significa para la salud de millones de personas.
Es -otra vez- la voz de alarma que todos enfrentamos con silenciosa resignación, más allá del “Dios mío” que suspiran tías y abuelas, al mirar la pantalla.
Porque quienes deberían ocuparse, quienes deben ocuparse, quienes debieron ocuparse desde antes de que el humo llegue a CABA -cuando cientos de miles lo vieron, olieron y padecieron en Rosario, por ejemplo- siempre están en otra cosa.
Los gobernantes firman acuerdos, sonríen, hacen discursos, describen un presente doloroso que deja entrever ese futuro mejor, que llegará en algún momento (incierto y lejano, dadas las circunstancias).
Pero el humo está matando el aire, ¿y…?
El gobernador de Santa Fe, Perotti, había ido a Casa Rosada a firmar algo, y aprovechó el momento de flashes para llamar la atención pública sobre el humo. Pero la noticia pasó por el papelito que firmaron. El humo fue la “nota de color” de la reunión. Nada importante.
Hasta que el humo empezó a sobrevolar Buenos Aires, y ahí sí, los noticieros de la noche se preguntaban “cuándo se va”. Aunque la pregunta más importante era “quién los encendió”.
Esa pregunta maldita que nadie quiere preguntar, porque de algo hay que vivir.
Hace unos días, el ministro de Ambiente Juan Cabandié dió nombres y apellidos de los sospechados de generar los incendios; “cien tipos”, dijo, familias muy “importantes”. Tan “importantes”, que les importa tres carajos joder a millones de personas. Se sienten seguros detrás de la impunidad que les da su “importancia”.
Según el ministro, denunciaron a los “importantes” ante la justicia: esos poquitos millonarios desalmados que hacen quema de pastizales para dedicarlos a las pasturas para ganado, o directamente, negociados inmobiliarios. “En dos años, la justicia no hizo nada”, dijo Cabandié.
¿Y qué hicieron los Estados -nacional, provincial, municipal- para evitar estas quemas, que vienen ocurriendo desde 2008 al menos?
La respuesta está en el aire viciado. El negocio de cien tipos, es más importante que la salud de millones de personas. ¿Quién pagará los costos por las alergias y otras enfermedades que generó el humo? ¿Quién se hará cargo de los daños?
Desde este pequeño lugar, casi desde el anonimato, propongo que LES EXPROPIEN LAS TIERRAS a quienes generan este tipo de incidentes, que afectan a toda la comunidad. Y además, que les cobren todos los gastos que generaron para apagarlo, traslado y estadía de bomberos, costos de salud, etc. Porque antes que la propiedad privada, está el bien común.
¿Habrá alguno –de esos que están en el Congreso para “representarnos”- que se anime, siquiera, a sugerirlo…?
El humo se vuelve cruel metáfora, y triste protagonista del viejo chiste del gallinero: las cien gallinas “importantes” que están arriba, cagan a todas las de abajo. ¿Y la democracia?
Cabandié -el Estado nacional- espera que sea la justicia quien se haga cargo del tema. Supone que ocupando un lugar en el gabinete, no hay mucho más para hacer. Si la cosa era opinar, se hubieran postulado para panelistas en Intratables, y no para gobernar el país.
La ciudadanía necesita que, quienes ocupan cargos en los gobiernos, los defiendan, los protejan, y que castiguen a los que dañan al prójimo. Y esto cabe para todos: también, para los que están jugando a ser oposición.
Propongan, hagan, resuelvan, solucionen: pónganle freno a la impunidad.
Opinadores, hay de sobra.
Claudio Serrentino