La vida de Domingo Faustino Sarmiento (1811/1888) fue muy intensa, y muy valorada por quienes conocen su obra, sus escritos, sus reacciones, sus aportes. También están sus detractores, pero no podemos dejar de reconocer todo lo que hizo por la educación.
Tuvo un sueño civilizador que lo fue concretando con la educación para todos. A través de los censos nacionales, se puede comprobar cómo se alfabetizó el país. De ahí la admiración por su gran obra educadora.
En el libro “Viajes” de Sarmiento, que fue editado en 1849, relata, entre otras cosas, su búsqueda en instalar la educación en nuestro país.
Recorrió parte del norte de África, Europa y los Estados Unidos. Las ciudades de Europa lo decepcionaron: “He visto sus millones de campesinos, proletarios y artesanos, viles degradados, indignos de ser contado entre hombres, la costra de mugre que cubren sus cuerpos, los harapos y andrajos que visten”.
Se cuenta que en Septiembre de 1847 desembarcó en Nueva York en el velero “Moctezuma”. Transita el país del norte infatigablemente. Donde encuentra mayor respuesta a sus búsquedas, es en la ciudad de Boston. Para los argentinos, emociona ver su monumento en una avenida importante de esa ciudad. En el año 1913, hubo un concurso que no se llegó a concretar. A principio de la década del setenta, la escultora Ivette Compagnion ganó el concurso para esculpir la estatua de Domingo F. Sarmiento de 5 metros de altura, que está enclavada en la Av. Commonwealth, en un lugar destacado de la ciudad de Boston.
En esta ciudad, Sarmiento se encontró con Horace Mann y escribió:
“… En Boston están las escuelas convertidas en templo, por la magnificencia de su arquitectura y cada viviente paga un peso anual para educar a los hijos de sus semejantes. Y cada niño pobre consume al año siete pesos de renta pública para educarse…. de Boston salen enjambres de colonizadores que llevan al Far West las instituciones, la ciencia y la práctica del gobierno, el espíritu yanqui y las artes manuales que presiden a la toma de posesión de la tierra…El principal motivo de mi viaje era ver a Mr. Horace Mann… el gran reformador de la educación primaria… la Legislatura del Estado había estado a punto de destruirle el trabajo. Creaba allí….un plantel de maestras… vi mujeres que pagaban una pensión para estudiar matemática, química… eran niñas pobres que tomaban dinero anticipado, para costear su educación, debiendo pagarlo cuando se colocasen en las escuelas como maestras…”
Por la acción de Sarmiento, en Enero de 1866, arribó un vapor con 34 maestras que vinieron para comenzar a organizar el sistema educativo. Fueron acompañadas por un reportero del New York Times, que luego escribió la crónica de esos acontecimientos.
Entre 1869 y 1898, el gobierno argentino contrató a sesenta y un maestras estadunidenses para trabajar en las escuelas normales del interior del país, en muchos casos fundarlas, o en ocasiones, para ayudar a construirlas. O para defenderlas cuando se convirtieron en fortines sitiados, durante las luchas sangrientas que agitaban la región.
Muchas cumplieron sus contratos de dos a tres años y regresaron a su país. Otras se afincaron en la Argentina y formaron sus familias.
“Eran solteras de aspecto atractivo, maestras normales, jóvenes pero con experiencia docente, de buena familia, conducta y morales irreprochables y, en lo posible, entusiastas…”.
En Abril de 1866, Sarmiento le comunicaba a Mary Mann en Estados Unidos, las condiciones que había acordado con el gobierno argentino: contrato de dos a tres años: los salarios oscilarían entre 100 y 190 pesos oro o pesos fuertes para directoras o docentes avanzadas; se crearían escuelas normales y también escuelas primarias, llamadas modelos o de aplicación, para que los aspirantes a maestros hicieran sus prácticas.
El costo de los viajes resultaba caro para el gobierno argentino, eran 75 días en trasatlántico, ya que se pagaba desde el embarque en Estados Unidos.
Las maestras se quejaban, que si bien cobraban más que en su país, los costos de vida aquí eran muy elevados. Otra crítica la dio la Señorita Elizabeth Coolidge, que trabajó en Rosario:
“Los buenos maestros eran a menudo desplazados para dar lugar a protegidos políticos con poca o ninguna preparación”.
Se había previsto que durante los primeros cuatro meses, las recién llegadas recibieran entrenamiento intensivo de idioma. Muchas no sabían que debían dar las clases en castellano, idioma que desconocían.
Después de manejar el castellano, debían enseñar metodología, psicología, ciencias de la educación. Pero no fue así, los primeros años comenzaron a impartir fue gimnasia, música, francés o economía doméstica.
Sarmiento las entusiasmaba diciendo que “aquí ocuparían un lugar distinguido… y mejor que en Estados Unidos, por el prestigio que la acompañaría de ir tan poderosamente recomendadas, ser norteamericanas, y personas del saber. Sus relaciones serían pues, las primeras familias del país”.
Pero no fue acorde con la realidad, las maestras no lograron integrarse en las familias patricias del país. Hay que contar que las 61 maestras fueron profesionales altamente calificadas, que tenían una excelente educación y conocían la pedagogía pestalozziana.
También hay que imaginarse lo que sufrieron estas señoritas en un ambiente desconocido, donde la educación estaba ausente. Había que adaptarse a los sitios que se les asignaba, lejos de todo. En un libro de reciente aparición, “Las Señoritas”, de Laura Ramos, narra estos acontecimientos que son parte de nuestra historia.
Hay un capítulo dedicado a la pensión de Fanny Borges, que resultó ser la abuela de Jorge Luis Borges, quien influenció mucho en su vida.
Frances Haslam (Fanny) había nacido en Straffordshire, en la Navidad de 1842. Cuando tenía cinco años y su hermana doce, murió su mamá. Su papá se volvió a casar.
Tenía una formación académica interesante. En 1866, la hermana mayor, Carolina, emigró a la Argentina. En el año 1869, Fanny está registrada que vive en la casa de su hermana.
Su figura era esbelta, era una gran lectora de literatura inglesa y se sabía la Biblia. No hablaba el castellano y cuando lo aprendió, igual tenía un acento inglés. A comienzos de 1870, conoce a Francisco Isidro Borges, militar nacido en 1832 en Montevideo.
Francisco hablaba francés, era buen ajedrecista, un joven apuesto, tenía un temperamento valiente y apasionado. La atracción fue total. Cuando eran novios, le escribió a Fanny:
“Empiezo dándote un millón de besos por tu preciosísima carta que recibo en estos momentos. ¡Qué linda y qué inteligente eres querida mía. ¿ Cuánto te quiero y cuanta felicidad te debo…Tuyo Borges”. La carta fue subastada en Noviembre de 2004 en Inglaterra.
Se casaron el 12 de Agosto de 1871: El coronel Borges solicita dispensa “por disparidad de creencias, siendo yo católico y ella protestante”.
El 3 de Junio de 1872 tuvo su primer hijo, en Febrero de 1874 nació su segundo hijo cuando el coronel estaba en campaña militar. Era un reconocido mitrista y llegó a la batalla de La Verde (1874), donde lo hirieron de muerte.
Para Fanny, esos tres años cerraban los más hermosos de su vida. Sus finanzas debieron ser precarias. La pensión del gobierno le llegó en 1878, y será por eso que comenzó a alojar a maestras en la localidad de Paraná.
Hay que pensar que era una buena oportunidad alojarse en su pensión para aprender el idioma. Varias páginas del texto están destinadas a relatar las experiencias vividas por esas maestras alojadas en su casa.
Cuenta sobre sus hijos Francisco Eduardo y Jorge Guillermo (papá de Jorge Luis) que luego se mudaron a Palermo.
El libro detalla al final la procedencia de cada una de las maestras, lugares que ejercieron la docencia y como continuaron sus vidas. Algunas se casaron aquí, otras regresaron. También se cuenta las escuelas donde ejercieron.
Es importante volver a recordar la obra de Sarmiento, traer a las maestras fue una acción complicada y pionera en la educación que se comenzaba a implementar.
Susana Boragno
Foto: Susana Boragno