Mientras esperaba en la fila para cumplir con la obligación ciudadana, hubo dos pibes que votaban por primera vez. Las autoridades de mesa arrancaron con aplausos, y pronto nos contagiaron. El gimnasio de la escuela donde voté, cambió por un instante la indiferencia, por la celebración.
Al mismo tiempo, una señora mayor, con andador, emitía su voto; una nieta le sacaba fotos, mientras ella sonreía sosteniendo el sobre en la boca de la urna, como si fuera la candidata presidencial. Hermosos momentos, que por un ratito nos sacaron del aire viciado por la incertidumbre que se respiraba allí.
Otra señora, también muy mayor, logró llegar a la mesa con dificultad. Le costaba moverse. Pero ella fue al biombo, eligió a sus candidatos, votó y emprendió lentamente el regreso a su casa. Se esforzó, lo hizo. Quería emitir su opinión.
Ese fenómeno, de chicos, medianos y grandes con ansias de expresarse, es lo que me sigue maravillando de esta democracia infértil, decadente, inepta y tan argentina. Sin embargo, muchos de nosotros seguimos creyendo que nuestro voto puede cambiar algo para mejor. Esa actitud nuestra, como electores, la siento un tanto inocente, pero al mismo tiempo, muy valiosa. Y lo es desde siempre, en cada votación: desde la ley Saenz Peña para acá (antes, en el siglo XIX, a los pobres los obligaban a votar por los ricos; ése es el país que admira Milei).
Pero más allá de lo romántico del asunto, y sus simbolismos, está la vida real, y cuál de los cinco puede generar expectativas, y pueda cambiarla para mejor.
Entre las propuestas disponibles, los electores trataron de votar en defensa propia, algunos con convicción, otros por descarte.
Los que votaron a Javier Milei creen más en el daño que éste puede hacerle a los políticos, que en las mejoras que propone (viejas fórmulas que ya fracasaron) aggiornadas con su look leonino, y rugidos extemporáneos al tono. Más allá del personaje, La Libertad Avanza empezó a naufragar, a medida que se difundían sus propuestas, y el candidato bajaba el tono de su voz. El estupor de parte de la sociedad ante cuestiones como dolarización, la venta de órganos, los vouchers en educación y salud, el rompimiento de relaciones con el Vaticano, la renuncia de los hombres a la paternidad, desacreditación de la figura del General San Martín, regalar las Malvinas a los ingleses, y el broche final: el desprecio por “los viejos meados”, fueron el filtro que separó a quienes fueron seducidos por el personaje, de quienes huyeron espantados por sus ideas. Así y todo, conseguir casi el 30% de los votos con este nivel de propuestas, es todo un triunfo para los hermanos Milei, que ahora dependen de JxC si quieren tener aspiraciones presidenciales.
Sergio Massa es la nueva cara del viejo peronismo, desgastado por los desaguisados de la pareja despareja Alberto-Cristina. Sin el ancho de espadas, con las cartas que quedaron en el mazo, el actual ministro de Economía se las rebuscó para instalarse como la posible solución, aún estando dentro del problema. Massa es el ministro de la inflación de dos dígitos, pero también, el de la devolución del IVA. Su mayor desafío será, si llega a la presidencia, poner la economía en orden (para lo cual será imprescindible cumplir con su promesa de “gobierno de unión nacional”, única manera de recuperación sólida de la economía) . Y también, desactivar lo que queda del kirchnerismo, herido tras la aparición del yategate de Martín Insaurralde, el hombre puesto por Cristina en el gobierno bonaerense. “La grieta se murió”, dijo Massa, lo que significa que desaparecerán del escenario político los dirigentes que la encarnaron: Cristina y Macri. Habrá que ver si Cristina lo acepta, o si ella sigue autoflagelando a su propio espacio partidario. Sobre Macri… su cara en el escenario al lado de Bullrich lo dijo todo.
A propósito de Patricia Bullrich: nunca logró instalarse como una propuesta de cambio, una alternativa para los votantes, que modifique -para mejor- el status quo actual. No hizo promesas, sólo agua y ajo. Tuvo y tiene dificultades para su oratoria, y su campaña fue oscilante, con ritmo cansino. Así y todo, se dió el lujo de vencer a Rodríguez Larreta (y su gigantesca maquinaria porteña) en la interna, le puso límites a Macri cuando coqueteó con Milei, intentó sumar con Melconian. Desde sus inicios, el espacio PRO sigue girando alrededor de las mismas caras: Mauricio Macri de ciudad a nación, María Eugenia Vidal de ciudad a provincia, Diego Santilli de ciudad a provincia, Néstor Grindetti de ciudad a Lanús (pasando por Independiente), Cristian Ritondo de ciudad a provincia. De todos ellos, el único que quedó bien parado en estas elecciones fue Jorge Macri, que -también- pasó de Vicente López a Ciudad (único ganador en un escenario repleto de perdedores). La lista de dirigentes es corta, limitada -lo que lleva a un desgaste natural- y no parece tener capacidad de ampliarse y renovarse.
Juan Schiaretti debe sentirse satisfecho. Logró hacerse un lugar en la política nacional, algo que había aspirado desde siempre su predecesor, José Manuel De la Sota. “Cordobedizó” la campaña, habló de federalismo.
Myriam Bregman tuvo sus 15 minutos de fama con su participación en el debate, y la definición de Javier Milei como “gatito mimoso”. Está claro que éste no es momento de la izquierda, al menos, es lo que dijo el electorado. Además de luchar en la calle, deberá empezar a pensar propuestas de gobernabilidad en serio, si quiere sumar voluntades.
Ahora arranca otro desafío para los argentinos: definir quién de los dos candidatos que competirán en el ballotage podrá mejorarle la vida, o en todo caso, no complicarle más las cosas.
Claudio Serrentino