Volver a ver las imágenes de la Plaza de Mayo abarrotada de gente, vivando a Galtieri, varias décadas después de aquel evento, vuelve a inundar de tristeza el corazón.
Aquel 2 de Abril de 1982, esa Argentina sometida, torturada, violada -en lo político, económico y social- salía a celebrar el inicio de un conflicto con una potencia mundial, como si se tratara de un campeonato de fútbol.
Como siempre, dos países: ése, el oficial, el que transmite en directo ATC, aplaude al genocida Leopoldo Galtieri. Es el de las largas caravanas a Uruguayana para comprar las TV color, el que juega a la timba del dólar y el plazo fijo.
El patético país que tan bien pintó la película “Plata dulce” en el personaje de Federico Luppi: consumista e ignorante al mismo tiempo.
Nunca entendí bien qué celebraban aquellos miles de personas que agitaban las banderas argentinas, mientras el genocida saludaba desde el balcón jugando a ser “popular”, y las masas entonaban “no cabe duda, no cabe duda, la reina de Inglaterra es la reina más boluda” (?).
Porque era obvio que no iba a ser gratuito enfrentarse contra Inglaterra, integrante activo de la Otan que además contaba con el apoyo implícito del otro lado de la cordillera, gracias a su socio, el genocida chileno Pinochet.
La recuperación transitoria de las Malvinas fue lo mejor que se le ocurrió a los militares del proceso para atraer el favor popular. Fracasaron rotundamente en lo económico, lo que no les garantizaba casi ningún futuro político. La maniobra militar fue un manotazo de ahogado.
Aquellos que creyeron ver una “causa patriótica”, se conmovieron y se movilizaron.
El otro país era el real: el de los obreros reprimidos hacía apenas tres días atrás -30 de Marzo de 1982-, el de las marchas de los jueves para pedir por los detenidos-desaparecidos, el de los bebés robados y los vuelos de la muerte, el de las industrias destruídas.
Desde entonces, Malvinas tapó todo lo demás: se juntaban víveres, abrigo, lo que fuera necesario para “nuestros muchachos que van al sur”.
El país oficial celebraba su reencuentro, copaba las calles y agradecía haber recuperado a “las hermanitas perdidas”.
Por televisión, el influencer oficialista Bernardo Neustadt aseguraba que los ingleses no se atreverían a cruzar el Atlántico para recuperar las islas.
Mientras Pinky y Cacho Fontana conducían las “24 horas por Malvinas”, los británicos avanzaban a paso firme para recuperar un punto clave, en materia geopolítica, para la Otan: las islas le brindarían una porción de la Antártida.
El rock nacional movilizó a la juventud, bajo la consigna “Recital por la Solidaridad Latinoamericana”, sin referencias al conflicto bélico. Los rockeros pretendían señalar que, más allá de los militares de turno, estaban los lazos entre los pueblos del continente. Casi un retorno a las consignas del ’70, con un fuerte mensaje de paz. Los gobernantes, esta vez, tragaron el sapo sin chistar, y miles de jóvenes concurrieron al campo de rugby de Obras Sanitarias.
Los militares dejaron de reprimir. Y hasta permitían que los lugares bailables siguieran funcionando.
Pero el país real se seguía desangrando por la falta de trabajo y la miseria a la que -por consiguiente- estaban condenados vastos sectores de la población.
La debacle llegó pronto; la ilusión de recuperar las islas sólo fue sostenida por los combatientes, quienes pelearon duramente contra los ingleses, y también contra la falta de recursos.
En el territorio, los supuestos estrategas fracasaron en todo. La “mediación” del socio de los ingleses (!!!), Alexander Haig, tuvo como único propósito ganar tiempo, entretener a los argentinos con expectativas de paz, mientras los ingleses cruzaban el océano.
De aquella macabra batalla, que sólo sirvió para reimpulsar y perpetuar las ambiciones británicas en el Atlántico Sur, quedó el espíritu combativo de quienes pusieron, literalmente, el cuerpo.
Y el dolor eterno de los que no volvieron más.
El regreso de los soldados se escondió. Muchos de los que volvieron, sufrieron y sufren enfermedades psíquicas. Otros tantos se suicidaron.
Buena parte de la sociedad -que tanto los había alentado durante el conflicto bélico- pronto los olvidó.
Y la recuperación de las Malvinas pasó de ser una causa nacional, a convertirse en una misión prácticamente imposible.
Justo lo que necesitaban los ingleses.
Claudio Serrentino
Foto: Víctor Bugge