El 23 de mayo de 1936, Buenos Aires inauguraba su símbolo: el Obelisco.
Erigido en conmemoración del IV centenario de la ciudad en 1936, en relación con el primer asentamiento del adelantado Pedro de Mendoza en el Río de la Plata, suscitó polémicas por sus dimensiones y sencillez.
El arquitecto que lo diseñó fue Alberto Prebisch, que lo describió como una “simple y honesta forma geométrica”. Las obras comenzaron el 19 de marzo de 1936 y su construcción demoró solamente 60 días ya que se utilizó cemento de endurecimiento rápido. Se fue construyendo por secciones de dos metros para facilitar el volcado del hormigón. El obelisco fue inaugurado el 23 de mayo de 1936 y el descubrimiento estuvo a cargo del presidente Agustín P. Justo.
La altura del monumento es de 67,50 metros, el máximo permitido entonces de acuerdo a la línea de edificación de la Diagonal, de los cuales 63 son hasta la iniciación del apéndice que es de 3.5 mts, y la punta es de 40 cm. sobre la cual se colocó un pararrayos. El Obelisco es hueco y a su interior tiene una escalera marinera de 200 escalones con 7 rellanos. En su ápice tiene cuatro ventanas, una hacia cada uno de los puntos cardinales.
Inicialmente tenía un revestimiento en piedra blanca que, a causa de un desprendimiento parcial, se optó en 1940 por retirarlo. Vale mencionar que en un principio fue muy resistido, incluso las crónicas de la época hablan de una “obeliscofobia”, se llegaba a llamarlo de modos tales como el “zángano”, el “pinchapapeles de acero y cemento” o el “armatoste monstruoso de latón”.
En una sesión del Concejo Deliberante se resolvió demolerlo por abrumadora mayoría, lo cual no se llevó adelante, ya que el Intendente vetó la resolución aduciendo que pertenecía al patrimonio cultural de la Nación y no a la órbita de la Ciudad. Paradójicamente, el Obelisco es hoy el máximo ícono de nuestra ciudad.