Mientras el nuevo Presidente baila y los pocos K que acudieron al bunker se retiran, este ensayo intentará repartir méritos y culpas. De paso, una breve mirada al futuro inmediato.
El resultado era previsible hasta para el perdedor: Daniel Scioli mudó su bunker del gigantesco Luna Park (donde “celebró” el acotado triunfo en primera vuelta), a un pequeño lobby de hotel. Así de poca era la fe que se tenían los organizadores de un acto en el que –daban por hecho- sólo había que dar las hurras, y retirarse.
Y así fue, nomás: Scioli aguardó a que le confirmaran que la tendencia ya era irreversible. Y salió. Salió a hablar como si siguiera en campaña electoral: recordó los índices de desocupación, “el país que nos dejaron y el que entregamos”, y demás etcéteras que repitió desde hace meses. No se permitió correrse del acting, ni siquiera en ese penoso momento.
Si en otros momentos de la campaña, alrededor de él se peleaban por arrimarse los figurones del peronismo, aquí, en ese pequeño lobby de hotel, se veían caras extrañas atrás y a los costados del perdedor. Seguramente, segundas y terceras líneas. El único conocido que se percibía era Alberto Espinoza, Intendente de La Matanza. Pero también intentaba ocultarse de las cámaras.
El peronismo deja que sus perdedores se incendien solos: así ocurrió allá lejos y hace tiempo con Italo Luder, candidato a Presidente en 1983, y con Herminio Iglesias (fallido candidato a Gobernador Bonaerense en la misma ocasión). Hoy es el turno de Scioli, pronto a convertirse en cadáver político. No le alcanzó con la lealtad a Néstor y Cristina, llevada muchas veces hasta la humillación pública. Tampoco con el miedo que agitó durante las últimas semanas.
En realidad, Scioli empezó a perder cuando Aníbal dijo que la inseguridad era una “sensación”; cuando el gobierno encaró la ridícula batalla contra el grupo Clarín; cuando empezaron a “dibujar” los índices de la economía; cuando -subidos al triunfo del 54%- lanzaron el “vamos por todo”; cuando empezaron a sembrar sospechas alrededor del Fiscal Nisman; cuando la Presidente le impidió competir con Randazzo en la interna; cuando le impuso a Zannini como candidato a Vice; cuando bendijo a Aníbal como candidato a gobernador; cuando Aníbal dijo que aquí había menos pobres que en Alemania.
Cada vez que CFK salía por cadena nacional (sólo este año hizo 45), Scioli iba perdiendo votos. Y hoy mismo, cuando la Presidente se dedicó a violar la veda electoral durante eternos cuarenta minutos en los que se vanaglorió de los éxitos de su gobierno… Se puede decir, sin eufemismos, que Cristina fue la gran estratega de la derrota. Y no sólo eso: se encargó de dejarle un campo minado, por si llegaba a salir victorioso.
Fueron tantas incongruencias, que cansaron. Opacaron los importantes logros obtenidos con soberbia, prepotencia y autosuficiencia. Cuestionaron desde adentro a su propio candidato. Plantearon la cuestión política en términos totalitarios: “si no estás con nosotros, sos la derecha”. Espantaron.
Si hubiera querido, Scioli podría haber ido más allá de las limitaciones impuestas desde su propio espacio político. Pudo haberse despegado, criticar lo mal hecho, prometer nuevas y mejores maneras, aferrarse a lo bueno y desechar lo malo. Pero no supo qué hacer, más que reforzar su única virtud visible, la lealtad: apuntó más a seducir al esquivo voto K (varios sectores habían dicho públicamente que no lo querían), que al resto del electorado. Ese terminó siendo su piso y su techo.
En lo personal, se le vió mucha actitud en estas últimas semanas, pero no parecía suficiente: repetía el discurso una y otra vez, no se salía del personaje, no intentaba seducir, sino atemorizar. Así y todo, estuvo cerca de la victoria. Su derrota fue más que honrosa. Pero tanto él, como Cristina, Aníbal y los “barones” del Conurbano, son los grandes perdedores no sólo de la elección, sino de la propuesta en general. El PJ les cobrará la derrota más temprano que tarde. ¿Habrá una chance para la autocrítica?
[pullquote]en cuestión de meses, el PRO más sus socios de Cambiemos pasaron de ser un “partido vecinal” –como lo había descalificado Aníbal Fernández- a llegar a la Presidencia de la Nación[/pullquote]
Lo cierto es que en cuestión de meses, el PRO más sus socios de Cambiemos pasaron de ser un “partido vecinal” –como lo había descalificado Aníbal Fernández- a llegar a la Presidencia de la Nación, quedándose además con otras dos grandes administraciones: la Provincia y la Ciudad de Buenos Aires.
Macri habla como un predicador evangelista, apela a frases genéricas, con las cuales nadie podría estar en desacuerdo: “merecemos vivir mejor”, “Argentina puede ser un gran país”. Caen los globos y el papel picado, el nuevo Presidente baila y hace bien. La tarea que le espera no le dejará lugar para firuletes. ¿O sí?
Por lo pronto, la prensa extranjera lo califica como “derechista” o “conservador”. Habrá que ver cuánto tendrá su gobierno de “desarrollista”, autodefinición política del flamante primer mandatario.
También, cuánto durará el matrimonio (¿por conveniencia?) con los radicales. Quieren ocupar espacios concretos en el gobierno, y hasta ahora, apenas cuentan con alguna pequeña promesa. Mientras tanto, Elisa Carrió se permitió celebrar un triunfo presidencial: el de Mauricio Macri, a quien alguna vez supo criticar. ¿Cuánto le durará la buena onda? ¿Volverá más adelante con las profecías sobre los chanchullos del poder?
El nuevo mapa electoral dice que Macri gobernará la nación, y su espacio político manejará un puñado de provincias, las más pobladas. No tendrá mayoría ni primera minoría en el Congreso, por lo cual necesitará de constantes negociaciones con los K y el peronismo para poder contar con las herramientas que necesite su gobierno.
Argentina necesita que los hombres y mujeres de la política trabajen con responsabilidad y madurez.
¿Estarán el nuevo oficialismo y la nueva oposición, a la altura de las circunstancias…?