¿Podría un grupo de mujeres simples, con estudios básicos, gritarles al mundo el dolor de no saber qué había pasado con sus hijos, en medio de una dictadura que llevaba como slogan “el silencio es salud”?
Ninguna de ellas se lo preguntó, siquiera. Se empezaron a conectar, compartieron sus desgracias, se organizaron. Salieron. Enfrentaron al gobierno militar más sanguinario de la historia. Pudieron.
Fueron el más impresionante ejemplo de lucha de la historia argentina. Ellas solitas, contra toda la brutalidad del otro lado. El gigante David, milico y prepotente, contra la Goliat mujer, con un pañuelo blanco en la cabeza.
Conocí a Hebe de Bonafini a principios de 1983, mientras hacía mis primeros palotes periodísticos. De hecho, ella fue mi primera entrevistada. Ya entonces era un personaje, por su personalidad extemporánea, por esa tozudez de saber la verdad, por cruel que fuera. Aquel jueves a la noche, la Plaza de Mayo estaba llena de gente que también quería saber qué había pasado.
Antes de ser la Madre de la Plaza, Hebe era un ama de casa como tantas, que sólo había hecho la escuela primaria, y esperaba al marido con la mesa servida: “la situación política de mi país me era totalmente ajena, indiferente”, declaró alguna vez.
Entonces, en la Argentina, el ambiente estaba más que turbio: El 8 de febrero de 1977, su hijo mayor Jorge Omar fue secuestrado y desaparecido, en La Plata y, el 6 de diciembre, ocurrió lo mismo con su otro hijo varón, Raúl Alfredo, en Berazategui. El 25 de mayo de 1978 desapareció también su nuera, María Elena Bugnone Cepeda, esposa de Jorge.
La mayoría de los argentinos vivíamos rodeados permanentemente por policías, militares y gendarmes que cuando no hacían lo peor -muchos nos enteramos después, gracias al trabajo de los organismos de Derechos Humanos- se la pasaban pidiendo “documentos, por favor”. El ambiente en la calle era de opresión total.
Impresiona ver esos viejos tapes, donde las mujeres se abalanzan sobre el movilero para preguntar -y preguntarnos- qué había pasado con sus hijos.
También impresiona ver a Videla hablar de los desaparecidos con absoluta frialdad y cinismo: “mientras sea desaparecido no puede tener tratamiento especial, porque no tiene entidad. No está muerto ni vivo… está desaparecido”.
Hebe, como tantas otras Madres y Abuelas, levantó su voz, exigió respuestas, reclamó justicia. Lo hizo con pasión, con dolor, con coraje. A veces, a los gritos.
Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, y otros organismos de Derechos Humanos, fueron un ejemplo argentino a nivel mundial, por su búsqueda implacable de Memoria, Verdad y Justicia. No hay otros juicios similares a dictadores en otras partes del mundo, ni siquiera el de Nuremberg, donde los aliados juzgaron a los nazis.
Parte de ese accionar ejemplar, tiene su base en la lucha, la convicción y el empuje de Hebe de Bonafini.
Claudio Serrentino